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lunes, 27 mayo, 2024
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Teatro en México

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Me gusta el teatro, pero no lo que ocurre actualmente con él. En muchos aspectos se ha perdido la capacidad de hacer teatro y esto se debe a modas o a flojera de los que en él intervienen. El teatro en sí guarda muchas semejanzas con la narrativa en cuanto a que también ahí se nos cuenta una historia. Claro que el teatro tiene sus propios elementos y su propia mecánica de funcionamiento; además de que, de unos años a la fecha, el teatro ya no es lo que solía ser: ahora se cuenta con la tecnología, la cual ha venido a afectar las puestas teatrales para bien o para mal.

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Para bien cuando el director se vale de ellas para darle una experiencia distinta al público, una donde el texto dramático, los espectadores y los actores consigan hacer un mismo ser artístico.

Para mal cuando los directores flojos se conforman con valerse de la tecnología y suplantar con ésta la capacidad de los actores, quienes sólo hacen de edecanes, y si son mujeres y se desnudan de manera injustificada, mejor, y se dedican a encender foquitos de colores, a cambiar pantallas, a decir unas cuentas líneas… ¡listo!, la obra es un éxito.

Hay que aceptar que el uso de la tecnología en el teatro ha afectado tanto para bien como para mal.

La horrorosa idea de las adaptaciones. Cuando me entero que tal o cual obra de teatro está basada en un texto de Shakespeare, de Beckett, de Juan de las Pitas, me echo a correr, no porque no guste de tales autores, sino porque por lo regular las adaptaciones que se hacen son incomprensibles, diálogos sueltos a conveniencia del adaptador, direcciones escénicas pésimas (brinquitos allá, brinquitos acá, grititos de fondo), y si de ante mano no llevas fresca la lectura de la obra que se adaptó pasas por idiota porque no entiendes nada, aplaudes al final, pero sales del teatro preguntándote lo qué quiso decir esa que parecía reina borracha, esa que parecía doncella prostituta, ése que parecía policía judicial, porque, eso sí, aunque las adaptaciones son pésimas quien las realiza quiere aportar su mexican style, con la falsa creencia de que eso es suficiente para que el público sepa si se trata del Rey Lear, de Macbeth, de Coroliano, etc.

Los textos. Por favor, señores dramaturgos, dejen de hacer poesía en el teatro, por lo regular les queda como de principiante del peor de los talleres de poesía, el público no entiende sus grandes metáforas y sale no sólo confundido sino con la promesa de que para la próxima mejor va al cine, donde al menos le hablan directamente, sin tantos rodeos, y se entretiene, algo de lo que se olvida el teatro hoy en día. No se conviertan en frustrados poetas de versos que ni siquiera alcanzan a serlo, tampoco abusen de la tolerancia del público y quieran hablarle en doble sentido, exigirle que sea capaz de interpretar el gran mensaje que la obra busca transmitir, el teatro es directo, señores, nadie que acuda quiere que le compliquen la vida más de lo que ya la tiene en un país como el nuestro.

Los desnudos. De cinco obras que se ven, en tres hay desnudos, ¿lo peor?, es que son injustificados, no tienen nada que ver con lo que se nos cuenta, ¿qué necesidad hay de convertir en un table dance el teatro?, difícilmente habrá justificación para los desnudos en el texto; y, por favor, no me digan que es una expresión artística, que el cuerpo siempre es bello, porque por lo regular son las actrices las que lo hacen, y claro, no falta el que se estaba quedando dormido en la primera fila y repentinamente abre los ojotes como si estuviera viendo a la Virgen María; así como en el cine, en el teatro también se tienen que cuidar los desnudos, y muchos directores pasan por alto esto. No lleven a pensar al espectador que todas las actrices son putas o que todos los actores son homosexuales o travestis.

De malabares y piruetas. Sabemos que las actrices y los actores tienen una espléndida capacidad física, que lo mismo se pueden columpiar, como Tarzán, de una liana a otra, que dar marometas por el piso como si festejaran un gol en el Estadio Azteca. Hay que dejarlo claro: vamos al teatro a ver teatro, si quisiéramos ver acróbatas iríamos al circo, donde también veríamos payasos, compraríamos palomitas, etc., y no es que se trate de espectacularidad, sino que como tantos elementos en el teatro, en ocasiones detalles así son injustificados, además de que se pone en riesgo al actor: ahí lo ve uno trepando en una temblorosa escalera, esperando el momento justo en que se caiga y la obra se cancele.

Teatro experimental: es durante el siglo XX donde surge lo experimental para todas las artes y en la mayoría de los casos de manera desastrosa. Llamamos experimental a un manchón de pintura o de mierda. Llamamos experimental a una novela sin pies ni cabeza siempre y cuando sea posmoderna. Y en teatro llamamos experimental a lo que no se entiende. Uno debe aceptar que eso que acaba de ver es teatro a riesgo de que si dice que no lo tachen de idiota o anticuado. Por eso todo el teatro que se hace hoy en día se salva de una u otra manera. Si lo entiendes, qué bien; si no, es porque no estás enterado de las nuevas propuestas escénicas, de lo experimental.

Lo didáctico: si las compañías de teatro se enteraran de lo que pueden sacar económicamente si venden sus obras a escuelas privadas no perderíamos el tiempo nosotros y a ellos no les iría nada mal. Nadie va al teatro a que le enseñen la evolución del mono. Nadie va al teatro a que te digan por qué ocurrió la Segunda Guerra Mundial. Si se trata de eso, mejor entro a Internet, busco algo relacionado con el tema y punto, me quedo frente a la pantalla y me ahorro el dinero de la entrada. Compréndalo, señores y señoras del teatro, los montajes teatrales didácticos son soporíferos, nos recuerdan a nuestra odiosa temporada en la escuela, nada más que adaptada tecnológicamente. ■

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