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sábado, 15 junio, 2024
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Donde no hay plata no entra el Evangelio

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Por: LIMONAR SOTO SALAZAR_ •

La Gualdra 622 / Historia

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Los franciscanos en los confines septentrionales del México colonial

 

Hace 500 años llegaron a costas mexicanas los primeros franciscanos provenientes del convento de San Francisco en Belvis de Monroy, Extremadura. Su propósito fue propagar el Evangelio entre los miles de nuevos vasallos indígenas que el rey Carlos I de España tenía en estas latitudes. Fue el 13 de mayo de 1524 cuando arribaron al puerto de San Juan de Ulúa 12 misioneros dirigidos por fray Martín de Valencia, en su itinerario pronto se encaminaron hacia la Ciudad de México para presentarse ante Hernán Cortés quien les dio la bienvenida y su visto bueno para las tareas de adoctrinamiento cristiano. 

En poco tiempo fundaron un importante número de conventos para así consolidarse en el centro de lo que fue Nueva España. Para las décadas de 1530 y 1540 creció el número de misioneros y extendieron su presencia hacia otras partes del primigenio virreinato, principalmente en lugares de los actuales estados de Yucatán, Michoacán y Jalisco. 

Iglesia de San Francisco de Asis, Villa de Güémes, Tamaulipas. Fotografía José Luis Aguilar Guajardo

Son encomiables los procedimientos que distinguieron a los frailes para llevar a cabo la instrucción cristiana entre los pueblos originarios, para ello conocieron de lenguas indígenas, elaboraron diccionarios, crónicas, efectuaron entrevistas a ancianos y personajes notables, describieron la geografía americana, además emplearon la música, materiales gráficos y obras teatrales. 

Algunos de sus miembros también fueron enconados evangelizadores lo que los llevó a practicar los cuestionables bautizos masivos, la violencia contra aquéllos que consideran idólatras o apóstatas, al grado de destruir sus templos y objetos de culto; incluso se debe citar aquí la lamentablemente quema de numerosos códices mayas. Sin embargo, en este escenario que para algunos puede ser considerado de claroscuros, la herencia cultural y material de la orden de San Francisco en México quedó patente a través de sus fundaciones conventuales, así como el fomento de tradiciones y festividades fundamentadas en devociones religiosas, es por ello que la orden franciscana se convirtió en una de las más importantes corporaciones eclesiásticas en la historia mexicana.

La destrucción de la misión de San Sabá en la provincia de Texas y el martirio de los padres fray Alonso Giraldo de Terreros y fray José Santiesteban. José de Paez, Museo Nacional de Arte, INBA.

En el territorio del moderno Zacatecas los franciscanos llegaron prácticamente a la par de los exploradores y conquistadores. Se establecieron en Juchipila, Jalpa, Tayahua y Nochistlán, poblaciones que para mediados el siglo XVI eran consideradas de frontera, de condición incipiente y endeble; la misma Guadalajara tuvo que refundarse varias veces en diferentes sitios por la resistencia a la reducción que les presentaban los caxcanes, tecuexes, tecos y otras etnias. 

En este contexto el papel de los franciscanos fue de suma relevancia para la pacificación y poblamiento, incluso intentaron sin éxito mediar ante la corona española para que fuera prohibida la presencia en la región de cualquier individuo europeo ajeno a las labores de cristianización. Como resultado contrario al deseo de los frailes la introducción hispana se generalizó a través de encomenderos, estancieros, comerciantes, funcionarios, soldados y mineros. 

Misión de San Nicolás de la Joya. Satevo, Chihuahua. Centro INAH Chihuahua

De Nochistlán partieron los exploradores españoles hacia el norte con el afortunado resultado de encontrar relevantes yacimientos de plata en torno al cerro de la Bufa, casi seguido de ellos avanzaron algunos franciscanos para atender de manera espiritual a los habitantes de los campamentos mineros que pocos años se convertirían en la ciudad de Zacatecas y el no menos importante real de Pánuco. 

En la urbe de la plata para el último tercio del siglo XVI consolidarían un convento que sería la cabeza de la provincia de San Francisco de los Zacatecas, la cual se encargaría de conducir los conventos, hospicios y misiones que la orden concibió en los actuales estados de Zacatecas, Durango, Chihuahua y Nuevo México. Éste sería el convento grande de la provincia hasta principios del siglo XVII cuando pasó a San Luis Potosí. 

Templo del Ex Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe. Fotografía Juan Carlos Basabe Bañuelos

Por su parte el Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad de Zacatecas, destacó en el siglo XVIII por ser una de las instituciones más relevantes en las acciones misioneras del norte del México colonial, en particular en torno al seno mexicano, de tal suerte que la Huasteca, Nuevo León, Tamaulipas y Texas estuvieron en el escenario de la presencia franciscana.

Pero no estuvieron exentos de fuertes tribulaciones que casi siempre se originaron por motivo de las grandes rebeliones indígenas, mismas que acabaron con la vida de frailes o destruyeron sus edificaciones; como la llamada guerra chichimeca que duró casi toda la segunda mitad del siglo XVI, las rebeliones acaxee y tepehuana en los años de 1601-1607 y 1616 respectivamente, la insurrección de los indios pueblo en Nuevo México durante la década de 1680, los constantes levantamientos indígenas que convertirían regiones enteras de Nuevo León y Tamaulipas en tierra de guerra viva. En este tenor, un ejemplo de muchos que pueden mencionarse es la destrucción de la misión de San Sabá, Texas, en el año de 1758, hecho que escandalizó la sociedad novohispana por la magnitud de violencia que alcanzó. 

Ciertamente, el desarrollo de conventos y misiones de la orden franciscana en los diversos confines septentrionales se debió en primer término a la mística de la conversión que sus frailes poseían bajo el modelo de su fundador san Francisco de Asís; pero, también la búsqueda y hallazgos de metales preciosos favorecieron el arribo y permanencia de los frailes en lugares como Zacatecas, Pinos, San Luis Potosí, Sombrerete, Chalchihuites, Mazapil, Charcas, Durango, Topia, Cuencamé, Parral y Chihuahua. 

En este contexto se puede mencionar la participación de ricos benefactores de la orden quienes a través de su generosidad monetaria aportaron para el sustento de los religiosos en sus misiones. O la paga de soldados con dinero provenientes de las cajas reales de centros mineros para fungir en la eventual protección de los misioneros en sus recorridos y estancias cercanas a los presidios. Por estas razones se popularizó para la época colonial la sentencia que dictó la expresión “Donde no hay plata no entra el Evangelio”.

 

* Investigador. Sección de Historia, Centro INAH Zacatecas.

 

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