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jueves, 23 mayo, 2024
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Mirar el abismo

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Es francamente duro despertar un buen día con la certeza absoluta que las cosas no tienen remedio. Y no son las circunstancias micro, las de la vida de cada quien: esas –con todas las reservas del caso– son susceptibles de modificarse más o menos con relativa facilidad. No, son las otras, las estructuras macro y de larga data en las que vivimos las que se antojan incólumes, inmodificables, inexorables.

La verdad sea dicha, México, como experiencia colectiva, vive sumido en un pozo desde hace más de 30 años, padeciendo violentos altibajos de esquizofrenia que un buen día nos ponen en la antesala del primer mundo sólo para ver estallar la rebelión al día siguiente; la democracia se oxigena para convertirse en la mayor frustración de las masas; nos han vendido el cambio inminente no para que todo siga igual, porque como la testaruda realidad se afana en mostrárnoslo día a día, siempre es posible estar peor. Y así, en el 2015, México no experimenta en su día a día la ilusión que el imaginario colectivo asume como cierta: si bien no es Afganistán o alguna república africana, estamos mucho más cerca de ellos que de otros; tampoco somos el oasis amigable y solidario que el mexicano, tan proclive a solazarse viéndose el ombligo, se ufana de ser. Somos una contradicción perpetua, el paraíso infernal del que Lowry dejó constancia en “Bajo el volcán”, donde nos apreciaba como una raza violenta, poco proclive a los silencios, la cavilación y el diálogo.

México es un archipiélago de ostentación y miseria, élites atrincheradas en sus privilegios y masas vejadas y sumidas en la más abyecta de las privaciones. ¿Tenemos remedio? Hoy por hoy, todo aquel mayor de 20 años no puede albergar una expectativa razonable de aspirar a una vida mejor, sea por el trabajo, sea por la inercia, sea por la buena suerte. Los mayores de 30 años, en lo que nos queda de vida, no veremos un México muy distinto al actual, lo podremos ver un poco mejor, quizá un poco peor, pero nada sustancialmente distinto.

La evidencia que sustenta tal afirmación es palmaria: la descomposición institucional que vive el país es inédita a tal grado que el Estado es incapaz de proveer un sustrato mínimo de seguridad, estado de derecho, oportunidades de desarrollo personal, un piso mínimo para asegurar el sustento de las masas. La administración de la miseria y las inercias, visto está, siempre pueden empeorar.

Sin embargo no es sólo el Estado, como una entidad abstracta y ajena a las realidades de los individuos la que acusa esa descomposición. El momento mexicano de descomposición permea absolutamente todos los niveles y es quizá la que experimentamos en la cotidianeidad y hacia el prójimo la más preocupante. ¿Qué se puede esperar de un pueblo en el que 7-8 de cada 10 personas desconfían del otro? (IFE, 2014, Informe País sobre la calidad de la ciudadanía).

En momentos da la sensación de estar viviendo entre animales salvajes, más que entre seres humanos. Es constante el atropello y la falta de consideración hacia el otro. Como no existen, en la praxis, incentivos externos que limiten la acción negativa de los individuos como resultado de la inacción de la autoridad, se ha impuesto entre nosotros el principio fundamental de la sobrevivencia del más apto: avanza el que puede, el que se impone a los otros, al interés particular y hasta colectivo, a través de los medios que juzgue necesarios, la fuerza incluida.

Todo esto refleja un desprecio profundo hacia el otro, con la consecuente involución hacia el estado de naturaleza. El mito que sostiene al mexicano como excepcional y cálido ser humano es una cursilería engañabobos: cuando la informalidad, la impuntualidad y la absoluta falta de consideración a nuestros semejantes son los valores cardinales no podemos tener una expectativa diferente. Ese mismo atropello y avasallamiento del otro ha erosionando el tejido social y destruido los lazos de comunidad, construyendo una narrativa social destructiva que se supera única y transitoriamente en las catástrofes y los mundiales de futbol.

Las nociones de Nussbaum (2013, Political emotions), a pesar de ser algo románticas, no dejan de tener validez o vigencia: el amor a la patria tanto como a las cosas inasibles constituyen la base y esencia de la convivencia social, son a final reflejo del amor propio: ¿de qué tamaño es el desprecio que nos tenemos en tanto individuos?

Fue Nietzsche quien dijo aquello de que “aquel que lucha con monstruos debe cuidar no convertirse a su vez en uno… cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira hacia ti”. Pues eso. ■

 

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