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jueves, 23 mayo, 2024
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Apuntes sobre Fidel

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

Hablar de Fidel Castro Ruz, su figura y trayectoria, significa referirse a los conceptos de revolución y mito que encarnó como pocos mortales. Dueño de un espíritu aventurero en el mejor sentido de la palabra, un aventurero exitoso, por cierto, convertido en revolucionario, constructor de un nuevo Estado, emblema y símbolo de la resistencia frente al mayor imperio de la historia; no le queda sino el destino de ser mito y leyenda. Una vez ocurrido su deceso, el imaginario en torno al personaje se agrandará y lo mismo se seguirán diciendo de él verdades como mentiras. Medias, completas o aproximaciones, dependiendo de quienes las digan será el sello de las mismas. Protagónico cual más, digno de una película, el mito que rodea a su persona se alimenta de la narrativa de los tiempos y episodios que vivió y que con el paso del tiempo les resultan a sus contemporáneos como a los presentes fabulosos y heroicos cubiertos por el manto de la realidad y la historia. Fidel fue en vida un sujeto que no admitía las medias tintas: o se le admiraba y adoraba al grado del delirio o se le odiaba y descalificaba. Así son los caudillos y más los adalides revolucionarios, y éste lo fue más por sus logros que por sus buenas intenciones, pues fue un hombre sobre el que pesó más la práctica que la teoría, no obstante, su refinada retórica de magnifico orador que sabía robar con sus discursos al punto de la seducción la atención de las masas, dueño a la vez de un magnetismo que su aura irradiaba en quienes lo conocieron y trataron, según narran innumerables testigos.

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Los juicios que lo denostaran y descalificaran y no lo bajaran de dictador sobran entre los escritores y periodistas afiliados a la derecha. Bastaría conocer el concepto que de él tiene uno de los más leídos de esta filiación ideológica, Catón, quien, al enjuiciarlo, establece las antinomias del que sin duda fue un gran estadista. Los admiradores y apologetas de signo de izquierda y pensamiento progresista sobran y creo que son los más. Aunque entre estos últimos los hay aquellos de un espíritu crítico como es el caso de Guillermo Almeira, quien, sin regatearle el mérito de ponerlo a la altura de Martí en su defensa de la independencia cubana y su vena antiimperialista, no deja de ver en la personalidad de Castro la figura de un aventurero (si bien nadie le quita la audacia e inteligencia y el haber salido avante en la mayoría de los lances, entre otros desafiar a la gran potencia imperialista, que no es un mérito menor). Para este trotskista e internacionalista por definición, Fidel Castro es una cosa y la Revolución Cubana otra. Así mismo le cuestiona haber querido construir un régimen socialista desde los aparatos burocráticos dejando de lado la autogestión de los trabajadores y por el contrario seguir la ruta soviética de la conducción revolucionaria a cargo de un partido único. Quizá, en su descargo está, el que pudo haberse guiado por la divisa, formado con los jesuitas a fin de cuentas, de San Ignacio de Loyola a quien se atribuye en plena contrarreforma papista en su combate contra Lutero, haber dicho grosso modo que en toda fortaleza sitiada cualquier signo de disidencia es traición.

Mi infancia y hasta entrada la adolescencia trascurrió sin que escuchara hablar de Castro y de la revolución cubana. Mis maestras y maestros estaban tan desinformados o enajenados si los hay y los ha habido, que en sus clases ni siquiera en las de historia, no recuerdo que nos hayan llegado hablar del rebelde guerrillero que al frente de un puñado de jóvenes barbudos combatió a una dictadura y la derrotó, apoyándose en un amplio movimiento social contrario al dogma marxista de que los únicos sujetos revolucionarios son los obreros. Está a favor de mis mentores el que en ese tiempo no existía Internet y la prensa crítica se reducía a un diario y dos o tres revistas cuya circulación mayoritariamente ocurría en la capital del país, aunque existía el radio que daba a conocer noticias además de las radionovelas que trasmitía y comenzaba a propagarse la televisión. Es posible que tampoco leyeran a Ríus y sus Supermachos y Agachados.

De Fidel y sus barbudos vine a enterarme un poco más cuando llegué estando por cumplir los catorce años a San Marcos, en 1968, en un ambiente en el que las normales rurales llamas “nidos de comunistas”, fruto de la Revolución Mexicana y del primer cardenismo eran centros además de estudio, de agitación y lucha influenciadas por la ideología socialista y en las que estaba presente en buena medida a la frescura de la que gozaba la revolución cubana y las imágenes del Fidel y el Che, que comenzaba a cobrar vuelo su mitificación.

Como ni siquiera los santos son perfectos, al comandante Castro se le podrá cuestionar su fidelidad y cercanía a la Revolución Mexicana y su apoyo acrítico, si bien pragmático para tener el apoyo de los regímenes y presidentes priístas incluido al innombrable Carlos Salinas de Gortarí. Quizá en el fondo pesaba e influía la solidaridad cómplice que le brindo “Tata Lázaro” y el gesto de dignidad y de soberanía cuando estos principios distinguían a la diplomacia mexicana al ser el único país que no apoyó la condena y la expulsión de la OEA ordenadas por los Estados Unidos.

Desconozco muchos pasajes de la vida de Fidel. Hasta ahora sigo sin leer una biografía crítica del personaje. Estoy esperando la que se anuncia para el año próximo resultado de la investigación de Anderson, sobre la que se dice será la más completa y documentada de cuantas se hayan escrito. Como parte de las transformaciones estructurales que emprendió el comandante tan pronto y tomó las riendas del nuevo gobierno tras la derrota de la dictadura de Batista, fue la reforma de la educación, que más que una reformita como las que se han ensayado en México, la cubana resultó ser una revolución educativa. Esta demostró que un cambio radical de un sistema educativo solo ocurre con un cambio de régimen y de formación social. Con Castro en el poder, una de sus primeras acciones fue la aprobación de la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, del 6 de junio de 1961. Esta llevó a la supresión de la educación privada. Todos los establecimientos de enseñanza pasaron a la tutela del gobierno en un país con el 90 por ciento de su población católica, (véase el artículo de Bernardo Barranco V., “Fidel Castro y la religión”, en La Jornada, 30/11/16). En materia educativa me llama la atención también la época del niño Fidel, cuando cursaba sus primeras letras tuvo de maestra a una mujer que influiría en su vida futura al descubrir sus potencialidades intelectuales. Esta que debió ser en vida una excelente maestra, insistió ante su padre que lo dejara salir para que siguiera estudiando y formándose en los colegios jesuitas de Santiago. Sin duda la influencia de la maestra de Birán y las enseñanzas de jesuitas y lasallistas contribuyeron a delinear la personalidad y el carácter del futuro revolucionario.

Los logros de la revolución cubana impulsados por el que en vida apodaban y llaman con cariño “El caballo” (sería por su perseverancia, celo y resistencia al trabajo) están a la vista y han sido reconocidos por tirios y troyanos: en la educación universal, salubridad, medicina y deportes. Deja pendiente ver en su pueblo a una sociedad con una vida política plural que toca al pueblo cubano conquistar, ejerciendo una democracia más moderna y el respeto a las libertades empezando por la de expresión, tolerancia con la disidencia y observancia de los derechos humanos; reglones todos estos que tanto se le cuestionan al gobierno de La Isla, amén de la construcción de un modelo socialista en el que más que repartir la pobreza se redistribuya la riqueza, la que primero hay que crear. ■

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