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viernes, 24 mayo, 2024
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Henri Bergson ante el ciclón Xóchitl

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Por: Mauro González Luna •

Al margen del ámbito electoral, y de la filiación partidaria, la sacudida, el estremecimiento nacional, provocado por Xóchitl Gálvez, amerita un análisis que trasciende ese ámbito y tal filiación; uno de otra índole. 

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El hecho de no haber sido recibida en Palacio Nacional, a pesar de la existencia de un amparo que le daba derecho de réplica a partir de afirmaciones presidenciales desmentidas por Gálvez, es meramente anecdótico si se ahonda en el análisis. 

Lo es en el sentido de que, si no hubiera algo diferente, inusitado, desconcertante, huracanado, en la personalidad y actitud de quien recibió el portazo, el ruido de este, que hizo visible, nacionalmente, a quien tocó la puerta, resultaría intrascendente en caso de insignificancia o medianía del que resultara expuesto a la mirada nacional.

Lo que no es anecdótico, sino substancial, es el huracán mismo que estremeció y sigue sacudiendo al país, a las redes sociales, a la inteligencia artificial entusiasmada, a los comentaristas de todas las direcciones ideológicas, a los partidos políticos, a los adversarios.

La pregunta que surge naturalmente ante el ciclónico acontecimiento político es: ¿cuál es la causa o explicación verosímil de ello?  Muchas de las ideas geniales del filósofo Henri Bergson sirven para dar una respuesta aproximada a tal cuestión.

Bergson es el filósofo que abrevó, a mediados del Siglo XX, en los místicos españoles, Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, después de saber de matemáticas, biología, psicología, historia, filosofía, literatura; filósofo, nuevo Aristóteles, que reivindicó la metafísica, dándole su lugar a la ciencia positiva, pero trascendiéndola; que utilizó un lenguaje hermoso para expresar su pensamiento profundo, valiéndole el premio Nobel de literatura en 1927. 

Veamos ideas de Bergson, si se me permite, en el México de hoy. El país antes del ciclón Gálvez, vegetaba en lo esclerótico, en lo repetitivo, en la rigidez mecánica del gesto colectivo que se resistía al impulso del alma nacional, imponiendo a México un puro automatismo superpuesto a lo vital, a la energía ágil y pujante, a lo inesperado, a la movilidad «alada», alegre y creadora.

Es ley fundamental de la vida el no repetirse nunca, dice Bergson, por la espontaneidad del espíritu intuitivo, del alma que trasmite al cuerpo esa ligereza y creatividad que es gracia; si se repite, se mecaniza, perdiendo su esplendor, su capacidad de atisbar el absoluto.

Y esa rigidez mecánica asumida por el cuerpo individual y por el social, es, con frecuencia, fuente de lo ridículo, de lo cómico que mueve a risa como fenómeno social de naturaleza correctiva, afirma Bergson. Muchos políticos y potentados creen que hacen reír a sus oyentes por su ingenio, en general muy pobre, sin darse cuenta de que lo que causa la risa es lo ridículo de su automatismo, carente de vida real, o en muchos casos, su dinero y poder.

Lo contrario de lo cómico es lo que tiene gracia, señala el filósofo francés. Lo cómico produce risa en los otros, lo que tiene gracia, admiración y reconocimiento por la fuerza vital que imprime el alma en la expresión exterior, en la autenticidad del gesto, en el lenguaje natural e inteligente, en la actitud, en el buen humor, en la simpatía que arrebata voluntades e inteligencias.

El huracán Gálvez despertó al país, arrasó con la esclerosis del medio político, con la rigidez de las llamadas corcholatas que se repiten a diario, con el aburrimiento y con la creencia de que todo estaba escrito para el 24. Es muy benéfico para la salud democrática de la nación el que haya competencia multicolor, el que tenga sabor sazonado la contienda por la presidencia, de otra manera insípida, sin emoción, sin riesgo, sin sentido justo y democrático.

Avasalló dicho viento formidable precisamente por su flexibilidad, por su historia, por su espontaneidad, por su movilidad, por permitir sin resistencia que su alma infundiera en su actitud y gesto ese fluir incesante del espíritu creador, el «élan vital» bergsoniano.

El viento fuerte y fresco que vuelve a inundar el horizonte es esperanzador por todos motivos, a pesar de las resistencias del «statu quo» muy aferrado a las mieles del poder. Agradezco al espíritu de Henri Bergson el haberme permitido recurrir a algunas de sus ideas geniales en este intento mío, siempre precario, de atisbar con la intuición, la realidad tan compleja, tan movediza, tan poblada de matices y colores.

Dedico este artículo a los demócratas de Zacatecas que saben apreciar el pluralismo, la policromía de la buena política que se funda en las libertades, en el respeto a los derechos ajenos. Y con añoranza y simpatía, a la memoria del tribuno Porfirio Muñoz Ledo, qepd.

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