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jueves, 2 mayo, 2024
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Apuntes: finales de partida 3/3

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Por: RICARDO BERMEO •

Del entrecruzamiento de dos vectores, el calentamiento global (crisis ecológica), y el fin de ciclo de los gobiernos progresistas -en Latinoamérica- (pesada constatación fáctica de la consigna…“dicen que es democracia pero no lo es”). Indicadores –ambos- de la actual “crisis compuesta de muchas crisis” en que nos hundimos cada vez más, siguiendo registros y  temporalidades, que al chocar entre sí, profundizarán la barbarie-civilizatoria, situándonos así frente a la decisión, sobre por cuál tipo de “finales de partida” nos decidiremos –individual y colectivamente- (y, no cabe aquí la ingenuidad): o bien, por un lado, la némesis antropocénica y el heterototalitarismo como salidas (anti)políticas, ecológica y socialmente depredadoras, inscritas en el ADN, -o en la lógica- del capitalismo destructivo (el imaginario dominante); o bien, elegimos el otro polo antinómico, una posibilidad efectiva para cambiar la hoja de ruta, por la vía de una “ruptura democrática”, parte total de un proceso de autoinstitución reflexiva, lúcida, permanente, de la sociedad que somos (no como “utopía”, sino como pasos efectivos dentro de un proyecto de creación política, -social, ecológica- etc.).

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Para Rául Zíbechi, el debate estratégico sobre la cuestión del Estado es una tarea política esencial. En su caso, desde una perspectiva de democracia directa –desde abajo, impulsada por los movimientos por la autonomía, y anti-estadocéntrica.

A su juicio, el economicismo reformista propio de la perspectiva “progresista” es un camino sin salida. Seguir por “ingenuidad, o por intereses mezquinos”, tal perspectiva estadocéntrica, a estas alturas es dar la victoria (en los “finales de partida”), a la “acumulación por exterminio”, con todas sus consecuencias éticas, políticas, sociales, ecológicas, etc.

Su posición y elaboración teórica, es producto de una profunda -y dilatada- elucidación desde Latinoamérica, basada en el estudio de los procesos abiertos por los movimientos por la autonomía, históricamente (y no solo de carácter regional).

En la revista El Apantle (y, en otros) escriben dos textos, Raquel Gutiérrez, y el propio Zibechi, para quienes la reproducción social, y el trabajo “concreto” como base de los bienes comunes materiales/simbólicos (respectivamente), se constituyen en elementos para una reconstrucción conceptual del proyecto de autonomía, con consecuencias políticas de primer orden: hacer comunidad (autónomía), implica tejer incesantemente -desde lo instituyente- formas de tomar decisiones colectivas -horizontales- sobre cómo vivir juntos, en constante oposición a su captura estadocéntrica.

Pero, existen otras concepciones teóricas y políticas sobre la autonomía, que han logrado también generar robustas líneas de investigación y experimentación política.

Para cerrar estos apuntes, me gustaría volver sobre otra concepción de la autonomía. Visible actualmente en España, laboratorio político de experiencias, bajo un doble registro: las del ciclo electoral –vivido por la sociedad española de 2014 al pasado 26J; así como a aquellas (no electorales) que forman parte del ciclo político (más amplio), -15M, las mareas, las marchas por la dignidad, la PAH, etc.

Hoy, enfrentan formidables desafíos poselectorales. La exigencia de autonomía de los movimientos sociales, frente a los partidos políticos y el Estado, es uno de los talones de Aquiles de la “ruptura democrática” en curso.

En un contexto muy complejo, convulsivo y adverso, basta mencionar el Brexit, el ascenso de la extrema (nueva) derecha, los atentados terroristas y los estados de excepción que tienden a volverse permanentes, la precarización, etc.

En España, la evolución de las estrategias de la maquinaria electoral -y la hipótesis populista- de Podemos, se decantaron del partido-movimiento, hacia la forma-partido anteriormente criticada: centralización, verticalismo, caudillismo, impulsando –así- la “autonomización” de los dirigentes (de lo político), en flagrante contradicción, con la construcción de la autonomía de los movimientos sociales, y de las nuevas mediaciones requeridas.

Sus impresionantes resultados electorales, 5 millones de votos, 71 parlamentarios, pueden terminar en simple renovación de las elites, con políticas más o menos progresistas; sepultando las esperanzas del cambio, tras la enésima delegación del poder ciudadano en los “representantes” políticos.

Esta deriva ha quedado evidenciada en los diversos análisis sobre los errores de Pablo Iglesias y la dirección de Podemos (e Izquierda Unida), a lo largo del ciclo electoral. En este sentido, son ilustrativas las razones esgrimidas, por quienes piensan que Pablo Iglesias debería dimitir.

En los balances postelectorales del 26J, y en el actual debate político-democrático español – europeo, et al – vemos los esfuerzos por clarificar y tematizar otra concepción de la autonomía de los movimientos sociales, -como contrapoderes, en plena fase de experimentación política -todavía abierta-. De corroborarse las hipótesis -y/o apuestas- por una ruptura democrática y un proceso constituyente, se estarían abriendo vías (y construyendo herramientas) para la (re)articulación del horizontalismo y el verticalismo, novedosas y políticamente creativas. Es mucho lo que se juega. Su fracaso dejaría únicamente en pie, los proyectos de autonomía no-estatal.

Elucidar la cuestión de la autonomía de los movimientos sociales, con sus variaciones anti-estadocéntricas, es crucial para desarrollar una oposición creativa a las “democracias corruptas” que actualmente padecemos. ■

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