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miércoles, 8 mayo, 2024
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Los otros cementerios

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Desde hace tiempo, en nuestro otrora tranquilo y pacífico país y más todavía en la entonces adormilada ciudad de Zacatecas, donde pocas cosas ocurrían que alteraran la paz y la tranquilidad de los capitalinos zacatecanos, la vida transcurría alegremente y sin sobresaltos. Llegados los años setentas del siglo pasado, en el estado aparecieron señales de que algo estaba cambiando en el resto del mundo y que estos cambios afectarían definitivamente un drástico salto en los usos y costumbres de los citadinos. La ciudad se incorporó al modelo de mundo que el país mostraba por iniciativa de su gobierno y se imponía sobre las tradiciones y lo que se empezó a imponer como forma de vida. Es verdad que en la ciudad empezaron a aparecer los primeros signos de desarrollo, por ejemplo, los vuelos comerciales, las tiendas departamentales, los vehículos de motor la televisión y todo lo que caracteriza a las formas de prosperidad que supuestamente identifican a las ciudades importantes. 

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Pronto, el destino alcanzó a la vida en el estado y también a su capital. La inseguridad y otras cosas desagradables invadieron todos los rincones, apareció la violencia y hubo que aprender a vivir con eso. Hay muchos indicios que hacen pensar que el desarrollo no es tan agradable como se garantizaba en aquellas peroratas comerciales que trataban de convencer que el futuro sería pleno de vino y rosas. 

Pero no fue así, definitivamente, la sobreproducción arrastra hacia el consumo irrefrenable y al hoy ya incontrolado flujo de desperdicios. Sin embargo, poco a poco, los residuos son evidentes y requieren sus confinamientos finales, donde no signifiquen un potencial desbalance imposible de controlar y a la larga un problema de salud pública, razón por la que se sugiere la habilitación de confinamientos finales que hagan las veces de cementerios para tres de entre muchos problemas derivados del desarrollo inadecuado en que hoy se vive, conduciendo inexorablemente, hacia el atarantamiento global. En este análisis se hablará de tres lastres que desmerecen y le restan encanto a la ciudad de cantera rosa: la proliferación de alambres inútiles que cuelgan de los postes de alumbrado, los automóviles abandonados en la vía pública y las cantidades de basura de todo tipo que tanto hacen desmerecer a la ciudad y ni que decir del potencial peligro que representan como fuente de contagio y peligro latente para la salud pública. 

Cementerio de alambres

Uno de los placeres más disfrutados por los habitantes de la ciudad de Zacatecas y sus visitantes, es el que ofrecen sus horizontes inciertos que por regla general conducen a algún mágico lugar de los que abundan entre calles y callejones de adobe y cantera en los que la mirada conduce al remate de la exploración visual más allá de las estructuras arquitectónicas, los incontables cerros que rodean a la venerable ciudad patrimonio y su cresta soberbia, La Bufa, que corona la vista de la ciudad y todo el valle que rodea este enclave donde una vez pasaba un río. Al final de este ejercicio de ensueño resplandece en cualquiera de sus formas el imposible azul del cielo cruel que baña la ciudad. 

Sin embargo, la mayoría de las veces que esta experiencia ocurre, se ve manchada un poco por la aparición de grotescas redes de cables de todo tipo, en toda situación y la mayoría de ellos, de dudosa utilidad. Desde los casi siempre  muy alineados cables de energía eléctrica de la Comisión Federal, los restos de las líneas telefónicas que datan desde la prehistoria revolucionaria hasta lo más actual, los tendidos colgantes de las compañías de televisión por cable y otros servicios cableados, muchos de ellos en desuso y otros que luego aparecen de parte de usuarios no convencionales que suelen colgarse de las líneas y que se agregan a la incalculable cantidad de residuos sólidos abandonados a su suerte por irresponsables, y que lamentablemente son ignorados por aquellos que debieran ocuparse de tener en ejercicio una ciudad funcional. 

El resultado es que a fin de cuentas ocurre que la percepción general de este intrincado y desagradable tejido de redes en completa anarquía en el despliegue de cables que aparecen en cualquier horizonte, además de aportar elementos extra en la inseguridad que se advierte cuando se camina por las calles de la mayor parte de la ciudad, a excepción de las calles más céntricas. Sería un detallazo qué alguna administración en coordinación con las empresas que utilizan este servicio de cableados, se hicieran cargo de este desagradable residuo y se diseñara un sistema de reciclado y aprovechamiento y para lo imposible de reciclar o reusar, destinar un buen confinamiento. 

Cementerio de autos

Existe otra costra urbana que crece con muy poco control y cada vez es más notoria por lo que significa tener tirados a su suerte en plena calle a un número cada vez más alarmante de cientos o miles de autos abandonados a su suerte por todos los confines de la mancha urbana. Aunque debe reconocerse que no es un problema privativo de esta ciudad tan Zacatecas, no deja de ser notorio que tantas y tan hermosas calles que plantean una visión de ensueño que nos traslada a otras etapas de vida y vivencias de las generaciones que antecedieron a las actuales. Y ahí están, por todas partes en las rúas citadinas del Patrimonio de la Humanidad, ofendiendo a la civilidad, auténticas ruinas de lo que otrora pudiera haber sido un vehículo automotriz de cualquier tamaño y que incluso, dentro del ejercicio de su vida útil, hasta          hermosos fueron, por lo que su misma funcionalidad los hicieron ser apreciados por sus dueños y en un afán posesivo, simplemente han dejado a sus carrozas mecánicas continuar muriendo ante las inclemencias del tiempo y el abuso indiscriminado de vándalos y malintencionados. La carcasa de los otrora apreciados y funcionales vehículos ven transcurrir una segunda muerte a los ojos de todos sin compasión alguna. 

Pero no solo hay que sentir una compasiva compulsión, también debe considerarse que cada vez son más piezas abandonadas y no solo dan un lamentable aspecto, sino que se vuelven fuente de contaminación de todo tipo, son un permanente obstáculo para la fluidez del tráfico vehicular y de personas, entre otras lamentables consecuencias de este abandono de carcachas que no arrojan beneficio alguno. 

Otra vez, dada la observación de este fenómeno, surgen las recurrentes preguntas sobre si algunas personas o entidades querrán, podrán o harán algo para erradicar de la mancha urbana la existencia actual de estos fósiles de autosaurios que hoy se mantienen muertos, abandonados para siempre como tantas formas de residuos que hoy regresan como karma a hacer que la gente pague por sus excesos y pecados. Alguien debe hacerse cargo de encontrar un confinamiento final a estos restos. 

Cementerio de basura

La madre de todas las calamidades que aquejan a la humanidad es el acelerado, indiscriminado, pero nada previsible fenómeno de la generación de basura. Hace muchos años el país empezó a participar masivamente en el gusto por adquirir productos que no siempre eran necesarios y derivado de la influencia de las estrategias publicitarias donde consumir en exceso es sinónimo de éxito personal. Cuando el consumo aumentó trajo asimismo problemas nuevos para los que no se estaba preparado y el principal y mas notorio es el que corresponde a la generación de residuos de todo tipo, cuya aparición y desarrollo sobrepasan en todo y con todo a la capacidad para controlar las cantidades cada vez mayores. 

Ante esta situación hay muchas acciones que hacer para establecer mecanismos de control. No es correcto que todo el mundo se esté ahogando en la invasión cada vez más extensa y grotesca de las calamidades derivadas del modelo de desarrollo y de vida, por consiguiente, se requiere un programa que ayude al manejo ambiental de residuos. 

Es lamentable, particularizando, que en nuestra ciudad patrimonio se acumulen por todas partes grandes cantidades de basura de dimensiones incalculables que, de no ser atendidas sin demora alguna, muy pronto harán desaparecer la belleza de la bizarra capital. Puede argumentarse que este es un fenómeno que se repite de manera bestial en todas las ciudades del país, salvo honrosas excepciones, aunque esto no constituya ningún consuelo, sino más bien, un compromiso de la sociedad en su conjunto. 

Desde luego que existen mecanismos para controlar este flagelo, pero el principal es aquel que conlleva al convencimiento de que la única basura permisible y positiva, valga la alegoría, es aquella que no se produce, y este tipo de control corresponde única y exclusivamente a cada ser humano que, desde su temprana infancia, debe aprender a no consumir productos que generen daños a su persona y sean amables con el ambiente. Por decirlo de un modo más concreto, es solo a través de los modelos educativos, que cada individuo debe aprender a prevenir la aparición de este desagradable fenómeno. 

Entonces, como ejemplo a otras cabeceras municipales, la ciudad capital tiene la tarea de encontrar la forma de salvarse a sí misma. Las herramientas no son sencillas, pero tampoco imposibles. Se deben encontrar fórmulas que prioricen la educación familiar y cívica, así como los mecanismos que correspondan a mejorar la atingencia de los administradores públicos, donde el desempeño eficiente y el amor a la tierra sean quienes planteen formas de gobierno que conduzcan a la sostenibilidad. Entonces, cada individuo, familia y la comunidad en general tienen una tarea que debe conducir hacia una auténtica transformación. 

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