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viernes, 3 mayo, 2024
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¿Y tú, qué has vivido?- Sobre leer a José Agustín por primera vez

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Por: Mariana Giacoman •

La Gualdra 605 / José Agustín / In Memoriam

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En mi vida, la palabra de mi abuela siempre fue ley. Y ella, maestra de literatura, insistía en que cuando yo entrara a la preparatoria, debía leer a José Agustín. José Agustín, así, sin apellido. Como todos aquellos cantantes mexicanos sin apellido: Angélica María, Juan Gabriel, Luis Miguel. Aquel nombre no me decía mucho. No sabía qué imaginar sobre él, ni me entusiasmaba particularmente. Lo leeré después, repetía para mis adentros. Sin embargo, al momento de entrar a la preparatoria, me convertí en mi versión más malhumorada. Leía cualquier cosa que se me cruzara con tal de no escuchar a mis profesores, obstinados en que aún a nuestra edad teníamos que pedir permiso para ir al baño. Necios en que tomar una mala decisión de qué carrera estudiar podría, como un maleficio, arruinar el resto de nuestras vidas. Recordé aquel libro que se me había recomendado, La tumba, y lo descargué en la tableta que usaba para leer en clase sin que se notara demasiado. Me encontré con algo increíble: el protagonista, Gabriel Guía, tenía mi edad y estaba más fastidiado que yo. 

Gabriel Guía no es un personaje especialmente entrañable. Es difícil quererlo, es arrogante y a su corta edad confía en que lo sabe todo. Desdeña a Nietzsche, habla francés con tanta naturalidad que corrige a su propia maestra, escribe cuentos que su profesor de literatura confunde con los de Chéjov. Es temerario y seductor. ¿Pero qué adolescente es así?, se preguntará el lector. Todos, pienso. No hay nada más sintomático que aquella ingenuidad, creer que se sabe todo. Creer que se sabe algo.

José Agustín escribió La tumba cuando él mismo era un adolescente en el taller de Juan José Arreola. Se dice que tenía quince, dieciséis, diecisiete años. A Arreola le gustó tanto su trabajo que lo publicó, y con ello, comenzó la desmitificación de la figura del Escritor Mexicano, en mayúsculas. ¿Quién era este tal José Agustín? Un joven al que le encantaba el rock, que había ido a una campaña de alfabetización en Cuba, un muchacho loco de amor por su novia de la prepa, Margarita. Un hombre que quizás nunca tuvo edad. 

Hace algunos años, recuerdo, un escritor español publicó un artículo sobre la edad a la que se debe escribir una novela. Para escribir una novela, decía el escritor, se deben tener por lo menos treinta años. Porque antes de eso, no se ha vivido nada que pueda contarse. La poesía, argumentaba, puede escribirse a cualquier edad. ¡Pero la novela requiere madurez, experiencia, sensibilidad que sólo un adulto-adulto puede tener! Un divorcio y una deuda, le faltó agregar. Me acuerdo, también, aquella escena de Y tu mamá también, donde el personaje interpretado por Diego Luna le dice a un pariente suyo que quiere ser escritor. Éste le responde que ser un escritor de verdad no se trata de escribir “cuentitos de prepa o de la universidad”. Además, el verdadero escritor tiene que haber vivido. Sí, Tenoch, se burla el personaje de Gael García, ¿tú qué has vivido?

José Agustín entendió, quizás sin proponérselo, que la escritura se trataba de otra cosa. Pienso en el momento histórico en el que se publicó La tumba, 1964. Se estaba en pleno boom latinoamericano, con escritores como Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, cuyas obras contaban con una marcada preocupación social. La muerte de Artemio Cruz, por ejemplo, cuestionó la identidad mexicana post-revolucionaria, el fracaso de proyecto de una nueva nación, la revolución institucionalizada. Alguna vez escuché a alguien decir que el boom latinoamericano fue una época en la que cada seis meses se publicaba una obra maestra. ¿Pero dónde quedaba lo demás? Las pequeñas preocupaciones y las pequeñas crisis. Creo que fue la honestidad de José Agustín la que enamoró a miles de lectores a lo largo de las décadas. Mientras los Escritores en mayúsculas escribían sobre la identidad colectiva, el joven rebelde quiso contar la historia de un adolescente aburrido, de clase alta, obsesionado con la música y un mundo delimitado por el azul del techo en su habitación. Si alguien le hubiera preguntado ¿qué has vivido para creerte escritor?, afortunadamente, él lo hubiera mandado a volar. 

Pienso en la adolescencia de Gabriel Guía y después, en la mía. No pudo haberme tocado una más distinta. En 2011 comenzó la era de Instagram, y con ello, la obsesión con la imagen propia y el realzamiento –quizás artificioso– de la belleza cotidiana. Las pantallas de los celulares se llenaron de fotografías de todo tipo: un perfecto desayuno a punto de ser devorado, un viaje a Disneylandia, el libro del momento sobre la mesa de una cafetería, un bikini marca Triangl. El rock estaba quedándose atrás, a pesar del éxito de un álbum cuya imagen me recuerda a la estética de aquella época: A.M, de los Arctic Monkeys. Las preocupaciones cambiaron, por supuesto. La juventud mexicana ahora protestaba por la democratización de los medios y el libre acceso a la información. ¿Qué tenía José Agustín –o Gabriel Guía– a una adolescente en la década de 2010? Una cosa sencilla en apariencia. Que escribiera. Y hoy escribo esto mientras veo, a través de mi ventana, el Tepozteco. El sol de atardecer tiñe la sierra de oro. Imagino a José Agustín mirando el mismo atardecer desde otra ventana, quizás sentado en un escritorio repleto de libretas y cartas de tarot. Un póster de Jim Morrison en su pared. Imagino su eterna sonrisa y quisiera decirle carajo, José Agustín, cómo te voy a extrañar. 

 

*Mariana Rosas Giacoman nació en 1998 en la Ciudad de México. Es politóloga y fue becaria de narrativa por la Fundación para las Letras Mexicanas (2022-2023). Actualmente es residente de narrativa en Under the Volcano, Tepoztlán. 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_605

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