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jueves, 2 mayo, 2024
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La ciudad despertó en la garganta del Diablo

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Por: QUITO DEL REAL •

  • El son del corazón

A mí me sorprendió el temblor en la calle Maestro Rural, atrás de la Escuela Normal. La barda posterior que la circunda está hecha con piedras volcánicas y en ese tiempo tenía una longitud cercana a 350 pasos. Desde el taxi pude percibir el movimiento de un inmenso gusano que ensayaba un bamboleo singular: la barda bailaba con el sismo. Oiga, está temblando muy cabrón, me dijo el chofer, en el momento en que las adolescentes de la secundaria Moisés Sáenz salían corriendo, con llanto y agudos grititos de angustia, a refugiarse en el camellón. Pero ahí no pude imaginar, no tenía con qué,  la magnitud de la tragedia.

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Éste era un amor rodeado de jardines y de luces

Un par de horas más tarde, salí con mis alumnos a explorar el área más próxima a la Universidad Tecnológica de México. Pero en Santa Julia y San Rafael el desastre fue asunto menor, si se compara con el inmenso caos que se abría conforme uno se acercaba al Monumento a la Revolución. Las toneladas de material yacían en las banquetas y los primeros edificios, vencidos por los movimientos, parecían figuras desaliñadas que dormitaban bajo el sol.

En la calle José María Iglesias, de la Colonia Tabacalera, cayó lo que fue durante décadas el Hotel Principado y un montón de obreros que llegaron en autobuses y camiones propiedad de Altos Hornos de México permanecían en silencio, mientras observaban con impotencia los espesos chorros de gas que salían, con un chiflido larguísimo y aturdidor, de tres enormes tanques estacionarios. Parecía que ahí la tragedia iba a ser todavía mayor; sin embargo, dos dependientes de la Librería Reforma (César Duarte, de Durango y César Zapolski, de Argentina) comenzaron a ascender entre los escombros y llegaron con osadía a cerrar las canillas de los tanques.

El Hotel de Carlo, frente a la Plaza de la República, quedó hecho añicos, pero también el Hotel Regis, el Edificio Aztlán, Salinas y Rocha y el Hotel del Prado. Este panorama turbador se mostraba solo en un cacho de la Avenida Juárez, pero en el Eje Central se desplomó, para nuestro desconsuelo, el local del Súper Leche, hundiendo consigo el secreto de sus sabrosos bísquets y su espumoso café con leche. Si algún compañerito desea tener más datos acerca de los edificios devastados ese día, puede consultar: https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Edificios_derrumbados_por_el_Sismo_de_1985

 

Cuando terminó la agitación del suelo, todos quedaron mudos

No podíamos  recorrer la Ciudad del Desastre al ritmo acostumbrado. Uno tropezaba con pedazos de ladrillo, con inmensas tiras de varilla; el piso estaba resbaloso, cubierto por una gruesa capa de polvo. El aire era irrespirable, la tierra calichosa agredía los ojos y pronto se tenía que usar un pañuelo para tapar la nariz. Clic. Ahí Pedro Valtierra registró el suceso con sus fieles cámaras Nikon y Leica M3 y, clic, logró una colección de placas de antología que aparecieron nuevamente en el número 133 de la revista Cuartoscuro, de agosto-septiembre de 2015.

Pedro platica que vivió ese día con gran concentración y con el rigor del que evita involucrarse demasiado en la tragedia. Era necesario mantener la calma si se quería trabajar con eficacia. En ese momento, él ya sabía mucho acerca de la técnica de mantener los ojos atentos, aprendida en las guerras del Sahara, Nicaragua y El Salvador, y se escurría con agilidad de venado sobre los escombros. Por eso, el número antológico de Cuartoscuro, acerca del terremoto del 85, plasma imágenes que, clic, conmueven hasta el fondo de los intestinos y el corazón de los que anduvimos deambulando por ahí, encontrando con gozo a los amigos extraviados, y recibiendo fatídicas noticias de otros que no la pudieron librar.

De la colección de fotos que nos regala el inquieto fotógrafo de Fresnillo, yo me quedo con una que, caray, me emocionó hasta las lágrimas. Hoy la recuerdo con mucha nostalgia, porque el edificio Nuevo León, de la Unidad Habitacional Tlatelolco, fue mi sitio consentido donde gané muchas amistades universitarias y politécnicas, lugar de reuniones de nuestros ingenuos grupos radicales, espacio de fiestas, de baile y cantos militantes. Cuando rememoro estas escenas, aún me hace ruido el recio vibrato de Amparo Ochoa y la bravura compositiva de Judith Reyes y José de Molina. A parir, madres latinas.

La foto lograda por Valtierra muestra, en el primer plano, una pila de enseres domésticos, libros y maletas rescatadas de varios departamentos; en el segundo, se observa a un trabajador del servicio de limpia que busca estérilmente imponer orden y aseo en el lugar y a un grupo de voluntarios que observan atentos la labor de otros que rascan con picos los pedazos de concreto, en búsqueda de más sobrevivientes. En el tercero, sintiéndose ajenos al drama del Nuevo León, destacan los edificios Sonora y Tamaulipas. La composición de la placa es sobresaliente por su idea de abarcamiento; en sí, es una sólida descripción que no escatima nada.

El Nuevo León acabó desfallecido en su sección central. Las dos fracciones de sus orillas quedaron inútiles y a punto de venirse abajo. El edificio se ve postrado, parece un potro flaco atropellado en el borde de la carretera, dejado ahí para solaz de los gusanos y los animales carroñeros.

 

Ciudad enamorada, ciudad de enamorados

Miguel Ángel Mancera leyó, el pasado 17 de septiembre, su Tercer Informe de Gobierno, sin ofrecer referencias críticas que empañen su marcha invicta hacia la presidencia de la República.

Mancera quiere ser presidente, pero ignora muchas cosas. No sabe que los edificios caídos en el 85, producidos durante el periodo del Desarrollo Estabilizador, no fueron criaturas del diálogo ciudadano y el acuerdo, sino del autoritarismo y, ante todo, de la corrupción.

La prisa por las grandes utilidades no refrescó la memoria para planificar y hacer estudios previos del subsuelo, ni para comprobar la calidad de los materiales utilizados. La carrera del desarrollo económico no sabía escuchar protestas  ni objeciones en la marcha de la edificación; los dueños de las compañías constructoras, asociados con la clase política, volcaban su interés hacia la obtención de ganancias extraordinarias. En ello se cifraba su principal habilidad corruptora.

En la actualidad, corremos el riesgo de repetir el fenómeno del 85, ahora con los ciegos empeños de los dirigentes del GDF. Del periodo de Andrés Manuel para acá, la ciudad vive una extraña demencia, víctima del derribamiento y la construcción de grandes edificios. Pero con Miguel Mancera es peor.

El DF se convirtió en espacio de la acumulación de capital por despojo.

El asunto se torna complejo, porque hay actores y cómplices en demasía. Como apunta Ricardo Pascoe Pierce (Excélsior, 14-9-2015): “La irritación ciudadana con los megaproyectos urbanos aprobados por los gobiernos perredistas, desde los tiempos de López Obrador a la fecha, aunado a la total falta de planeación urbana seria y responsable por parte de la autoridad, fueron factores que abonaron a la debacle electoral del PRD en este 2015. Estos dos factores, sumados, han contribuido significativamente al deterioro de la calidad de vida de los habitantes de la ciudad. En el fondo, el modelo urbano impuesto a la ciudad por el PRD hasta la fecha ha tenido, como sello característico, el autoritarismo”.

“Para que se dé el cambio cualitativo que la ciudad exige, el nuevo orden tendrá que construirse entre todos, abierto a la ciudadanía, y no en salones cerrados. Ese es el primer reto”.

Pero la secrecía es la fortaleza que da poder a la burocracia de izquierda, entronizada en el Gobierno del Distrito Federal. Su hermetismo es el estimulante principal del aumento de las movilizaciones de habitantes afectados y puede causar nuevas tragedias, como en el 85. La historia parece repetirse. ■

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