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jueves, 2 mayo, 2024
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Museos Comunitarios, una historia de amor y resistencia

■ Alba de Papel

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

A nivel nacional es posible que el sistema de información cultural no registre con claridad cuántos existen, qué temáticas manejan, dónde están ubicados, qué calidad de museografía tienen y los acervos que poseen, si están abiertos o cerrados, desaprovechando en su conjunto, la estrategia que los promueva como garantes del desarrollo local de sus comunidades.

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Como su nombre lo indica, un museo comunitario nace con la ilusión de darle voz a la comunidad, aquella que se preocupa por fortalecer su memoria y su identidad, donde su gente tiene la voluntad de convertirse en guardián de un patrimonio disperso y olvidado, pero que está resuelta en organizarse para contar la historia de su pueblo y de sus artífices.

Hacerlo es un derecho cultural inalienable, y lo llevan a cabo a pesar de las incontables vicisitudes que tienen que enfrentar para alcanzar primero, la comprensión de sus autoridades locales, muchas veces obtusas e insensibles para corresponder al esfuerzo que estos grupos locativos realizan para privilegiar y dar a conocer la identidad histórica del lugar al que pertenecen.

El duro trabajo no termina ahí, hay que invertir tiempo personal sin paga o compensación por ello, es decir, quienes promueven un museo comunitario saben que se requiere compromiso personal y colectivo para crearlo y luchan con esa idea, en diseñar una dimensión que los represente, bajo la consigna de que si no cuidan el patrimonio se les escurre, y se pierde para siempre.

En los años noventa se abrió en Concepción del Oro, un museo dedicado a Antonio Valdez Carvajal, un extraordinario poeta zacatecano, poco difundido, con una inminente necesidad de revaloración local y nacional; su familia prestó objetos y muebles personales, al poco tiempo desapareció y no se supo más, salvo que sus promotores han seguido luchando para destacar la riqueza histórica de este pueblo minero, carcomido por la huelga y la rapacidad en sus minas.

Al parecer, también desapareció otro en la Comunidad de Nuevo Mercurio de Mazapil, fundado y protegido por un maestro universitario e integrantes del lugar, que hoy cuenta con poco menos de 250 habitantes, era de piedras y fósiles, un tema pendiente de elevada importancia por la producción de rocas y minerales, que dan vida y dan de comer a pueblos enteros de otras latitudes, pero que en Zacatecas, estos bancos son ignorados bajo el fuste del hambre y el desempleo que histórica y culturalmente vive el semidesierto zacatecano.

Dicho de paso, el querido maestro Cuauhtémoc Esparza Sánchez, autor de “Suelo metálico bajo las nopaleras”, en su texto anticipó el adalid de una riqueza pétrea ignorada, la “renuncia” a la posibilidad de crear una economía local fuerte y democrática, a la postre de la lucha de promotores empeñados en cambiar esta dolorosa realidad, que no cejan en su empeño.

La gestación de un museo comunitario es compleja, granular, silenciosa, avanza y retrocede ante las muchas carencias por contar con mobiliario adecuado, museografía digna, presupuesto para actividades lúdicas y de difusión; mantenerlo en el tiempo, es el mayor desafío, siempre a contracorriente, dependiente del agrado de la autoridad municipal, en busca siempre del respaldo institucional de las autoridades culturales en turno, para no desfallecer.

Como se sabe, dentro de las instituciones formales, no hay presupuesto que alcance, y en consecuencia, la creatividad es el mayor mérito de los museos comunitarios, a la par de una profunda capacidad de resiliencia para salir adelante; para mantenerse con dignidad y demostrar que sus esfuerzos han valido la pena.

Sin tener datos exactos, en la década de los ochenta, las autoridades federales del INAH, en respuesta al saqueo constante de piezas prehispánicas sobre todo del sureste mexicano, diseñaron la idea de convocar a los mexicanos a convertirse en custodios del patrimonio local, y así fueron surgiendo los museos comunitarios.

Nunca imaginaron la respuesta patriótica y desinteresada de cientos de comunidades del País por vigilar y proteger el patrimonio de sus lugares de origen, se vieron rebasadas y ante la falta de presupuesto y personal suficiente, los sometieron a la presión de valerse por sí mismos.

Como centinelas de su cultura, se han mantenido con dignidad, los museos comunitarios más renombrados se encuentran en Oaxaca, Yucatán, Tlaxcala, Hidalgo, Querétaro, Veracruz y Puebla; la organización ha sido medular para su conservación, así se han regionalizado y no se quedan atrás los que se encuentran en Chihuahua, Coahuila, Durango y Zacatecas.

Su mayor paradigma respecto a su historia local, quizá sea preguntarse qué es lo salvaguardable y valioso de los acervos que reúnen para fortalecer la identidad colectiva de los pueblos que conforman su municipalidad. En la Entidad, hay loables ejercicios de la reconstrucción de la memoria y de nuevos constructos para propiciar un desarrollo económico que corresponda a su esencia colectiva y al anhelo de vivir mejor.

Así encontramos en pie de lucha contra la adversidad, a museos comunitarios incólumes como el IV Centenario de Pinos, el Profr. Arturo Reyes Viramontes de Jalpa, “Juan José Ríos” de Juan Aldama, “Montesa” de Villa García, Camino Real de Palmillas, el Parque ecoturístico de Zóquite, y recientemente “Las Lajas”, también de Ojocaliente, promovido por Felipe Gallegos, un joven gestor que se convierte en promesa de una nueva generación de promotores culturales en Zacatecas.

Recientemente la Secretaría de Cultura Federal anunció una convocatoria con una bolsa económica atractiva para estos espacios, el meollo será acompañarlos en la elaboración de un proyecto planificado, una debilidad que debiera corregirse.

En lo general, es muy arduo el reto, pero también es plenamente satisfactorio y meritorio para los integrantes de los museos comunitarios, siempre convencidos de que mañana será mejor, y tienen razón, porque al crearlos, no sólo están relatando su historia, sino están defendiendo su territorio para que no muera. ¡Enhorabuena para todos ellos!

Texto dedicado al Mtro. Héctor Pascual Gómez Soto, de Jalpa, tierra del gran Rodrigo Roque, creador de la alfarería en miniatura.

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