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viernes, 26 abril, 2024
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La desigualdad, formidable obstáculo para el desarrollo

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En su libro El capital en el siglo XXI, el economista francés Thomas Piketty, despliega los resultados de una amplia investigación en los registros estadísticos de las haciendas públicas y registros de la propiedad de un número importante de países capitalistas de distintos niveles de desarrollo, que demuestra que la propia naturaleza del capitalismo conduce al incremento de las desigualdades sociales en todas partes.

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El propio presidente de EU, Barack Obama, ha denunciado en diversas ocasiones esa realidad en su propio país, la última de las cuales fue en la presentación de su proyecto de presupuesto para 2016, menos austero que los anteriores, y con aumentos fiscales para los más ricos y las corporaciones (el 1% más rico), que cargan con un 80% del incremento propuesto.

“Quiero trabajar con el Congreso para reemplazar la austeridad sin sentido con inversiones inteligentes que fortalezcan a Estados Unidos. Y podemos hacerlo de una forma fiscalmente responsable”, afirmó. En el capítulo del gasto, junto con defensa e infraestructura, el plan de Obama quiere potenciar también las inversiones en Salud y Educación, lo cual contraviene el dogma neoliberal del Estado mínimo. La propuesta se sustenta en una convicción compartida por Obama y varios economistas galardonados con el premio nobel y muchos expertos más: la desigualdad es el mayor obstáculo para el desarrollo de los pueblos por lo que es necesario combatirla con políticas públicas distributivas.

En esa materia, organismos regionales de prestigio como la CEPAL, el Colegio Nacional de Economistas, y estudiosos como Rolando Cordera y muchos otros, divulgan en diferentes lenguajes unas conclusiones que los zacatecanos debemos asumir y defender si deseamos, por fin, dar pasos hacia el desarrollo compartido:

No puede haber poderío exportador sin un mercado interno robusto, y éste no llegará sin cambios en la estructura distributiva y sin un crecimiento alto y sostenido del producto y el empleo. Con el crecimiento se abate la pobreza y puede aminorarse el peso de la desigualdad, pero ésta persistirá en ausencia de políticas destinadas a fortalecer y aumentar las capacidades de los de abajo para defender su ingreso, ejercer su libertad y fortalecer sus destrezas y visiones para actuar en el mundo del trabajo y de la política. Por ello, el primer paso obligado es la recuperación del ritmo de creación de empleos dignos, lo que no ocurrirá si se imponen como normales y aceptables la precariedad y las tasas observadas en los últimos 30 años.

Si en el pasado se habló del Estado obeso y la necesidad de su reforma, ahora tendríamos que poner en el centro la incapacidad del Estado reformado para generar visiones de futuro y de conjunto, así como para articular intereses encontrados y forjar una voluntad cooperativa y realmente mayoritaria, para recuperar el desarrollo como proyecto histórico. Sólo así, el Estado estará en condiciones de actuar por fuera y por encima del mercado para corregir sus fallas más aparentes y nocivas para el crecimiento y la equidad. Las fallas del mercado, convertidas en grietas profundas como resultado de la forma en que tuvo lugar la apertura y en general el cambio estructural de fin de siglo, no pueden ser superadas por el mercado mismo, por más abierto que se le imagine, exigen políticas y acciones reguladoras de fondo, desde el mundo laboral al de las finanzas y la organización industrial, que fueron dejadas a su suerte con cargo a una ilusoria, en realidad corrosiva, autorregulación.

La élite del poder no se ha mostrado sensible a las señales del México desigual. En la práctica se impone la visión de las élites más atrincheradas en la defensa del privilegio, y es por eso que la estabilidad financiera de la macroeconomía se vuelve dogma y verdad única. Y por ello también se entiende como tarea de Estado la contención del crecimiento en aras de la estabilidad con estancamiento que vivimos. Sin superar esta grieta política y conceptual no pueden concebirse ni diseñarse las políticas de largo plazo que reclama la agenda del desarrollo. Es ahí donde se reproduce la sociedad desigual, y la pobreza masiva se vuelve cultura.

Los mexicanos debemos asumir que donde podrá encontrarse el hilo para salir del laberinto marcado por la persistencia de la desigualdad es en un cambio progresivo de esos valores básicos que han producido esta sociedad y esta economía. Al poner en el centro lo social para combatir la desigualdad, se reivindica el papel estratégico del mercado interno, del empleo y del crecimiento económico, y entonces lo ético y lo político podrían darse la mano con lo económico, cuya transformación fue presentada como un sustituto eficiente de los valores públicos, de la concertación política y de los sentimientos morales de la sociedad.

Hoy, a casi 30 años de que se iniciara el cambio estructural globalizador, debería ser evidente la urgente necesidad de otro cambio, más que estructural, intelectual y moral. De ahí la urgencia de un nuevo pacto social que emane del reconocimiento de la sociedad desigual que es México.

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