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jueves, 2 mayo, 2024
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La democracia mexicana: encrucijada post-transición (parte 2 de 3)

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

La democracia mexicana, junto a muchas otras en el mundo, vive un momento difícil en su reputación. Se trata de un conflicto que va más allá del momento, que deberíamos ver con perspectiva histórica, cultural y en comparativa. No sólo se trata de las instituciones y su diseño, sino de nuestras propias raíces sociales.

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El Latinobarómetro, en su edición 2015, la número veinte, ha realizado ido más allá de los datos que hablan sobre democracia en el subcontinente, también abordan esta vez temas como la cultura y el aprecio de los habitantes de esta región por los valores.

Por ejemplo, han descubierto que el valor de libertad tiene poco aprecio en nuestros países, y que no sólo eso, sino que es el que menos ha crecido recientemente, dice el informe:

“El valor de la libertad está limitado por las costumbres. A diferencia de otras regiones del mundo, donde junto con crecer económicamente, ha aumentado el peso de la libertad, América Latina, ha crecido sin aumentar sustantivamente el peso de la libertad, sin desmantelar las tradiciones y costumbres que la limitan. Hay demanda de democracia, aumenta el valor de la igualdad, pero el valor de la libertad no crece. Lo que aumenta es la demanda por las garantías sociales”.

Es evidente, tanto en el mundo teórico, como en el de la realidad, que la democracia es y sólo puede ser a partir de la libertad. Que ésta es la base fundamental para que aquélla se desarrolle, sea apreciada, no sólo como el acto de una elección o decisión determinada en un lapso, para nombrar representantes. La democracia es un sistema de vida que va más allá de las elecciones, está íntimamente ligada a la dignidad humana, su respeto y promoción, no sólo de la propia, sino también de la ajena. En este sentido, la percepción social está supuesta en sentido contrario. Las garantías sociales, como bien lo menciona el párrafo transcrito, junto a la demanda de democracia, no alcanzan una función completa sin la libertad.

Es fenómeno que podríamos comparar con la etapa post-revolucionaria en nuestro país. A la conquista de derechos sociales y garantías de determinados grupos y sectores no se le agregó el respeto, la promoción o la simple tolerancia de la libertad y los derechos derivados de ésta. El resultado fue una asfixia que llevó a movimientos como los de los ferrocarrileros, los doctores o los estudiantes, todos reprimidos ante la exasperación de las élites por incomprensión de la libertad como oxígeno a toda sociedad. Lo sostengo: la democracia es imperfecta y limitada sin garantías sociales, pero es simplemente imposible sin libertad.

Cito a Octavio Paz, en su célebre Laberinto de la soledad:

“El carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desparecido todavía- y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visibles que nunca debido a las sucesivas desilusiones posrevolucionarias, completaría esta explicación histórica”.

No estamos condenados a repetir la historia, si la aceptamos y nos aceptamos con franqueza con todo y orígenes. Requerimos apostar más por la consolidación democrática, aceptar que nos dimos instituciones para formalizarla y encausarla, pero que aún nos falta el componente más importante: conciencia pública para ejercer a plenitud los derechos y deberes cívicos.

Por supuesto que ello tiene que ver con el desarrollo social y cerrar la brecha enorme de desigualdad que nos divide a unos muchos de unos pocos. Pero la democracia no promete, aunque la requiera, igualdad social, ni mejora económica. Debemos, sí, utilizarla para alcanzar ambas, pero no reprocharle a aquella que no nos las haya traído por sí misma.

La transición nos dio la oportunidad de construir un cuerpo normativo e institucional suficiente como para que podamos practicar a cabalidad, como en cualquier país con una historia democrática de siglos, las libertades civiles y políticas que conquistamos en estos últimos cuarenta años, ha llegado el momento de formar ciudadanía, de incentivar a la participación y no a la apatía.

La democracia, con todos sus instrumentos (libertades, activismo político, participación cívica, rendición de cuentas, etc.), es el camino. La demagogia, con todos sus vicios (irracionalidad, irresponsabilidad, populismo –sí, populismo-, opacidad, parcialidad, injusticia, etc.) es el extravío.  ■

 

@CarlosETorres_

 

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