17 C
Zacatecas
jueves, 25 abril, 2024
spot_img

Las manos de mi abuela

■ “…Si puedo llegar al Cielo, voy a buscar las manos de la abuela…”. Grandma´s hands, Bill Withers

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Sin querer, mi vista se posiciona sobre las manos de una abuela sentada cerca de mí, en el autobús de un viaje infinito, no veo su rostro, pero aprecio las marcadas líneas que cruzan como ráfagas sus dedos. Compartimos un mismo viaje, pero la abuela se encuentra dormida, el cansancio la ha vencido, sin duda, una vida llena de trabajo, sacrificio y esfuerzo la preceden, el áspero aspecto de sus palmas denota también el afán por construir los gruesos pilares que se necesitan para edificar una familia y que se pulen a diario con unidad, con amor, con cariño, con mucha entereza y coraje. La abuela que describo es a la misma vez, mi abuela y posiblemente, la abuela de Usted, aquella que nos rozaba la cara con mucho cariño a sabiendas que no eran las manos de una doncella las que acariciaba nuestro rostro infantil, por el contrario, pertenecían a una guerrera como las que ahora se encuentran en peligro de extinción. Las manos de la abuela representan la expresión de toda una vida, el sentir de la diaria convivencia, la formación en valores de nuestros padres y tíos, la esencia del mismo existir, de aquél que se agota cuando la abuela se retira a otros planos, tal vez a construir nuevos universos de amor, o bien, a preparar novedosos caminos por los que habremos de transitar tarde o temprano. Una abuela acuna la esperanza y el regreso a buen puerto cuando los destinos nos alejan del terruño en aras del éxito que no siempre llega. El confort que exhala de las manos de la abuela es inigualable como el agua que corre por un río; la sola cercanía con ella brinda sosiego, tranquilidad y fortaleza, sin importar lo material o inmaterial que pueda ser, su presencia nos persigue como sombra fiel, tal vez observando el pasar de nuestra vida, quizás para ser testigo de lo bueno y lo malo que hacemos y para recriminarnos si faltamos a las promesas hechas en el trayecto de la vida o ante el lecho de muerte. Abuela, qué grande eras a pesar de tu tamaño, tus manos transformaban la masa en energía y progreso, dirigían la orquesta en la que cada integrante de tu familia desempeñaba un rol distinto; mostraste entereza desconcertante ante la partida prematura de alguno de ellos, trabajabas hasta el cansancio y, una vez sentada en la silla de tus cabeceadas interminables, tus ojos se llenaban de lágrimas, tal vez por la satisfacción de tu jornada, o bien, por la melancolía que genera el desgaste físico y emocional del suplicio laboral. Señora grande que sostuviste mis necesidades de amor ante la falta de interés materno, supliste bien las ausencias, me anclaste en esta vida y me inyectaste profundas dosis de amor a mis venas carentes de cariño, de abrazos, de ternura y encantos; secaste mi llanto en aquellas noches interminables de dolor de mi alma precoz. Abuela, quién iba a pensar que eras un árbol de raíces profundas, tan fuertes que levantaste el concreto de mis avenidas diarias; recordándote a ti no puedo más que sorprenderme de lo magnífico de tu género, de lo universal de tu sabiduría, de lo enorme de tu espíritu. Envuelto en este silencio fundamental para platicar contigo más allá de los muros, quiero decirte lo mucho que te extraño como se anhelan algunos pasajes del pasado como aquellos en donde corría a tus brazos para que me tocaran tus rasposas manos que luego tuviste que llenar de bálsamos de amor, te necesito como aquellos momentos tan deseados para abrazarte y sentir el origen de mi vida tan cerca, tan real y tan sincero. Mi duelo ante tu muerte no existe porque sigues viva, continúas regañándome; fluyes en mi sangre y giras en espiral dentro de mi memoria que se resiste a creer que tus manos estarán en otro orbe esperándome para seguir deleitándonos con ese vals, aquél que con marimba te dediqué: “morir por tu amor”. Abuela eres la amalgama de muchas abuelas, eres una pausa en mi vida, una mujer incansable, admirable y perpetua. Qué falta nos haces abuela, cuando te fuiste te llevaste, sin querer, todo de raíz y me dejaste en esta aparente soledad, deseando volver a sentir tus manos, las manos de mi amada abuela.

- Publicidad -

[email protected]

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -