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viernes, 19 abril, 2024
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No sólo de pan: De la milpa prehispánica

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Por: YURIRIA ITURRIAGA •

Que se escuche quien tenga oídos y actúe quien tenga verdadera voluntad de transformar nuestra sociedad pobre de espíritu, de recursos, de voluntades y de proyectos para nuestros descendientes. Porque somos nosotros los mestizos quienes, históricamente, empobrecimos esta antiquísima sociedad, rica en todo salvo en argucias tramposas, en simulación de dádivas para introducir sentimientos de inferioridad y en tecnologías de punta, cuyo aguijón sólo inyecta destrucción y autodestrucción persiguiendo un supuesto mundo mejor

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Mientras los países desarrollados buscan deshacerse o sustituir el empleo de químicos en la cadena del consumo vital, más precisamente de los alimentos, nosotros creemos que es indispensable pasar por la misma historia que aquellos sin saltarnos etapas: primero debemos destruirnos, y sólo hasta que alcancemos aunque sea de prestado el nivel de desarrollo tecnológico de Europa, podríamos aspirar a planear un mundo mejor para nuestros hijos y colaborar en la preservación de nuestra especie. Estamos tan colonizados mentalmente que para descolonizarnos necesitamos cumplir puntalmente las etapas de los países guía. Pues sus historias de destrucción y mentiras siguen siendo nuestro modelo de desarrollo, mientras en dichos países se desarrolla velozmente una conciencia de la realidad en la que nos ven, a los tercermundistas con poblaciones indígenas de cualquier color, como ejemplos de buenas prácticas de vida en armonía con la naturaleza. Y no por ecologismo de moda, sino por las prácticas que los europeos vienen a aprender entre las poblaciones originarias de América, Asia, África y Oceanía, que sólo nosotros no reconocemos en su heroicidad, resistencia y resiliencia, mientras los que saben los interpretan como la única opción viable (ya fueron viables antes de sufrir la tecnología de destrucción occidental) para construir algo parecido a la esperanza humana que todos deseamos para nuestros descendientes.

En México se privilegia hoy la producción de granos, porque la hambruna es peor que la narcoviolencia y no hay mucho de dónde sacar lo básico para la alimentación del pueblo. Pero se sigue privilegiando el método de productividad por hectárea con base en químicos criminales para los suelos y hasta para lo que ya no crece en ellos. Como si sólo importaran los vientres llenos y la paz social, exactamente igual a la fórmula que hoy tiene a los mexicanos en el segundo lugar mundial de obesidad enfermiza con cerebros vacíos de ideas constructivas, pero llenos de superhéroes con quienes identificarse a falta de identidad propia.

Claro que debemos tener maíz propio para ser autosuficientes y poder controlar los precios de la canasta básica de las familias mexicanas, pero, ¿por qué debemos seguir las pautas neoliberales de la producción de cereales, por qué reforzar el sistema depredador del capitalismo sobre nuestros suelos productivos, en vez de actuar con imaginación y patriotismo, en cuya fórmula no entre el mercado para controlar los precios y las tasas de ganancia del capital, sino sólo el interés general con pleno empleo, suficiente producción en cantidad, calidad y variedad, sin olvidar el placer de los sentidos que aporta nuestra dieta autóctona, ni subestimar la satisfacción del productor, la fraternidad colaborativa de los tequios, la superabundancia de las pequeñas cosas que las comunidades añaden a su vida cotidiana cuando viven satisfactoriamente y en paz?

¿Por qué no nos queremos dar cuenta de que la siembra y cosechas colectivas son mejores que la tecnología del tractor y la cosechadora, no sólo en tanto que estas dos herramientas sólo sirven para los monocultivos con productividad extrema, pero el método de la milpa sirve en la conservación de las virtudes de la tierra, el uso del agua, la variedad y el volumen de la masa alimentaria producida en cantidad superior a la arrojada en terrenos iguales, sino además la milpa aporta unidad y felicidad en los seres humanos que se implican en ella?

Porque, si yo quisiera cambiar verdaderamente este país (que lo quiero), el trabajo campesino colectivo y la vida solidaria comunitaria son la mejor arcilla para esculpir el cambio verdadero: con base en el pleno empleo (incluyendo el regreso de los exilados), mediante una educación sustentada en la verdadera historia de México, con el derecho a la salud y el ejercicio de una militancia política, ética e informada, comenzaría lo que no osamos llamar por su nombre: una revolución virtuosa que transformaría al país no por decreto ni por los dirigentes políticos, sino con las bases conscientes. O sea: una verdadera revolución que llamamos transformación por pudor o miedo.

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