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jueves, 2 mayo, 2024
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Nicolás Copérnico: el genio que expulsó a la Tierra del centro del Universo

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Por: Juan Manuel Rivera Juárez • Elva Cabrera Muruato •

Nicolás Copérnico aniquiló al sistema que suponía que la Tierra era el centro del universo, es de precisar que no fue el primero en hacer tal planteamiento, pero sí el más contundente; mil setecientos años antes, lo intentó el griego Aristarco de Samos. Ambos proponían al Sol y no a la Tierra como el centro del universo. Su visión abrió las puertas a una revolución sin precedentes en la historia del conocimiento humano.

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Copérnico escuchó por primera vez de Aristarco, en Italia, a donde viajó para estudiar Derecho Canónico y Medicina. Durante el día acudía a la prestigiosa Universidad de Bolonia en donde aprendía las doctrinas de las leyes de la iglesia y del arte de curar. Cuando Nicolás estudiaba en Bolonia, la idea de una Tierra en movimiento flotaba en el aire desde hacía varias décadas. Su maestro de Astronomía era Doménico María de Novara, un profesor muy apreciado por todos, cuyo ingenio era ampliamente reconocido. La huella que dejó en Nicolás fue profunda.

Aparentemente, Nicolás vivió en la casa de Doménico, de modo que debió estar muy familiarizado con las ideas y los métodos de su maestro. Doménico le enseño los secretos de la astronomía al tiempo que le ayudó a descubrir su verdadera vocación. Muchas fueron las noches en que Doménico y Nicolás observaron el cielo y hablaron sobre la necesidad de reformar la astronomía. Inevitablemente, el joven polaco comenzó a apasionarse por los misterios del firmamento y a observar con mayor detalle, al lado de su casero, los fenómenos que le intrigaron sobremanera y le dieron mucho qué pensar.

“Recuerdo con emoción la noche del 9 de marzo de 1497, a las cinco de la mañana, cuando en compañía de mi maestro, tuvimos la ocasión de observar cómo la parte obscura de la media Luna ocultaba ‘la estrella brillante de las Híadas’, que hoy conocemos como Aldebarán en la constelación de Taurus –eclipse de Luna sobre la estrella Aldebarán–, fue tanta mi fascinación que a partir de entonces miraba al cielo a todas horas, observaba detenidamente el movimiento caprichoso de los planetas y las estrellas y cuanto más miraba más incongruente me parecía la teoría geocéntrica de Ptolomeo, quien defendía que la Tierra era un globo inmóvil entorno al cual giraban todos los astros del firmamento. Fue entonces cuando Doménico me habló del griego Aristarco, quien tres siglos antes de cristo se aventuró a sugerir que era el Sol y no la Tierra quien ocupaba el centro del universo”. Los datos de esta observación le servirían años más tarde para confirmar la hipótesis sobre el movimiento de la Luna, que expone en el libro De Revolutionibus Orbium Coelestium, su obra cumbre.

El astrónomo y matemático Aristarco jamás pudo probar su teoría y eso fue precisamente lo que Copérnico se propuso hacer –esta idea, tomada de las enseñanzas de Doménico, había empezado a darle vueltas en la cabeza desde que estudiaba en Bolonia en las postrimerías del siglo XV–, carecía del instrumental apropiado, pues aún no se había inventado el telescopio, pero el joven polaco contaba con dos excepcionales herramientas: la lógica de la matemática y la fuerza de la razón. Realizó infinidad de cálculos y diagramas y comprobó que la teoría de Ptolomeo valía para explicar la posición de la Luna y el Sol respecto a la Tierra, pero que era imposible acoplarla al extraño movimiento de los planetas, en esa época solo se conocían cinco y se convirtieron en una obsesión para Copérnico.

Producto de las observaciones y deducciones, el sistema de Ptolomeo le parecía cada vez más insatisfactorio. No tenía que ver con que fuera complicado; también resultaba desproporcionado y poco elegante. Para Copérnico, el engorroso sistema tolemaico no podía ser una representación fidedigna del mundo real. Platón y los pitagóricos exigían que la descripción del universo fura simple y elegante como un teorema de geometría, por decir. Además, las variaciones de velocidad implicadas en el uso de ecuantes eran simplemente inadmisibles. “La mente retrocede horrorizada ante tal posibilidad”, escribió Copérnico en el prefacio del libro de las revoluciones. Definitivamente Aristarco tenía que estar en lo cierto: la Tierra se mueve alrededor del Sol y éste es el verdadero centro del universo.

Si bien Copérnico no se destacó como un observador excepcional, son particularmente interesantes, en las observaciones planetarias que acumuló, entre 1509 y 1520, las relacionadas con el planeta Marte. A este astro lo veía algunas veces como una estrella muy brillante, casi roja, mientras que otras, lo distinguía como un punto mucho menos luminoso. Infirió que aquella variación de luminosidad sólo podía deberse a una gran modificación de la distancia que existe entre Marte y nuestro planeta. Según la teoría de Ptolomeo, los planetas, al desplazarse sobre los epiciclos, no se encuentran siempre a la misma distancia del centro del mundo, la Tierra. Pero estas diferencias entre la mayor cercanía y el máximo alejamiento no eran grandes, en términos relativos, mientras que el cambio en la luminosidad apreciada en Marte era sustancial.

Copérnico pasaba noches enteras sin dormir intentando descifrar el misterioso baile de los planetas, Mercurio y Venus salían siempre cerca del horizonte, unas veces por la mañana y otras por la tarde, pero nunca brillaban en lo alto del cielo; los otros tres, Marte, Júpiter y Saturno, eran aún más complicados. Cada uno describía un círculo completo en el firmamento de oeste a este, pero sus trayectorias no eran constantes, en cada revolución había un momento en que deceleraban, daban marcha atrás y viajaban en sentido contrario. Marte lo hacía una vez por cada vuelta; Júpiter, con un círculo mayor, doce veces, y Saturno, a un ritmo de treinta veces por cada revolución.

Para explicar este anómalo comportamiento Ptolomeo había propuesto un complicado modelo de círculos, unos amplios llamados deferentes y otros pequeños denominados epiciclos; según el sabio griego, los planetas se movían en la circunferencia de estos últimos, que a su vez giraban en torno al círculo mayor, pero a medida que se fueron ampliando las observaciones astronómicas, la teoría comenzó a fallar. Se requería de verdaderos milagros para acoplar los cálculos matemáticos, he incluso así, quedaban infinidad de enigmas sin aclarar; fue entonces cuando Copérnico introdujo una pequeña pero crucial modificación en la teoría: tomó al Sol y no la Tierra como punto de referencia, y sorprendentemente todo encajó.

Copérnico asumió que la Tierra rotaba sobre su propio eje y giraba en torno al Sol, visto así, era muy fácil explicar el movimiento retrógrado de los planetas, puesto que el nuestro describía un círculo menor, llega un momento en que adelanta a los otros, y desde aquí tenemos la sensación de que Marte, Júpiter y Saturno daban marcha atrás; partiendo de esa base halló también una explicación para el comportamiento de los dos planetas interiores, ambos siguen siempre al Sol y desde la Tierra no se pueden ver más que a una cierta distancia, por eso Mercurio y Venus sólo aparecen por la mañana y al atardecer, cuando la segadora luz solar está oculta tras el horizonte.

Con tantas observaciones y registros, Copérnico elaboró con relativa rapidez la nueva teoría pero no se atrevió a publicarla, sabía muy bien que el modelo de Ptolomeo era poco menos que un artículo de fe y que era sumamente arriesgado contradecir a la Iglesia, una institución que dominaba todas las esferas del poder, sólo al final de sus días, y gracias a la presión de sus discípulos, Copérnico se animó a editar el manuscrito, recibió el primer ejemplar el mismo día en que murió, en mayo de 1543; según cuentan las crónicas sólo pudo leer el título “Sobre la revolución de las esferas terrestres”.

Afortunadamente su vista cansada le ahorró la humillación de leer el prologó, en el que un autor anónimo negaba la validez de la teoría, la presentaba como una especie de truco matemático para simplificar el cálculo de los movimientos planetarios y en ese momento el mundo no estaba preparado para aceptar que la Tierra, y por lo tanto el hombre, es sólo una minúscula fracción de la inmensidad del universo.

Sé parte de la Unidad Académica de Ciencia y Tecnología de la Luz y la Materia (LUMAT). Informes: http://lumat.uaz.edu.mx/; https://www.facebook.com/LUMAT.UAZ; https://twitter.com/LumatUaz.

*Docente Investigador de la Unidad Académica
de Ciencia y Tecnología de la Luz y la Materia. LUMAT.
*Docente Investigadora de la Unidad Académica Preparatoria.
[email protected]

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