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jueves, 2 mayo, 2024
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La palabra como espejo de una condición abisal: Poesía y filosofía a partir del Naufragio vertical de Felipe Vázquez

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 604 / Poesía / Filosofía

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Poesía y filosofía abrevan en la misma fontana de la creación humana abisal, y aunque recorren distintos medios lingüísticos y fines retóricos, su cercanía y su retroalimentación han ido de la mano por lo menos desde los tiempos del budismo, Heráclito y Platón. Ambos ahondan en la herida de la existencia como fuente primordial de sentido. El logos filosófico elucida y dilucida la humana raíz de luz, pero sobre todo sus penumbras y claroscuros. Escarcea e interroga sin fin, la problematización e indagación radical es su sentido, signo y designio. Renovar las preguntas del ser es el quehacer del pensamiento de cada época.

Por su parte la poesía es un canto y una plegaria que por medio de imágenes y recursos estílisticos y retóricos ahonda y merodea el ser y en particular el ser humano. Y aunque no deja de interrogar, su cometido es apalabrar de sentido lo innombrable e inasible de la existencia. Mediante la belleza estética la poesía nombra el misterio del mundo y del hombre. Poesía y filosofía son creaciones intelectuales lingüísticas y existenciales. Y en sus momentos verdaderamente creadores buscan dar cuenta de la condición humana limítrofe, ambas se ciñen y constriñen a una libertad vuelta necesidad; lejos de toda argucia retórica o sofística. Poesía y filosofía son formas de habitar y encarar el enigma de la existencia impenetrable. La poesía busca hacer justicia mediante la palabra justa: ajustar la palabra al ser como acontecer poético creador. La justicia poética está muy lejos de ser creación arbitraria, por más experimental y vanguardista que pretenda serlo. La filosofía busca que la palabra sea la expresión misma de la estructura del mundo y de nuestros pensamientos y acciones. Es lo que se suele denominar “lo trascendental” que no es otra cosa sino dar cuenta de la experiencia humana y las condiciones que la hacen posible, pero también hay una búsqueda de lo trascendente, de los fines últimos de todo y de todos: una búsqueda normativa y axiológica por poner orden al desorden reinante; que lejos de una prédica en el desierto y una creación de abstracciones ilusorias intenta crear un sentido a lo humano que es por su misma condición sin sentido y sin finalidad. Así pues la belleza estética y la verdad filosófica no son sino dos estrategias de asumir el caos y la inesencialidad de nuestra existencia. Por eso es que poetizar y pensar no son sino dos aristas de una misma búsqueda antropológica, ya anticipada en la religión y otras formas de animismo primitivo –que dista mucho de ser algo simple o pueril.

Poesía, religión y filosofía son algunas estrategias fundamentales para confrontar la ausencia radical de sentido, por eso es que en sus momentos cúspides desembocan en una conciencia limítrofe en el desfiladero del silencio. La opacidad del mundo se revela como muro infranqueable de toda construcción de sentido posible. El poeta nombra mediante la escritura esa imposibilidad, todo poeta tiene que responder y corresponder con ese muro infranqueable. Asimismo el místico, ser abismado en la nada de Dios que no es sino la nada del ser mismo, tiene que confrontarse con el silencio como límite y posibilidad de toda experiencia humana religante. Por su parte el pensador, el auténtico pensador que no es un erudito o profesional de la filosofía, tendrá que confrontarse con los límites del pensamiento y de la palabra que no son sino los límites de una condición humana fronteriza. Palabra, silencio y pensamiento se revelan como un mismo umbral fronterizo de una condición humana fronteriza.

 

Conocí a Felipe Vázquez hace un par ya de décadas, él era un joven escritor con obra publicada y yo apenas un adolescente con inquietudes y aspiraciones literarias. Charlamos sobre Juan José Arreola, la literatura mexicana y el centralismo cultural que, aún por desgracia, se padece en México. Nos hicimos amigos y no supimos ninguno del otro durante largo tiempo, pero un día, un amigo en común me dijo que estaría en un evento literario con Felipe Vázquez y le dije cómo fue que lo conocí, luego se reestableció la comunicación; al menos en eso las redes sociales aportan algo. Y justo iniciando el año me llegó por paquetería un regalo con dos obras suyas: El naufragio vertical (Zinacantepec, Secretaría de Cultura, 2017) y Cazadores de invisible (Toluca, FOEM, 2013). Poesía y crítica literaria, respectivamente, de excelente manufactura en ediciones muy cuidadas.

El Naufragio vertical es un libro arriesgado, tanto más por que se presenta con ropajes clásicos abrevando en la tradición lírica hispánica fundacional, pero también estableciendo vasos comunicantes con otras tradiciones poéticas diversas. Hay desde Julio Torri, Gilberto Owen y Juan José Arreola una larga tradición sobre metáforas y recursos náuticos en nuestras letras mexicanas. Y sobre lo vertical cabe recordar la poesía vertical de Roberto Juarroz y la tradición más antigua que le precede en el Libro del Zohar o libro del resplandor. Asimismo en, quizá uno de sus ensayos más logrados, Naufragio con espectador, el pensador y filólogo alemán Hans Blumenberg da cuenta del naufragio como condición humana esencial a la deriva. El discípulo herético de Heidegger hace una distinción entre el naufragio antiguo y el naufragio moderno; el hombre antiguo tenía la posibilidad de darle un sentido y un orden al viaje humano, el moderno carece de sentido y de finalidad trascendentes. Estas reflexiones vienen como anillo al dedo a la obra de Vázquez quien poetiza nuestra humana condición desde la fisura, la herida, la finitud, la llaga y la nada como fundamentos desfondados de nuestro ser. Y lo hace como los poetas saben hacerlo mejor por medio de poemas breves y elípticos que se aproximan a nuestra condición liminal.

Aprende el arte y déjalo aparte: el autor se nutre de la tradición de poetas pensantes que van de Homero y Séneca, El libro de Job, San Juan de la Cruz, Quevedo, Garcilaso y Góngora hasta llegar a los Contemporáneos, pasando por Borges y Lezama, Arreola, Efraín Huerta, Octavio Paz, Miguel Hernández, César Vallejo y otros muchos más. Pero importa menos lo que ha leído que cómo lo ha hecho y cómo lo ha asimilado. Y el trabajo de asimilación artística es un trabajo hermenéutico de aprender a digerir selectivamente, Nietzsche lo dijo con claridad meridiana: leer consiste en el arte de rumiar. Leer y escribir con el cuerpo y sus afectos y efectos expresivos. También se percibe en la obra cierta influencia nietzscheana vía Unamuno y Zambrano, tal vez me equivoque, pero hay ciertas coincidencias y paralelismos que no se pueden obviar. En todo caso El naufragio vertical es una obra que explora y ahonda en las cimas y simas de nuestra condición. Sus preguntas tienen la forma del dardo aforístico que justo da en el blanco de la existencia humana. Desde el inicio abre fuego con una declaración de principios heurísticos en el poema titulado “Tu silencio por dentro me erosiona” (16):

 

Al seguir mis huellas vuelvo a la sequía,

el muro donde el cardo sabe a cerradura. 

El entonces un asomo de ciudad entre la arena

y el será un acaso de cenizas –una loba

arrastra el cadáver del tiempo hacia la historia.

 

“Te llama desde el frío una mujer y cruza el muro”.

Tajaría la carne calcárea de lo real, pero la daga

se alza muro en los pliegues de mi voz, el signo

encarna en sus fisuras. Mi palabra

espiga donde el ser segrega lejanía.

 

El poeta nombra el ser desde la nada que se desploma y disemina por doquier. La escritura forcejea en los umbrales de lo posible, tartamudea signos y designios casi indescifrables. En este casi se juega el todo por el todo. La existencia humana florece el milagro absoluto en medio del abismo de la nada: del nacimiento y de la muerte. Se abisma en un devenir histórico-social donde la existencia humana se diluye, justo donde las aguas funden sus caras en la cara de la muerte –el poeta lo dice mucho mejor, esto es una paráfrasis inexacta apenas. La caída del ser es caída en el tiempo y en su relato que lo funda. Escritura y real se confrontan y se afrontan en el desafío trágico y mortal de un encuentro en tierra de nadie, claro está, el poeta sabe que solamente nos queda el naufragio, la recaída en el lenguaje como máscara estética que da forma estética al terror innombrable. En el umbral de todos los umbrales, donde el ser sin asidero nace como ser para la caída en el abismo sin fin y sin finalidad, apunta en “El hoy en su nadir se petrifica” (88): “Naufraga la brújula del ser / y en ella naufragamos, el navío / fue un lirismo de la ser. Antaño carne del timón, errada carne del timón / al potro del timón”. Sombra sin raíz, oquedad tensada acaso por la muerte e infortunio, nuestro ser es la deriva y nuestro acontecer el despeñadero interminable. La herida no cesa de prodigar palabras iluminadas por la aurora en medio de la noche más oscura. El poeta se aferra a la zarza ardiente como última salvación postrera. Todo pasa, hasta la ciruela pasa, pero acaso algunos versos del poema, ya sin nombre ni autoría, permanecen. La audacia de la poesía nos lleva de la esfera de la experiencia humana a sus fronteras limítrofes, apunta al orden infinito de lo trascendente en estado puro. Como dijera Borges, el poeta no importa, solamente la poesía y lo mejor de la poesía es obra del espíritu humano. Felipe Vázquez, en algunos momentos epifánicos de algunos versos, ha sido un feliz testigo y escribano de ese espíritu creador; qué más se puede pedir en estos tiempos de miseria y nihilismo reinantes.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_604

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