El gobernador de California lo dijo con pocas palabras al final de su intervención en el Senado de la República: “se los van a comer vivos”; es decir, dejar entrar a los lobos de las compañías petroleras transnacionales augura un futuro arrepentimiento porque dichos señoríos van a desplazar la actual influencia política de los poderes económicos nacionales, con lo cual se modificará el mapa del poder en México. Ese nuevo mapa pondrá los centros de decisión aún más alejados del país. La pretensión que nació a finales de los 70 de convertir a la industria petrolera en un motor del desarrollo nacional se ha esfumado, sobre todo porque una vez que la reforma se empate con los tratados internacionales, las decisiones sobre el sector ya no podrán ser de competencia interna, sino que pertenecerá a otro ámbito, con lo cual habremos perdido la soberanía en uno de los componentes esenciales de la planeación económica del país.
Una vez que inicie la competencia de Pemex con las compañías extranjeras, irá perdiendo poder y con ello los ingresos del Estado se verán también mermados; con la noticia adicional de que las extranjeras están siendo aventajadas porque su esquema fiscal es paradisiaco. Si la empresa nacional pierde poder y las extranjeras no aportan recursos considerables, las finanzas públicas se verán afectadas. Y si además el modelo hacendario continúa sin afectar a los grandes capitales, significa que los sectores medios de la población recibirán mayor presión fiscal. A su vez, si esta población es la que sostiene el consumo del mercado interno, es fácil prever una desaceleración en toda la actividad económica del país. Es cierto que es muy importante despetrolizar poco a poco las finanzas públicas, pero a cambio de ir construyendo un modelo hacendario donde la captación se estructure de forma progresiva, lo que significa que sean los grandes capitales los que más aporten. Pero si no es así, las consecuencias económicas son enormes.
Con la figura de Ocupación Temporal le arrebatan a México el dominio sobre sus riquezas naturales, y abren la puerta a la desestructuración de la sustentabilidad patrimonial, con lo cual se inicia una serie de consecuencias socio-ambientales inciertas: ¿cuál será la reacción de los núcleos de personas afectadas (sobre todo las comunidades indígenas) y qué va a provocar esa modificación en términos ambientales? El gobierno actual se convirtió en aprendiz de brujo. Está provocando muchas reacciones que no podrá controlar. Recordemos que la reforma es para estimular al máximo la extracción de crudo y gas, y ese máximo de explotación desatará consecuencias ambientales negativas en cadena, sin que la nación se vea beneficiada. Los poderes que se han dejado entrar no tienen preocupaciones sociales o vocaciones sustentables: son depredadores brutales del planeta. Si la bestia de siete cabezas entra a succionar nuestra riqueza, no saldrá por propia voluntad. Y ya se firmó su ingreso.
