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miércoles, 8 mayo, 2024
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La reconquista

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

■ Inercia

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Nuestro estado, que se caracteriza por ser uno de los mayores productores de plata (principalmente) en el país, es también epítome de la condición social que nos circunda; se trata de una nueva conquista, que en poco se diferencia de la históricamente datada en el siglo 15.

Es ésta, por ser silenciosa y casi imperceptible, creemos tener libertad, estabilidad e identidad. Sin embargo, la crisis económica y moral que nos rodea evidencia lo contrario.

 

Tierra y ¿libertad?

En las novelas de la literatura mexicana del siglo 19 existe una relación, casi romántica, de los personajes con el espacio en que se desenvuelven las acciones, dada por una categorización del hombre como extensión de la naturaleza… De hecho, a las obras creadas en esa época se les suele etiquetar como naturalistas o realistas.

A principios del siglo 20, cuando surge la denominada “novela de la Revolución”, la correspondencia hombre-naturaleza está íntimamente ligada a la concepción de identidad, puesto que la tierra es presentada en el sentido de pertenencia o de nación.

De esta forma, en Los de abajo por ejemplo, los personajes se inician en la guerra revolucionaria a causa de haber perdido o haber sido expulsados de la tierra que trabajaban; en la novela de Azuela, el líder de un grupo de rebeldes, Demetrio Macías, narra: “Yo soy de Limón, allí, muy cerca de Moyahua, del puro cañón de Juchipila. Tenía mi casa, mis vacas y un pedazo de tierra para sembrar, es decir, que nada me faltaba.” Y con esto, lo primero que hace es autoafirmarse, saberse como alguien que pertenece a un lugar determinado, es decir, a un pedazo de tierra: Limón. Lo segundo es exponer que, con una tierra en la que sembrar, se completa su idea de felicidad.

La tierra desde siempre ha significado el espacio para ser. Sin un lugar físico el cuerpo no puede pertenecer a nada. Como individuos sociales requerimos siempre la pertenencia a una familia, a un grupo, a un territorio, a una nación.

Por infortunio no sólo en la ficción encontramos estos ejemplos; tristemente la realidad nos rebasa. Baste recordar a los habitantes de Salaverna, a quienes les han arrebatado sus hogares de formas viles por correr con la mala suerte de vivir cerca de una importante mina.

Al revisar las cifras que ofrecen los portales de gobierno, respecto a la minería zacatecana, es impresionante comprobar que, de todas las minas existentes ninguna pertenece por completo al país; en su mayoría pertenecen a Canadá y Estados Unidos.

¿Podemos decir que nuestro territorio nos pertenece o que pertenecemos a este territorio? Está en curso una reconquista silenciosa orquestada desde hace ya varias décadas, no sólo en Zacatecas sino en el país, de vender la tierra al mejor postor sin que medie la salud y el bienestar del pueblo; en otras palabras, estamos siendo desterrados y arrojados a los laberintos del averno, y lo peor es que nos damos cuenta hasta que ya estamos ahí.

 

Época de crisis

Dice Alan Moore que en épocas previas a guerras o ante la violencia, la sociedad suele evadirse rememorando tiempos pasados, porque en el pasado encuentra cierta tranquilidad ya que es algo inamovible. De igual forma, según Moore, hay una exaltación de la sexualidad.

Esto puede ser comprobable por ejemplo en los años que antecedieron la Segunda Guerra Mundial, pues fue cuando se publicó el libro Eros y civilización, de Herbert Marcusse, mismo que marcó a toda una generación para la búsqueda de la libertad sexual.

Y es que, parece necesario que ante la barbarie, tratemos de encontrar refugio en los estados naturales, como en el placer, pero también es cierto que por lo general, se trata de un placer individual.

En nuestra época, tanto el aspecto erótico cuanto el sexual están cobrando un peso fundamental en nuestra cotidianeidad. La publicidad, las lecturas o aquello que vemos en la televisión tienen una fuerte carga de contenidos sexuales, muchas veces explícitos así como también permean las remembranzas de otros tiempos… Ambas características tienen como fondo un tema mucho más delicado, que es el de los cuestionamientos de identidad.

En esta época de crisis, lo normal es cuestionar el propio ser, cuestionar a la sociedad y tratar de explicar o en el peor de los casos justificar lo que ocurre a diario. Así, es común la preocupación por encontrar culpables en los prototipos culturales que han prevalecido a lo largo de la historia como los “malos” de la película. Y no es que no existan villanos a quienes señalar, sino que el problema rebasa por mucho esa cuestión.

Eso de buscar la fisonomía de ciertos personajes, tal cual se hace en la literatura, con descripciones detalladas de la psique y del físico de tales enemigos, es una actividad que no siempre rinde frutos…

Más allá de refugiarnos en un espacio lejano que sí nos pertenece de forma individual, como lo es el pasado o la sexualidad, o de señalar al otro como culpable, es necesaria la configuración personal de nuestro papel en todo el engranaje, de nuestra pertenencia real a la presente historia y la liberación de la misma. ■

 

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