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jueves, 2 mayo, 2024
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Quién es el que anda ahí [Primera parte]

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Por: MARÍA ISELA SÁNCHEZ VALDEZ •

La Gualdra 265 / Música

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Lo más que recuerdo es que cuando yo nací él ya estaba ahí, cantando desde el radio primero y después en la vieja consola Phillips tras el girar de aquellos enormes discos negros. Más tarde vino el preescolar y también por ahí anduvo conmigo. Y en la primaria, y después, y toda la vida. Sé que seguirá aun cuando yo me vaya y eso no me molesta. La trascendencia corresponde sólo a espíritus nobles. Acepté sin cuestionamientos que fuera grillo, que cantara y que se llamara Cri, Cri (onomatopeya precisa). Pero nadie me decía ni cómo, ni cuándo fue que comenzó todo, hasta que un día, una voz desde un disco ya no negro sino plateado, ni enorme sino pequeño y ligero me contó que:

 

“Cri Cri es un señor que una vez fue grillo, un grillito que vivía en campos y bosques tocando su pequeño violín. ¿Por qué se volvió señor? Pues porque cuando era grillo la vida de Cri Cri estaba llena de peligros; si por la noche se acercaba a alguna casa tocando una serenata, no faltaba durmiente irritado que le arrojase cuanto hay de arrojadizo, ¡pum! o si Cri Cri se atrevía entrar en alguna habitación con afán de lucir su arte, las damas asustadas por su aspecto, pedían a gritos la ayuda de una escoba, de una bomba insecticida o hasta de la misma policía ¡Auuu, auuu!

Sí, ser grillito estaba lleno de inconvenientes, por eso Cri Cri se volvió señor, un señor del tamaño más grande posible, para quedar a salvo de pisotones, escobazos y lluvias insecticidas. Siendo ya señor Cri Cri procuró imitar a los demás señores refrenando su intenso deseo de caminar a saltos y de morder la ropa de algodón.

Pero su alma siguió siendo la de un grillo amante del violín y afecto a visitar los hogares para narrar con música las aventuras que le ocurrieron en lejanos lugares desconocidos. Podría preguntarse ¿cuándo sucedió esa transformación de grillito a señor? La respuesta carece de importancia, si fue hace mucho o hace poco, Cri Cri mismo lo ignora. Los milenios, los siglos, los montones de años con todavía más montones de días, horas y minutos nada significan para él.

Cri Cri asegura que el tiempo comenzó cuando su abuelo adquirió un reloj de péndulo que todavía hace tic, tac en un rincón del comedor, por mucho que se columpie el péndulo de ese reloj, más rápida se agita la cola de un perro. El tiempo es una cadena de sucesos y eso de la edad es una cosa muy relativa: un nietecito preguntó a su abuela: —¿Cuántos años tienes?—, —veinte— mintió la anciana sonriendo. ¡Oh, —exclamó el niño— yo creía que eras más joven! Cri Cri está convencido de que las abuelitas no son damas viejas sino muchachas antiguas, casi siempre con el don maravilloso de saber contar cuentos, mas, por qué se ven las abuelitas así, por qué… Ojalá alguien pudiera explicarlo…”.[i]

 

Di por qué dime abuelita, di por qué, eres viejita, di por qué, sobre las camas ya no te gusta brincar.

La voz no paraba su relato al que adjunto sumaba y sumaba canciones. Luego ya no fue posible olvidarlo. Ahora, aunque vamos en más de un centenario de su nacimiento, uno tiene la certeza de que es el grillo más viejo del mundo y de que sabe que siempre se mantendrá con el alma infantil e imperturbable ya que crecer no está entre sus planes. Su nombre de acá: Francisco Gabilondo Soler; optó por irse a vivir definitivamente a otro lugar -que tampoco está en el atlas- el 14 de diciembre de 1990 so pretexto de un paro cardiaco a los 83 años según nuestras reglas médicas. Su mega infancia se quedó en el gran personaje de cuya vida la voz continúa explicándome:

 

“La gente adulta, las personas ya crecidas son incomprensibles y sus juegos habituales carecen de sentido. ¡Tal es la opinión de Cri Cri! Los mayores casi siempre se divierten con un juego que llaman comercio. El comercio se juega así: dentro de la tienda hay un largo mostrador detrás del cual hay una señorita o un joven que se pasan el día mirando hacia la calle, entran otras personas a cambiar dinero por objetos poco interesantes que rara vez son dulces o juguetes; el que entró vuelve a salir con su paquete y el vendedor guarda el dinero en un cajón. ¿Para qué lo guarda? Con lo bonito que es arrojar las monedas al riachuelo, para verlas brillar en el fondo como peces redondos. Ese juego de cambiar dinero por cosas que no son ni golosinas, ni muñecos, lo repiten sin cansarse jamás, y lo que es peor, los jugadores nunca ríen.

Hay otro juego de grandes que llaman velada literario–musical. Lo juegan así: se llena un salón de gente sentada, una señorita canta algo muy agudo como si acabara de ver un ratón: ¡Aah, ha, ha, ha, aaaah! Después canta un señor con voz tan baja que recuerda un toro amarrado: ¡Muriendo de amor en tus brazos, mujer, muu, muu! Suele terminar el juego con otro señor más que dice versos, pero moviendo tan solo las manos y los brazos. Si el declamador agregara alguna voltereta a su recitado parecería más bonito su acto. Al final todos los sentados aplauden, pero tampoco ríen.

Cri Cri no puede comprender tanta seriedad, él prefiere los juegos de los pequeños, en los que sí hay carcajadas y se corre, se salta, se grita y nadie queda quieto. Cuando un niño inconforme asegura que ya quiere ‘ser grande’ Cri Cri emplea toda su elocuencia para demostrarle que eso de crecer es una pérdida de tiempo. Además para crecer hay que soportar años terriblemente largos, hasta la fecha han sido infructuosos los esfuerzos de los astrónomos para que la tierra gire más aprisa alrededor del sol. El día que lo logren los años serán más cortos y frecuentísimas las fiestas de aniversario con pasteles, tartas y lindos regalos. Con nuestros años tan largos mucha gente se aburre hasta el bostezo. Aquéllos que trabajan nunca se hastían —¡si es que de veras trabajan!—. Pero los desocupados, no sabiendo cómo usar el tiempo, caen en el tedio, ignoran el placer que entraña una activa cacería de moscas, no se les ocurre rascarse la barriga (movimiento especial que dio origen a la guitarra tra, ra, ra, ra). Y ni si quiera contemplan las nubes algodonosas para observar los perfiles cambiantes que semejan cabezas de gigantes o animales fantásticos. A lo más que se esfuerzan los ociosos si tienen con qué, es a meterse en algún sitio nocturno como el barril desvencijado, establecimiento donde comen por dos, beben por cuatro y les cobran por ocho…”. [ii]

Y el tanguito de “Che araña” es cantado… y bailado… y sentido por mí.

 

 [Continuará]

[i] http://www.cri-cri.net/Cuentos/002.html

[ii] http://www.cri-cri.net/Cuentos/004.html

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-265

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