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jueves, 2 mayo, 2024
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Cada vez son menos los jóvenes los que se interesan en seguir el oficio de zapatero

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Por: RAFAEL DE SANTIAGO •

■ Lleva Javier Carrillo 18 años dedicado a esta actividad; atiende su negocio en el Centro Histórico

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■ Las mujeres son los mejores clientes; piden tapas o que queden bajitos los zapatos de tacón

Dice el dicho: “Zapatero a tus zapatos”. Así fue para Ricardo Javier Carrillo Barrios, quien se ha dedicado a este oficio desde hace 18 años y actualmente trabaja en el negocio El Socio, localizado en el Centro Histórico de la capital del estado.

Aprendió lo que sabe gracias a su padre, quien también se dedicó a este oficio y quien influyó en Javier y en tres de sus hermanos. Revela que el nombre de El Socio viene porque su padre le llamaba “socios” a sus amigos y compañeros que se dedicaban a la reparación de calzado.

Javier opina que el oficio de zapatero ha ido desapareciendo, pues la mayoría de los zapateros actuales son adultos mayores, y son pocos los jóvenes que quieren aprender a arreglar calzado.

Además, quienes van aprendiendo tienen poca experiencia. Señala que no desaparecerá el oficio, pues muchas personas requieren en ocasiones una compostura de su calzado, sobre todo las mujeres, quienes son los mejores clientes para todo zapatero, ya que piden que se les arreglen tapas o que queden bajitos los zapatos de tacón.

“Para ser zapatero se necesitan ganas, saber hacer bien las cosas para lograr que el cliente se vaya contento. Aquí ha venido de todo, desde políticos o funcionarios, todos requieren el servicio”, dice el zapatero.

Aunque tiene un hijo, no le gustaría que viviera de zapatero, pues preferiría que estudiara y se formara como profesionista pues aunque es un oficio noble, no se cuenta con un sueldo seguro y no se tienen las prestaciones que podría tener un profesionista.

Cuenta que su padre, Juan Carrillo Soto, originario de Abasolo, Guanajuato, decidió desde joven emigrar hacia el norte del país. En Nuevo Laredo consiguió trabajo en una fábrica de calzado, donde armaba botas para hombre.

De ahí comenzó a hacer botas sobre medida y también realizaba la reparación de zapatilla, bota y zapatos. Sus conocimientos los transmitió a 4 de sus hijos, quienes siguieron sus pasos.

“Desde que nacimos andamos en esto. Aunque mi padre nos inculcó el estudio, quienes no seguimos en la escuela nos metimos de lleno al oficio y nos metió a trabajar en esto”, recuerda Javier.

Cuenta que en el pequeño taller donde inició su padre había un mandril, que es un trozo de madera en triangulo, con una barra de hierro, donde lijaba y sacaba brillo a los zapatos, y poco a poco fue adquiriendo máquinas.

Su padre consiguió un local en el municipio de Calera, donde trabajó cerca de 8 años. Después consiguió un lugar en Nuevo Laredo, pero luego regresó y consiguió un lugar en el mercado Roberto del Real, en la colonia Díaz Ordaz.

Volvió a Laredo, y uno de sus hermanos se quedó en el taller. Luego cambió el local de la colonia Díaz Ordaz a la calle Genaro Codina, en el que también llegó a atender a sus clientes. Ahí permaneció unos años, y luego se cambió al municipio de Guadalupe.

Desde pequeño, Javier fue ayudando a su padre, y una de sus primeras tareas era bolear los zapatos, a quitar las tapas a zapatos de hombre y mujer y a desarmar algunas piezas. Su padre se dedicó a pintar chamarras, a arreglar bolsas de piel, y posteriormente regresó a Nuevo Laredo, donde adquirió parte de su maquinaria, y volvió a Calera.

A los 17 años, Ricardo se dedicó de lleno al negocio, lo cual le pareció fácil, pues jugaba con martillos y tenazas desde varios años atrás, aunque reconoce que lo complicado al inicio fue soportar algunos martillazos que se dio en los dedos.

Las máquinas con las que trabaja fueron traídas de Estados Unidos por su padre. Había una persona que también le informaba de las ventas de accesorios y los mandaba traer y fue así que adquirió equipo profesional para hacer mejor sus trabajos.

Para Javier este oficio ha sido su vida y su manera de subsistir. “Este oficio es mi vida, es de donde me mantengo y de aquí le doy alimento y estudio a mi hijo. De esto puedo sacar para mis gastos, para alimento y a veces se dan uno sus gustos. A veces llego sin dinero, pero cuando acuerdo ya tengo 100 pesos en la bolsa y ahí va saliendo poco a poco”, dice.

Entre sus anécdotas, cuenta que, como a todo zapatero, le ha pasado que en ocasiones no encuentra un zapato de un par. “A veces me pasa que llega gente y me dice que necesita los zapatos. En una ocasión una señora me dejó los zapatos de su marido. Vino otra gente por ellos pero no le avisó; me tuvo buscándoselos como 4 días, hasta que revisó y ya se fijó que se le habían entregado”, comenta Javier.

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