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jueves, 2 mayo, 2024
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El compromiso con la justicia en la sociedad del jardín

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

¿Cuáles son los valores que fácticamente orientan la vida de las nuevas generaciones? ¿Qué tipo de vida consideran buena, y sobre ella fundan el ethos y el ideario vital? Los valores que configuran la manera de vivir siempre ha sido un mapa plural, donde han coexistido formas de vida mutuamente contrastantes. Sin embargo, algunas formas se ponen de relieve constituyendo hegemonía en toda una generación. Hoy quiero contrastar dos ideas de lo que es la felicidad, y que, desde mi punto de vista están ahora en el escenario de la acción social de las jóvenes generaciones.

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El ethos que observamos orientar la acción de las personas constituye lo que vamos a nombrar la sociedad de Epicuro, o la sociedad del jardín. Y contrasta con otra ética que parece muy débil y ubicamos como la ética del compromiso, que tiene su origen en el núcleo duro del cristianismo. Primero, Epicuro muestra una crisis del sentido de lo sagrado, y por tanto, toda la realidad se reduce a átomos y vacío. Esto es, nada hay más allá de las cosas perecederas que tenemos ante los ojos. De aquí se desprende una idea de vida buena que podríamos denominar de la Prudencia del Placer: una vida placentera, serena y con el menor dolor posible. Y las dos fuentes de ‘dolor mental’ (fuentes de angustias e incertidumbre)  más relevantes, era el miedo a la muerte y a los propios dioses. Los dioses no le preocupan porque si son perfectos ningún interés pueden tener en las vidas humanas; así que, aun suponiendo que existen, no intervienen en las tontas mezquindades de las vidas humanas. En el caso de la muerte, elimina la angustia con un razonamiento: cuando la muerte es, nosotros ya no somos; y por tanto no hay motivo para temer a algo con lo que nunca nos toparemos. Ahora mismo, la mentalidad contemporánea cultiva un tipo de idea naturalista de la muerte, que bien se adapta a este razonamiento. Esta idea de la muerte, lleva a una propuesta de vida: la hedoné, el placer. Pero el hedonismo de Epicuro está lejos de la idea tonta que piensa que el placer es la satisfacción infantil de todos los deseos. Por el contrario, si el fin es el placer, entonces no cometes errores torpes como el exceso de alcohol o azúcares. Sino que consigues más placer procurando el bienestar con una buena dieta y ejercicio. Por último, Epicuro recomendaba mantenerse en los márgenes de la vida privada y evitar intervenir en cosas de política. Esta última es fuente de peligros, estrés y desgaste propios de la búsqueda del poder o de observar la vida de los otros. Mejor concentrarse en la vida propia y su bienestar. Una ética individualista de la vida privada. ¿Se puede observar el parecido con el ethos contemporáneo?

Por el contrario, la ética que viene del núcleo duro del cristianismo es muy otra: desde un fuerte sentido de lo sagrado que percibe en los otros, y desde una idea de la creación como proyecto de Dios, se desprende la creencia o exigencia del reinado de Dios para los hombres. Con ello, se genera la noción de vida humana como Misión, y la biografía de cada quien como vocación. Así las cosas, la felicidad no es la mera reunión de placeres, sino la unión de acción con vocación: lo más importante en la vida es encontrar su sentido. Y el mapa del sentido está dicho, es el proyecto de justicia y amor con los otros. Por ello, se construye una ética del compromiso. Lo que pervirtió a esta visión de la vida, fue que se combinó con ciertas tradiciones que culpabilizaron al cuerpo y al placer, y en ocasiones, llegó al absurdo de darle valor salvífico al dolor. Sin embargo, esto último no es esencial al cristianismo, sino sólo un desafortunado agregado. En suma, la ética del compromiso no niega los placeres, sino sólo no los absolutiza, lo relativiza en torno a la misión y vocación vital que se concretan en el compromiso con los otros. Por ello, a diferencia de Epicuro, genera una ética con un fuerte sentido político y social.

La ética de Epicuro en el contexto del consumismo actual, constituye la fórmula que eleva a absoluto metafísico al placer y deja sin sentido la lucha y el compromiso por la sociedad justa. Las consecuencias de esta ética están a la vista: calentamiento global y enfriamiento social. El placer es algo bueno, (o muy bueno), pero siempre y cuando no se convierta en el absoluto que ahora adquiere. Aún más: debemos hacernos más susceptibles al placer, y desechar toda culpabilización del mismo; y al mismo tiempo, ceñirnos al sentido que otorga la misión de hacer de este planeta un mundo de justicia. No ver en el compromiso una fuente de incertidumbre y riesgos, sino considerarlo semillero de contemplación; que es placer de grandes ligas. ■

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