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lunes, 6 mayo, 2024
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La democracia mexicana: encrucijada post-transición (Parte 1 de 3)

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

Los resultados del Latinobarómetro han traído consigo posturas variopintas: los hay quiénes alarmistas, sonríen; los cínicos que bajan la mirada; los indiferentes que no se sorprenden con la que parece una consecuencia lógica. Todos tienen motivos.

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La redacción de estas participaciones tienen dos componentes: la primera dicho estudio y su lectura más allá de los titulares mediáticos e incompletos; la segunda las posturas académicas que, avanzadas en otros países, ya han enfrentado dichas crisis de credibilidad, que no acaban en un personaje o gobierno, sino que afectan a todo un sistema de gobierno, modelo de estado y forma de vida: la democracia.

No es cosa menor; sin ser contradictorio ni “cantinflear”: ni beneficia a largo plazo a nadie, ni afecta directamente a uno sólo. Es una crisis sistémica que no augura victorias de los buenos ni de los malos, porque simplemente no los hay. Hay responsables comunes, y entre ellos caben todos (en mayor o menor medida) los actores políticos mexicanos (y latinoamericanos en general) de los últimos años. La actividad pública como espacio para el debate de ideas y posterior solución de la problemática social no ha mejorado la percepción de la ciudadanía de sus servidores y aspirantes a representarlos, al contrario ha empeorado y con ello, más allá de lograr democratizar a la sociedad, la ha desmoralizado.

El empobrecimiento del aprecio por la democracia tiene que ver, por supuesto, con una cuestión de resultados en los retos que han tenido los gobiernos frente a sí y su incapacidad para afrontarlos con éxito, así como el fracaso de su capacidad de comunicación entre gobernantes y gobernados; pero también se puede atribuir al simplismo con el que se aborda la vida pública y sus conflictos; al exceso del discurso voluntarista, que pareciera suponer que el gobierno funciona por decisión y ánimo exclusivo de UN o pocos individuos; el maniqueísmo en las posturas de unos y la falta de agilidad en el debate de otros y finalmente, en la incapacidad de entender hoy a la política como una actividad que merece, requiere y exige transparencia en una modalidad sencilla: franqueza.

Explico por partes el bombardeo textual que acabo de hacer:

Los alarmistas que sonríen ante las pésimas cifras dadas a conocer por el Latinobarómetro, suponen que son los ganadores de la desconfianza ciudadana, sin percatarse que dicha desconfianza no sólo afecta y está dirigida a quiénes hoy tienen la responsabilidad de representar al Estado (figuradamente), sino que en un sentido amplio, cual es el concepto democracia, los incluye a ellos también, factores pilares del sistema de reglas políticas que nos hemos dado a lo largo de ya casi cuarenta años. La oposición es responsable enteramente de la situación que hoy vive el país; la oposición de ayer, la de hoy y la del mañana. Cuentan hoy con los medios suficientes para hacer funcionar los mecanismos constitucionales y democráticos que impidan a cualquier fuerza ser por sí misma mayoritaria sin minorías. Ha faltado astucia, humildad y asimilación de lo que en la diplomacia es conocida como realpolitik: entender la realidad política y considerarla en la estrategia para que en cada cesión haya una concesión, y en cada acuerdo, dos voluntades satisfechas en alguna medida.

Los cínicos que bajan la mirada están en el lado opuesto. Saben que han ocasionado el desprestigio de la confianza ciudadana depositada en ellos a través de los mecanismos electorales, conjugando todas las reglas para que juntas sean un cuerpo sin armonía, disfuncional, imposible de articular. En efecto, la democracia recién instaurada trae consecuencias inmediatas de desilusión: no lo soluciona todo, “apenas” alcanza a ser un mecanismo de elección de tomadores de decisiones y luego, exigencia de cuentas a éstos; pero no es una garantía de buenas decisiones; y en nuestro país apenas se encamina rumbo a la rendición de cuentas y responsabilidades por acciones u omisiones. No hay forma de evadir responsabilidad al respecto, solo aceptar que, “así es esto”.

Ni de un lado ni del otro están todos, ni todos caben en las dos generalizaciones descritas, que, admito, están alimentadas de percepciones empíricas y por tanto, subjetivas.

El tercer grupo, el de los indiferentes a los que no sorprende lo que parece consecuencia lógica: el desgaste de la democracia, que no alcanza para terminar con la desigualdad ofensiva en México y nuestro subcontinente; la pobreza inacabable, el poco, casi imperceptible desarrollo. Aquí están desde quiénes, encumbrados en la “superioridad intelectual”, el estudio y dominio de conocimientos, suponían que esto llegaría, cómodos en sus cómodas, hasta quiénes creyendo que el cambio vendría de algún lado y usaría por puerta el voto, los movimientos sociales y la transición democrática como concepto que abarca todo y, para ellos, ha alcanzado nada, perdieron hace tiempo ya la esperanza de algo cercano a lo que creyeron consecuencia de su entusiasmo.

Las descripciones han hecho vacío del verdadero problema: a ninguno de los tres grupos les es preocupante consciente, cierta y angustiosamente, la situación. Ven lejana una consecuencia de esto, que no los beneficie (en el primer caso); los afecte (en el segundo); les importe o repercuta de verdad (los terceros). Por ello los que quepan en cualquiera de las tres no nos ayudan, porque la crisis sistémica en que podrían culminar tan preocupantes cifras a nadie beneficiará, a todos afectará y no habrá ámbito o lugar en el que no repercuta. ■

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