[Reseñas y reflexiones]
Tercera parte
Ahora me centraré, en el núcleo de la hipótesis que Daniel Feierstein nos plantea en “Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio”, libro en donde se dedica a analizar los modos en que la sociedad argentina vivió “la persecución, el secuestro, la tortura y el asesinato de manera secreta y sistematizada de personas por motivos políticos y religiosos”, se maneja un numero de 30,000 desapariciones cometidas por la dictadura militar argentina (1976-1983).
Para comprender ese terror genocida, una de las hipótesis de Feierstein, es que las representaciones [especialmente las utilizadas en el discurso jurídico, en los juicios y sentencias contra los militares juzgados por esos crímenes de Estado], tienen usos y consecuencias psicosociales, legales y políticas diferenciadas, según cuál sea el modelo narrativo [y el tipo penal], empleados en los análisis, representaciones, y discursos (p. 124)
Distingue tres: guerra, genocidio, crímenes contra la humanidad.
Cada uno de estos tres modelos narrativos, articulan de manera distinta, tanto los modos de constitución de la memoria [lo que se recuerda, oculta, olvida o se “amnesia”], como de la misma forma, modifican los procesos de construcción de identidades, [sujetos pasivos del delito, victimas individuales, grupos nacionales, etc.], o , finalmente, cambian –también- los tipos de trabajos de elaboración [psicosocial, ética y política], entre otras variables, según cuál sea el modelo narrativo empleado.
Primero, analiza el modelo narrativo de la guerra. Sin intentar homologar visiones a nivel teórico-ideológico y ético-moral, reconociendo que existen significativas diferencias, aquí, el esquema común, para Feierstein, es el enfrentamiento entre dos fuerzas, a partir de una radicalización político-militar y de una “reacción defensiva” que explicaría la represión. Aquí entraría, entre otras, la teoría de “los dos demonios”, enfrentamiento entre fuerzas represivas y fuerzas insurgentes, etc., (pp. 133-138). Agregaría, que conocemos bien algunas de sus temibles trampas y derivas.
El segundo modelo narrativo. El genocidio. También aquí el autor menciona diferentes interpretaciones. Feierstein sintetiza los rasgos compartidos del mismo. De manera distinta al caso de Guatemala, donde con éste modelo se despolitizó a las víctimas, y a su uso en otros lugares: en Argentina se utilizó para caracterizar la forma en que se implementó un proyecto global mediante el ejercicio del terror, cuyo objetivo fue el grupo nacional argentino en su conjunto, y no solo “fracciones radicalizadas o militarizadas”. No se trató entonces de una “reacción”, sino una larga planificación que antecedió –y fue mucho más allá- de la emergencia de la radicalización armada, su elaboración histórica previa y su extensión internacional (operación Cóndor), entre otros elementos lo demuestran claramente. (pp. 138- 142).
En el tercer modelo narrativo aplicado en Argentina, el del Estado terrorista o los crímenes contra la humanidad. Aquí, existen -igualmente- significativas diferencias en sus distintos usos interpretativos. Aunque para Feierstein, en este modelo, luego de intentos iniciales más prometedores, se termina simplificando el vínculo entre el concepto de “Estado terrorista” y la figura legal de “crímenes contra la humanidad”, limitándose a dividir entre el terror estatal y el “conjunto de ciudadanos”. Aquí, las víctimas no serán -ya- el grupo “nacional” (por esa razón se niega recurrir a la categoría de genocidio), sino “individuos politizados, que sufrieron violaciones a sus derechos humanos debido a sus convicciones”.
Al descartar el “grupo nacional”, se les atribuye a las víctimas una adscripción identitataria “voluntaria”, distinta de la supuesta identidad involuntaria o “esencial” propia de los grupos étnico, religioso o nacional, olvidando que unas y otras son identidades narrativas, y que todas las identidades cambian (ver tipos penales en la segunda parte).
Entran aquí las teorías del “uni-demonio”, el Estado demoníaco y represor, y los individuos (miembros o no de organizaciones de izquierda) atacados en sus derechos individuales. Se despolitiza aún más, al quitar -también- el rol de lo económico, que en los otros dos modelos sí está considerado, [como guerra de clases, doctrina del shock, o genocidio reorganizador], (pp. 142-148).
Feierstein, no deja de señalar que estas tres modalidades narrativas, en la realidad, y en las interpretaciones realizadas, pueden ser más complejas, pueden encontrarse superpuestas, o incluir dos o hasta tres perspectivas, etc. Pero, consideradas de forma diferenciada, permiten un análisis muy rico, sobre los efectos que se desarrollarán, según cual haya sido el modelo narrativo elegido por los distintos actores, militares, actores políticos, clero, sectores de la sociedad, víctimas/afectados, etc., consecuencias que nuestro autor, tematiza así: “a) Los efectos en la definición de las víctimas; b) el sentido o la “causalidad” que se le asigna al proceso; c) los tipos de analogías y las comparaciones (el uso del pasado en el presente); d) los modos de evaluación de las consecuencias que ha dejado el terror en la sociedad; e) las acciones postuladas para la elaboración/reparación y para prevenir la repetición del terror; f) sus efectos en la posible transmisión generacional (en un posible trabajo de duelo)…” (p.148).
Cada modelo narrativo generará –entonces- un registro diferente, para cada uno de estos seis aspectos tematizados por Feierstein. En esta parte me parece se encuentran nuevos argumentos especialmente relevantes para pensar nuestra situación.
La invitación sigue en pie: ¿Cómo podríamos pensar juntos estos enfoques teóricos, y desplegar su potencia teórico-argumentativa a la hora de utilizarlos para comprender la realidad que vivimos en México?