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jueves, 2 mayo, 2024
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El arriba y el abajo II

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

¿Está agotado el 68 como modelo para pensar las relaciones entre el Estado y la sociedad? Tal vez lo que puso en juego la aparición de ese estilo de movimiento haya acabado con la manera en la que se daba la lucha contra el Estado y, más en general, contra el sistema-mundo. Durante el año de 1968 hubo rebeliones de todo tipo, a lo largo de la vasta geografía del planeta, mezcladas con las luchas estudiantiles, ponerlas de relieve sería el objeto de una historia global de los años 1960 para mostrar la pluralidad de un evento que se escinde en vertientes nacionales e internacionales y que une, a pesar de todas sus diferencias, a sujetos separados geográficamente. Los eventos de 1968 fueron globales aunque sus actores quizá no estaban conscientes del nivel de integración al que había llegado la sociedad humana, pero pese a ello y en retrospectiva, esa irrupción en la historia admite varias descripciones de acuerdo al espacio y tiempo que utilicemos. Si nos restringimos al movimiento estudiantil acontecido en México, para ubicarlo en la ciudad de México a la vez que le adjudicamos una cronología limitada a los años 1960, lo configuramos como local, si a este movimiento lo integramos a la historia de la Revolución Mexicana y su partido oficial no dudaremos en declararlo el punto de partida del proceso de “estabilización compartida”, primero, “reforma política” después y “transición a la democracia”, por lo que le colocamos una duración temporal más larga: desde los 1960 hasta los 1990, si aceptamos el testimonio de los líderes del CNH olvidando el de todos los que estaban alrededor podremos asimilarlo mejor a la forma vertical estructural que tienen los partidos de relacionarse con su base, por lo que omitimos cualquier novedad organizativa, si dejamos fuera la voz de las mujeres será otra historia más de valerosos mártires masculinos. Si lo declaramos agotado será más fácil el olvido de la sugerencia que nos hizo. Pero también podemos ponerlo en contacto con otros eventos que aparentan ser similares, o que al menos poseen la característica de constituir irrupciones en el flujo de una historia narrada desde el poder; desde arriba. Hacer esto exige construir una idea, que bien puede ser ilusoria, de la historia humana. El punto de vista que dominó durante el siglo XX sostenía que los eventos históricos son predecibles y controlables porque se fundan en el supuesto de que son el inapelable resultado de una voluntad que impone su intención, i.e., la decisión unilateral de un líder, de un grupo o del “espíritu”. Esta fantasía, común a marxistas y hegelianos, toma en cuenta el hecho que durante siglos los seres humanos han construido burocracias centralizadas para controlar e imponer una voluntad sobre la sociedad, pero olvida que la organización humana no sólo conoce las jerarquías, también crea estructuras espontaneas, autoorganizadas, resultado de la acción de individuos que comparten intereses. Creer que la historia humana es abierta es aceptar que estas dos posiciones interactúan y de su interacción emerge una estructura, de forma impredecible, que llamamos “sociedad humana”. El movimiento que los estudiantes mexicanos crearon en 1968 es resultado de la espontaneidad, el azar, los intereses compartidos, la oposición de las fuerzas estatales y una secuencia indefinida de demandas y expectativas que el Estado mexicano emanado de la Revolución no pudo entender ni reorganizar.Si lo vemos desde la perspectiva del historiador que pretende entroncarlo con una “historia oficial” notaremos las dificultades para integrarlo en la narrativa de la construcción de la democracia liberal mexicana que garantiza elecciones libres, confiables y de acceso a todos con mínimos requisitos porque los estudiantes del 68 preferían otra forma de organización: las libertades de la democracia representativa les eran ajenas. Tampoco cuadra con la triste historia del sindicalismo mexicano, tan consecuente con los pactos de contención de la inflación. Quizá no es con México con lo que se debe poner en relación, sino con el sistema-mundo, porque forma parte de los movimientos de oposición a las jerarquías, las determinaciones verticales, las burocracias infinitas. Si tiene parangones en nuestro tiempo, pero sólo porque representa una lucha ajena a las determinaciones del Estado y se mueve en las coordenadas de la construcción de una autonomía obtenida por lo propios medios (¿existe alguna otra?), es con los zapatistas de Chiapas. Un primero de enero de 1994 comenzaron su marcha por la historia de México ante un presidente que, ojeroso frente a las cámaras, no encontraba cómo decirle a un azorado país que la modernidad prometida no estaba a la mano. O sí, pero no residía en el boleto de entrada a la OCDE sino en las sugerencias que desde las montañas del sureste mexicano unos encapuchados nos hacían: es mejor olvidar al “hombre providencial”, dejar morir los ritos del presidencialismo, enterrar al Estado benefactor y decidirse a ser, por fin, modernos. “Modernos”, es decir, ilustrados, o, como escribió alguien en 1784 “! ten el valor de servirte de tu propia razón¡”. ¿Mensaje anacrónico? ¿Interpretación abusiva?, ¿Faltan las citas de rigor? ¿La razón mata? No hay duda que muchos prefieren la ebriedad, para ellos queda el reino de los cielos, para el resto la ingente labor de construir el mundo. Feliz año 2019. ■

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