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viernes, 3 mayo, 2024
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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 438 / Río de palabras

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Nos detuvimos y teníamos ante sí un enorme pájaro ataviado de colores retratado en un muro que no tenía razón: estaba en medio del terreno, un campo largo verde y amarillo. Podría cantar, si quisiera, le dije. Lo sé, respondió. Sacó su Canon Eos Rebel T2. Antes de tirar la toma, oteó hacia ambos lados, como si temiera ser descubierta. Disparó 3 o 4 veces más. Lo tengo, dijo mientras guardaba la Canon. Continuamos pedaleando y nos encontramos con otro muro, que tenía una mano de aproximadamente dos metros pintada al estilo de la anterior. Hubo un par de disparos. Antes de continuar el trayecto le dije que eran pistas, pero que quizá estaban dirigidas a alguien más. Pensé eso porque no era posible que hubieran sido pintadas ayer o esa misma mañana. Para ella fue más sencilla la solución: son mías porque yo las encontré. No era que precisamente las hubiera encontrado, en dado caso las estaba robando, aunque carecieran de propietario, porque si habían sido dispuestas anónimamente al azar, resultaba claro que de ninguna forma reclamaban la propiedad de nadie. Hubo más grafitis a lo largo de la ruta, más disparos y más misterios. Para cuando regresamos a casa la curiosidad me ganaba, quería ver todas las imágenes juntas, podían ser un códice al estilo de Nazca; aunque era poco probable ello, prefería pensar en las imposibilidades. Pero Sarah dijo que si había algún mensaje lo descubriría ella misma. No insistí porque supe que hablaba en serio, ni me volteó a ver cuando se negó. En la noche soñé con el pájaro. El ave me hablaba y me decía que la ruta marcaba el mapa de un tesoro enterrado durante la Revolución. Me explicaba, pero no alcancé a entender la manera en que debería ser resuelto el enigma. Apenas desperté, la desperté a ella, relaté el sueño y le insistí en ver la Canon. Me tomó por la cara, me besó, se levantó al baño, regresó y dijo que no había entendido nada, pero que ni me esperanzara, no iba a ver las tomas. Bueno, me dije, puedo ir a verlas en directo. Lo que pasó fue que nunca las volví a encontrar; fui uno, dos, tres días, los muros habían desaparecido y Sarah se negaba a enseñarme las imágenes. Un día cogí la Canon para hacerle una toma a un ratón que se había escabullido dentro de la casa, disparé y no pasó nada. Revisé la cámara y me di cuenta que no funcionaba. Por la noche le pregunté cuándo se había descompuesto, ella respondió que nunca había servido, que era un objeto decorativo. Traté de recordar si yo alguna vez había visto una imagen de ese artefacto y concluí que nunca. Le pregunté entonces si los muros existieron y dijo que sí, que para ella y para mí habían existido, pero que para nadie más. No entendí nada, pero aun así la abracé.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_438

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