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sábado, 27 abril, 2024
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¿Independencia o autonomía?

■ “Y es que la afirmación de que en 1821 la nación mexicana consiguió su independencia, es poco más que un enunciado retórico. En 1821 una antigua unidad administrativa proclamó su autonomía política”., Tomás Pérez Viejo, (Pérez Viejo, Tomás, “De novohispanos a mexicanos. Retratos e identidad colectiva en una sociedad en transición”, en Relatos e historias en México, Núm. 19, marzo de 2010, p. 21).

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

Se puede decir que los todavía novohispanos que secundaron la proclama del cura Hidalgo contra los gachupines respecto a la guerra de España contra los franceses que habían invadido la península ibérica desde 1808, hicieron esa guerra de ellos también, pues se levantaron paradójicamente en armas para defender al depuesto Fernando VII al mismo tiempo que para “coger gachupines”. Al ser trasladado a Bayona “el deseado”, en 1808 como llamaban a este Rey, en el imaginario de no pocos americanos, incluidos algunos insurgentes se presentó la disyuntiva de seguir siendo afrancesados, amantes de la ilustración y de las ideas liberales, admiradores de Napoleón como lo habían sido antes de que éste invadiera a España o bien dar su apoyo incondicional al monarca preso y lo que este representaba. Al conocerse las pretensiones del corso de incorporar la América española al imperio francés, no fueron pocos los que abandonaron su entusiasmo por Bonaparte, no dudaron en declararse partidarios de la Corona y del “deseado”. En consecuencia, los criollos pudientes hicieron importantes donativos para apoyar la lucha de resistencia de los peninsulares contra los ejércitos invasores, a fin de no ser acusados como agentes de Napoleón. Muchos de estos criollos ilustrados como sostiene H. Mussachio: “Habían crecido en medio de la vida pública donde la presencia francesa se advertía en la reforma administrativa de los borbones, en los libros prohibidos que leían con avidez, en la Academia de San Carlos, en la Universidad y en la arquitectura neoclásica introducida en México por Tolsá y diseminada por Tres Guerras y otros constructores. (Musachio, Humberto, Diccionario Enciclopédico de México Ilustrado, México, Andrés León, Editor, tomo 2, 1990, p. 659).  

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Como parte de las paradojas e ironías con las que está escrita nuestra historia patria, resulta confuso y difícil aceptar que los miembros de las elites novohispanas, que lo mismo apoyaron a uno u otro de los bandos en pugna, lucharon por obtener la autonomía política, lo hicieron en nombre del monarca y de la defensa de su imperio. 

Resulta que, según Pérez Viejo, “unos y otros vivieron la guerra de la independencia desde la misma calculada ambigüedad. Apostaron unas veces a favor de la insurgencia y otras a favor de los realistas para, finalmente, apoyar el Plan de Iguala y pasar a formar parte de la nueva elite nacional”, (Pérez Viejo, op. cit.., p. 23).

La sacudida de la invasión napoleónica a España propició que los súbditos de la corona acéfala a través de los representantes de los ayuntamientos y provincias se reunieran en las Cortes para hacer valer la soberanía de los peninsulares y habitantes de las colonias, (Manuel Ferrer, (1993), p. 161). Entonces, nuevos aires de libertad soplaron y con ellos aparecieron deseos, aspiraciones y el reclamo de libertades y garantías de las que antes no se tenían o gozaban. La Cortes que reunían a notables ilustrados, asumiéndose depositarias de la soberanía popular, se convocaron para ocupar el vació de representación que dejó la renuncia de Carlos IV y la posterior abdicación a la Corona su hijo y heredero Fernando VII. Ante un nuevo escenario los que habían sido súbditos reclamaban ahora la categoría de ciudadanos. Unidos para combatir al invasor reivindicaron también para sí derechos como la soberanía, la igualdad, la libertad de imprenta, el derecho a la educación y su universalización y en el caso de los criollos americanos, también clamaron por la independencia. Aunque más que independencia, estos últimos querían para sus territorios y habitantes la autonomía con respecto a los gachupines quienes al detentar los principales cargos políticos y administrativos y poseer la mayor parte de las riquezas, les negaban oportunidades para su bienestar y ascenso social.  Contra los gachupines más que contra el monarca estaba dirigida su causa. Tan es así que Hidalgo y los generales insurgentes que le suceden toman las armas en defensa de Fernando VII y de la religión católica, pero combaten con saña a los realistas representados por el Virrey y la élite que lo rodea y ejército que lo defiende calificados como serviles. Se da de esta forma una guerra civil encarnizada entre liberales insurgentes y serviles realistas. El fruto más preclaro o sazonado de esta coyuntura lo fue sin duda la constitución liberal de Cádiz de 1812. Para discutir, debatir y aprobar éste código y los proyectos de reglamentos que del mismo se derivaron se trasladaron diputados de los reinos y colonias de América que también formaban parte del Imperio español. 

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