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miércoles, 8 mayo, 2024
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El privilegio, no sentenciar

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Es casi una necesidad humana dividir el mundo entre buenos y malos, y asumir, además, que uno pertenece a los primeros. Por extensión, asumimos también que, entre ellos, en los buenos, estamos no sólo nosotros, sino también a quienes queremos e incluso a quienes conocemos. 

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La cosa es sencilla cuando se trata de asuntos lejanos geográfica, temporal o afectivamente, y, aun así, a veces no lo es tanto. Las identidades nacionalistas se basan en mitos fundacionales donde se protagonizan historias de heroicidad y no de villanías. En toda familia se cuentan las historias en las que los abuelos son dechados de virtudes, y se apela al silencio para que las historias, donde tocó hacer de antagónicos, queden en el olvido. 

Las sorpresas, los vuelcos de 180 grados como para muchos, es la acusación de un munícipe del homicidio de otra persona; no son fáciles de digerir para quienes le conocen y le quieren, y se han formado de él una imagen absolutamente distinta, de la que hoy, las noticias reflejan. Y, sin embargo, lo sorpresivo de las acusaciones no las vuelven imposibles. 

Del otro lado sucedió un poco lo mismo cuando se hizo correr la versión de que la víctima de los hechos del caso en cuestión había fallecido por congestión etílica. Una cosa como esa no era congruente con la percepción social que se tenía de Raúl, y los hechos parecen demostrar no sólo que esto era mentira, sino que ese rumor era deliberado para encubrir la violencia de su muerte. 

Las conclusiones penales son materia de otro espacio, pero el caso sirve para ilustrar el fenómeno psicológico de la resistencia mental que conlleva digerir el rompimiento de nuestro autoconcepto en sentido amplio (en el “él” que acabamos convirtiendo en “nosotros”).

Si bien en ese caso ya será decisión judicial la que redima a los hoy imputados, o les asegure la condena social, la reflexión tiene sentido porque muchos asuntos no llegan nunca a esos terrenos judiciales, o bien, llegan a ellos sólo después de los tribunales sociales. 

Por poner un ejemplo, la exhibición se ha convertido en la mejor, si no la única forma de castigo, justicia o venganza (como desee llamarlo) al alcance de las mujeres que asumen, como perdidas de antemano, las denuncias de sus agresores en instancias judiciales. 

Son los tendederos en las plazas y en las redes sociales, lo único que ha logrado que “el miedo cambie de bando” como dicen las consignas. Y son a estos a lo que más se les teme, por encima de las denuncias formales que terminan siendo elementos decorativos en los espacios burocráticos. 

A pesar de la utilidad y la bondad de estas herramientas, sería ingenuo asumir que son infalibles, y que no existe en ellas la posibilidad de que se omitan matices y contextos desfavorecedores a quienes se asumen –muy probablemente con razón- como las víctimas, se exageren conductas y se aproveche, en lo general, para hacer justicia en donde las leyes, para bien o para mal, no lo permitirían.

La cuestión es sencilla para quien tiene simpatía con la víctima, pero muy complicada para quienes, por empatía o por afectos, se encuentran con quien se considera “victimario”. 

Es humano que, entonces, lo que parecía incuestionable pueda tener matices y asegunes que son incomprensibles para el otro lado. 

A veces ni siquiera requiere tanta cercanía. La cultura de la cancelación nos resulta muy buena idea, siempre y cuando no alcance a nuestros músicos favoritos porque queremos seguir escuchándolos; a nuestros cineastas o escritores consentidos porque queremos seguir disfrutando sus obras sin que seamos moralmente juzgados por ello. Y ni se diga cuando se trata de alguien que conocemos y tratamos en carne y hueso.

La vida tenderá a sorprendernos. Y asumir que conocemos absolutamente a quienes nos rodean es tan absurdo como pensar que se entregan y quitan los afectos como si se trataran de recompensas a la moralidad y la ética. Los seres humanos somos mucho más complejos que eso, y, por suerte, hemos creado el andamiaje institucional necesario para sobrevivir a ello. 

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