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sábado, 27 abril, 2024
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Roberto Abad, Cuando las luces aparezcan

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Por: BEATRIZ PÉREZ PEREDA •

La Gualdra 504 / Entrevistas / Literatura 

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Una luz que se enciende es un acontecimiento en un cuarto oscuro. Hay ciertas luces que esperamos, con temor y curiosidad, a que aparezcan para revelarnos, acaso confirmarnos, la naturaleza de un misterio que intuimos es una verdad largamente presentida. Relámpagos en forma de cuentos es lo que Roberto Abad nos presenta en su más reciente libro publicado Cuando las luces aparezcan, una colección de historias donde, como música de fondo, se asoman por igual personajes como el señor Maussan, Los expedientes secretos X o seres de otros planetas, para desde la duda, lo absurdo y el extrañamiento mostrarnos emociones muy humanas. 

Beatriz Pérez Pereda: En tu libro Cuando las luces aparezcan me parece hay un tema filial de fondo, de las relaciones entre padres e hijos, hay varios cuentos en que la tensión o drama de esas relaciones está insertado en este mundo a medio camino entre la ciencia ficción, lo apocalíptico, lo onírico… cuáles eran tus premisas al empezar a escribir este libro.

Roberto Abad: Es cierto. No me di cuenta de eso sino hasta después, al corregirlo. Lo que yo quería en un inicio con este libro era hacer historias de extraterrestres, así de simple; claro que hay una percepción muy particular sobre este tipo de literatura. Traté de integrar elementos muy míos. Sin embargo, nunca vi venir ni pensé que terminaría hablando también de las relaciones entre padres e hijos, que me resultan idóneas para representar aquello que viene de otra parte. Con el paso del tiempo he tenido que aceptar que las relaciones de familia es uno de mis temas, y me he relajado al respecto, pues en un inicio había una negación a repetirme, a recrear casi las mismas situaciones. Ahora creo lo contrario. Quiero explorarlo hasta donde me sea posible. 

BPP: Hay una cita de Dick, es sobre lo que él consideraba la esencia de la ciencia ficción, en alguna parte dice: “esta es la esencia de la CF, una dislocación conceptual dentro de la sociedad, en tanto provoque que una nueva sociedad sea imaginada en la mente del autor, transferida al papel, y que de ahí el extrañamiento actúe como un perturbador estímulo en la mente del lector pues él sabe que no está leyendo acerca del mundo tal y como lo conoce…”, tus cuentos me provocaron eso, una especie de extrañamiento, porque es una realidad parecida a la nuestra pero con elementos perturbadores, ¿qué opinas de esto, fue una decisión consciente, es parte de tu “poética”? 

RA: Dick es revelador en muchos sentidos. Las intenciones que él ve en la ciencia ficción, yo trato de buscarlas en toda la literatura. Siempre es un extrañamiento lo que me hace llegar a la última página, también cuando escribo. No me preocupa entenderlo, sino dejar que me lleve a lugares que no conozco. Por ejemplo, otra cosa que he descubierto en el camino es que escribo de lo que me da miedo, no necesariamente para dejar de tenerlo. Me obsesiona. Y mantengo la idea de que puede ser el punto de encuentro con el lector. Todo lo que me haga sentir al filo y tenso, para mí tiene sentido escribirlo. 

BPP: El miedo es una emoción poderosa y por ello es frecuentemente evadida. Que escribas de lo que te da miedo, “no necesariamente para dejar de tenerlo”, ni para purgarlo sino para explorarlo, y que esto pueda ser un punto de encuentro con el lector me parece interesante y hasta radical, platícanos más de esto…

RA: Hay miedos que nos acompañan desde siempre, y están tan arraigados a nosotros que el plantearse enfrentarlos para desaparecerlos es solo un placebo. Por eso convivo resignado de manera más o menos armónica con los míos. Así como la belleza tiene su lado oscuro –diría Atwood–, en el arte, la oscuridad guarda múltiples oportunidades estéticas. Y por suerte existen los lectores que saben identificarlas. Para mí es eso, una coordenada de incertidumbre en la que nos encontramos. 

BPP: Tu primer libro se titula Orquesta primitiva, en tu semblanza se dice que eres músico también, pienso en escritores para los que la música es fundamental en su escritura: Murakami, Ishiguro, Boris Vian, Nick Cave, Patti Smith, Cortázar, muchos otros, cuál es la relación de la música con tu escritura.

RA: Ese libro, que se publicó en Tierra Adentro en 2015, reúne cuentos brevísimos de una orquesta surrealista, fantástica. Raúl Brasca, un microficcionista argentino de alto vuelo, me dijo que mi prosa tenía un sentido de la forma y una fluidez musicales. Cuando releí algunas de esas historias pasado un tiempo, entendí más ese comentario. Más allá de la extensión, me importa mucho el ritmo, la armonía y la manera en que las palabras van conectando su sonido. Y otra cosa: el silencio. La música fue mi primera escuela. Entonces cuando estoy frente a una página en blanco no me siento tan lejos de un instrumento. 

BPP: Cada cierto tiempo en redes sociales hay una discusión acerca de si el cuento, como género, ha muerto o no, cuál es tu postura y vivencia al respecto.

RA: Es una discusión vacía, a mi parecer, y hasta anticuada. Pienso que la gente que se empeña en decirlo no está interesada en saber qué ha pasado con el género, solo se aferra a repetir un discurso, sin poder evitarlo, como un estornudo. No se puede negar la fuerza tan deslumbrante que tiene el género hoy. El cuento está en un momento de renovación muy fuerte, hay muchos estilos refrescantes, y cada vez surgen autores y autoras que están pensando su obra cuentística como un proyecto a largo plazo. Eso me interesa. Claro que aún existe un prejuicio respecto a la validación de el escritor como novelista. Pero es una noción cada vez más resbaladiza, o eso quiero creer. 

Roberto Abad.

Historia sobre mi familia 

[Fragmento]

La llegada 

El señor Maussan me recomendó que estuviera atento. Entendí lo que quería decirme: no era hora de jugar. Esperábamos quietos en una esquina de la recámara, cuando las voces se oyeron en la sala, luego en el pasillo de arriba y, por último, detrás de la puerta. Padre entró en una silla de ruedas. Lo empujaba un enfermero flaco, pelón, vestido de ropa blanca. Entre él y Madre lo acostaron. Ella agradeció, después lo llevó a la salida. Le pregunté al señor Maussan qué debía hacer ahora. Me pidió que viera a Padre. Tenía la cabeza vendada, parecía un esqueleto y apestaba a medicina. Del asco, me tapé la nariz. 

Los doctores dijeron que fue un derrame cerebral. Que por eso lo operaron de urgencia. Y no sé qué más. En cuanto Madre me lo contó, corrí a buscar en la computadora de qué se trataba. Una venita malformada explotó en su cabeza y adentro se llenó de rojo. El señor Maussan, que sospechaba hasta de las plantas, me pidió que siguiera investigando, debía haber otra explicación; estuve de acuerdo. Leí en blogs sobre algunos casos de gente que abandona a su familia. Casi todos eran muy distintos al nuestro, menos el del video. No sé cómo, luego de muchas vueltas y de dar clics aquí y allá, llegué a él. Unas personas contaban la historia de un campesino que desapareció de pronto; meses después volvió con las mismas características de Padre. 

Saca las colchonetas, hijo, aquí vamos a dormir, dijo Madre cuando subió las escaleras y entró al cuarto. Traía la cara escurrida como una manzana seca. 

Primero tengo que averiguar, le contesté. Necesito que me ayudes, por favor. 

Haz lo que te digo. 

Es importante. 

Estoy cansada. Obedece, carajo. 

Cuando me hablaba con ese tono, las órdenes me resultaban confusas. Debían pasar tres minutos con veinte segundos para darme cuenta de lo que realmente quería que hiciera. Pero esa vez no me tuvo mucha paciencia. Abrió el clóset y aventó las colchonetas al piso. 

El asunto empezó un día en que Padre no volvió del trabajo. Alguien llamó por teléfono. Nos dijo que él estaba en el hospital y fuimos. Los doctores no nos dejaron entrar a verlo. El señor Maussan me preguntó cuánto tardaría una nave en llegar a la nube de Oort; levanté los hombros. Madre comentó que lo mejor era quedarnos tranquilitos, sin hacer berrinches. Pero fue la primera en romper las reglas. Empezó a gritar para que nos dejaran ir con Padre. Vino un guardia. Entonces ella se sentó conmigo en la sala de espera. Aunque, media hora más tarde, volvió a gritarles que necesitaba entrar. Estuvimos ahí muchos días. Se hacía de noche. Salía el sol. Y así. Hasta que fueron a avisarnos que lo habían dado de alta. 

Esa mañana, después de extender las sábanas, llevamos a Padre a la regadera. Al quitarle las vendas, miré varios cortes en su cuerpo. Lo habían rapado, tenía una rajada en la nuca con la forma de un ciempiés. Quizá lo más raro fueron los tres hoyos: uno en el estómago, como un segundo ombligo; otro en la garganta, por el que se escuchaba la respiración, y el último en la frente, que no era un agujero en realidad, solo estaba sumido. 

¿Qué son esos hoyos? 

Tuvieron que abrirle. 

¿Por qué? 

Es difícil explicártelo. Mejor apúrate, échale agua. 

Madre lo tallaba suavecito para no lastimarle las cicatrices. Cuando le enjuagó la espalda, le habló al oído: ya pasó, viejito, ya estás con nosotros. Pero a él poco le importaba lo que dijéramos, su cara seguía sin moverse. Y si una cara no se mueve, entonces no sabes lo que quiere o lo que siente por dentro. Me dieron ganas de alejarme. 

Intenté decírselo a Madre, pero también estaba paralizada, no oía. Me pregunté si un derrame cerebral cambiaba a los que estaban cerca del enfermo. El señor Maussan respondió que no me preocupara. Juntos íbamos a llegar al fondo de esto. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-504

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