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martes, 3 diciembre, 2024
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Cerca de la luz

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Por: Daniel SanMateo •

La Gualdra 605 / José Agustín / In Memoriam

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Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito

Eso decía seguido José, y desde ahí nos miraba, oculto tras el granito y la nube de humo expelida por los Gauloises

Me interpeló cuando bajé el escalón.

—¿Tienes mis cigarros?

Le arrojé el cartón recién llegado en la valise diplomatique, cortesía de mi tía Eugénie.

—Que el dios sartriano bendiga a tu tía Eugenia que tiene a bien en pensar en este pobre escuincle fumador de tabacos europeos —dijo al tiempo en que encendía otro. 

—Sartre era ateo.

—¿Y quién no lo sabe? ¿Vino Ana Paulina?

—La interceptó tu madre en la sala. 

—¡Pinches viejas, siempre el chisme!

—¿Cuánto llevas aquí?

Me mostró su tomó de À la recherche, volumen segundo de la Pléiade, y señaló el pasaje cuando el narrador visita a Saint-Loup en su regimiento. Media hora o quizá tres cuartos. 

—Vámonos, alcancemos al ocaso sobre esta urbe monolítica.

Se levantó de mala gana y entramos al encuentro de Ana Paulina. Dejó su libro en la mesita de teléfono y salimos al tiempo en que la madre de José lo llamaba desde el piso superior. 

—Abre el auto pronto para que crea que no la escuché. 

Pero su madre se asomaba ya por la ventana. 

—Ana Pau dijo que irían a la librería, no tarden. 

A modo de respuesta, José hizo una reverencia y tanto Ana Pau como yo nos despedimos con la mano. 

—¿A qué librería vamos? —preguntó con tono aburrido. 

—A ninguna —respondí. 

—A Pendular —dijo Ana Pau—, comprarás la nueva edición de Hadji Murat

—Ya rugiste, leona salvaje.

—Abre la guantera.

De ahí José sacó dos botellas de blanco y un tiracorcho. Con maestría, abrió la primera. Ana Pau inauguró la ronda y ya subíamos por Desierto de los Tigres cuando la segunda terminaba de vaciarse. 

—¿Por qué Hadji Murat? —preguntó José. 

  —Porque eres un snob irredento, porque eres oscuro como la oscuridad de un pozo sin fondo en una noche sin luna, y porque es el mejor trabajo de ficción de Tolstoi.

—¿Más que Guerra y paz? ¿Más que Ana Karenina? ¿Más que La muerte de Iván Ilich? ¿Más que Sonata a Kreutzer?

—Más que todas —espetó Ana Pau. 

Frené el automóvil de súbito para espabilar los ánimos. 

—¡No llevas flete! —recriminó José. 

Bajamos y caminamos hacia el borde. La ciudad se delineaba bajo nuestros pies y por sus calles y avenidas circulaban luces blancas y rojas que, de entrecerrar los ojos, dibujaban trazos de luz que serpenteaba por ese lienzo de concreto y metal. Alguna vez esa ciudad tuvo acequias en lugar de calles de asfalto y de pronto me llegó a la imaginación qué hubiera sido si todavía existieran. José pensó igual, supongo, la conexión misteriosa entre nuestras mentes, porque a bote pronto soltó.

—Navegar por los canales de agua prístina en lugar de bólidos escupehumo. 

Ana Pau nos miró severamente. 

Saqué mi cámara fotográfica y comencé a capturarla en pixeles y ella comenzó a posar. José se le unió y les tomé fotografías y después fotografié la ciudad y sus palacios derruidos y fotografié el cielo violentado por nubes de polución que provocaban los espectaculares cielos de fuego. 

José se subió sobre la barda que bordeaba el mirador y alzó los brazos y abrió sus palmas y estiró sus dedos.

Gritó un llamado de guerra prehispánico y después silbó como un ave canora y Ana Pau se subió a su lado y gritó también. Les tomé foto y los últimos rayos de luz golpeaban sus cabellos y los encendían en llamas y eran dioses proteicos, macho y hembra, alfa y omega

y eran el sol y la luna y todas las dicotomías semánticas, padre y madre, madre e hijo, blanco y negro, eran el bien y el mal 

encarnados

en un punto del espacio y del tiempo

como una estrella que nace tras la explosión de las supernovas 

o el colapso de los neutrones

y eran Jesús y el diablo conversando en el desierto y apostando tragos de Chardonnay

—¿Nos ves? —preguntó José.

—Los veo —respondí.

—Míranos y toma la fotografía de este momento irrepetible en el atardecer de la gran Tenochtitlán del corazón de México, ombligo del mundo, ombligo cósmico del universo conocido y por conocer, este momento fugaz que ya pasó y que pasa ahora y pasará con su venida siempre instantánea. 

—Los miro, los tengo en la mirada.

—Mira esta creación divina que somos y que se manifiesta como un cuerpo de carne y hueso, un corazón que late con furia, mira esta ruina en que nos convertimos, el mundo en que habitamos como una luz intensa que fenece. Nunca más estaremos tan cerca de la chispa, tan cerca de la luz como ahora, hoy, en este preciso instante, aquí, ya se fue, pasó, fui…

La noche nos atrapó y descendimos de la montaña mientras las lágrimas decoraban nuestras mejillas. 

 

*

Ciudad de México, 1984. Maestro en Filosofía Universidad París IV Sorbonne. Autor de Luciérnagas en el desierto (Bambú, 2012), Los Ángeles es una escena del crimen (IMC, 2013), Nunca más serás tan joven como ahora (GYRE, 2016). Premio de LIJ de la UAEMEX por Zo piloto.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_605

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