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viernes, 26 abril, 2024
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La Ley para que sea buena, debe suponer lo que el individuo en realidad es

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Por: MATÍAS CHIQUITO DÍAZ DE LEÓN* •

El inicio de los trabajos del proceso electoral 2014-2015, llama la atención el tema de la inseguridad. El tema había estado presente en comicios anteriores, aunque no con tan remarcada insistencia como lo han destacado ahora los diferentes actores políticos acreditados ante los órganos electorales. Los mensajes de los representantes de los partidos políticos en la sesión del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, celebrada el 7 de octubre de 2014 para declarar el arranque del proceso electoral, estuvieron envueltos de evidentes preocupaciones, ya no tanto por las elecciones mismas, sino, más bien, por el clima de incertidumbre que campea en el territorio nacional; en similares términos, en la sesión celebrada por los Consejos Locales en la primer semana de noviembre de este mismo año, la constante fue la preocupación manifiesta por la ausencia del Estado de Derecho y la incertidumbre que genera en la población el sentimiento por la evidente inseguridad que se vive a cualquier hora del día.

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Con estos breves precedentes, debo precisar, con toda objetividad, que en más de 20 años de elecciones a cargo de órganos autónomos e independientes no se ha registrado interferencia alguna de entes ajenos a la elección en la operación de los procesos electorales. En ningún momento, en ese tiempo aproximado, las elecciones han corrido riesgos insalvables. Luego entonces, si de algo hay certeza, es que el 7 de junio de 2015 los electores tendrán una mesa de votación muy cercana a su domicilio y podrán sufragar en plena libertad.

Ahora bien, a propósito de las citadas preocupaciones, me referiré precisamente a algunas de las posibles causas que nos han llevado al estado de cosas que priva en la República entera, que ha generado niveles de incertidumbre en la población que dificultan cada vez más la convivencia ordenada del individuo en sociedad. Se trata de la ausencia de una autoridad con legitimidad y valor suficiente para emitir leyes y aplicarlas sin tibieza y sin excesos, acompañada de un individuo que igualmente no ha tenido el valor de contribuir con esa autoridad y generar esfuerzo conjunto para transformar la realidad a su favor.

Acudo en este caso a los estudios realizados por la sociología, que coinciden en afirmar, en coincidencia con el filósofo de Estagira, que el individuo es un ser social por naturaleza. Ese individuo desarrolla sus cualidades de humano precisamente en la comunidad, en la vida social, siendo esa razón propiamente la que hace exigible la vigencia y aplicación eficiente de la ley, de normas generales, de reglas del juego que permitan que la vida en comunidad sea ordenada; leyes que deben derivar de una expresión voluntaria del individuo en sociedad, cuya aplicación no debe ser afectada por la tibieza o abuso de quienes deban aplicarla. A su vez, para que la ley sea buena, debe suponer que el individuo es un ser pervertido por naturaleza, que dicha cualidad, como la imaginación, puede no tener límite alguno; luego entonces, el brazo de la ley debe ser tan extenso hasta alcanzar los linderos de la imaginación, suponiendo que a ésta, tarde o temprano, le dará por hacer el mal. La ley, para que sea buena, debe ser capaz de someter esos atávicos instintos del individuo, tan pervertidos ahora como en el principio de los tiempos. No puede haber duda de un comportamiento así, cuando el asesinar por motivos depravados es práctica común. Aun cuando la mayoría de una población pueda no estar en ese supuesto, no debe ser motivo para suponer que el individuo es una ser cultivado, racional, bueno y prodigioso, como algunos incautos suponen; esta inocua suposición no debe ser motivo para generar distracciones en la creación y aplicación de leyes efectivas que sometan al orden.

Como referencia obligada en este tema, traigo a la memoria un viejo texto de Richard Hooker, teólogo de la Iglesia Anglicana (1554-1600). Su obra, sobre las “…leyes de la política eclesiástica”, es citada por John Locke en “el segundo tratado sobre el gobierno civil”, en los siguientes términos: “ Las leyes políticas, dirigidas a lograr el orden externo y la convivencia entre los súbditos, nunca serán adecuadamente concebidas, a menos que tengan en cuenta que la voluntad del hombre es radicalmente obstinada, rebelde y reacia a obedecer las leyes; en una palabra, a menos que se presuponga que el hombre es, en lo que a su conciencia depravada se refiere, poco más que una bestia salvaje. De acuerdo con esto, las leyes deben procurar que las acciones externas de los hombres no sean un impedimento para el bien común cuyo logro es la razón por la cual las sociedades políticas son instituidas”.

Son cerca de quinientos años los que han pasado desde la aparición del texto del anglicano Richar Hooker. Valoremos la vigencia de sus prolegómenos, hoy en día cuando la incertidumbre priva en la población, precisamente por la ausencia de una ley buena y por la marcada presencia de instintos desbordados en el individuo que ha desinhibido su actuación, sin límites posibles a la recreación de las tentaciones que animadas por su original naturaleza encuentra causa francos ante la ausencia de una ley incapaz de someterlo al orden.

Los incautos defensores sólo de los derechos del individuo, que permiten la liberación de cualquier delincuente sólo por tecnicismo legales, han perdido de vista lo que la naturaleza humana es y de los que el individuo es capaz de hacer; no importan clases sociales o posiciones económicas, la naturaleza es la misma en unos y en otros. Así ha sido y será si no reaccionamos ya. ■

 

*Delegado del INE en el Estado de México

 

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