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viernes, 26 abril, 2024
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A construir la nueva versión de economía mixta en México

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

A partir de 1982, la suma de las fuerzas del PRI y el PAN cogobernaron el país poniendo en el centro las reformas estructurales neoliberales. Dos fueron sus principales ejes para su acción en el ámbito de la economía: a) minimizar al Estado y revisar, a fondo, el papel que debe desempeñar en la economía, y b) redefinir las relaciones económicas del país con el exterior. De ahí emanaron las privatizaciones de las empresas públicas, la reducción del gasto público, la desregulación de todo tipo de actividad, la reprivatización bancaria, la autonomía del Banco de México y, en parte, la reforma del artículo 27 en materia agraria. La inversión pública se redujo, lo que provocó un enorme retraso en la infraestructura de las comunicaciones y los transportes, en el uso y aprovechamiento del agua y en la producción de energéticos. La apertura externa propició drásticas revisiones de la política comercial: la firma de varios tratados de libre comercio y nuevas reglas de apertura a la inversión extranjera directa, lo que propició, entre otras cosas, la extranjerización de la banca comercial y del sistema nacional de pagos.

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La grave crisis financiera que inició en 2008 provocó el derrumbe de los fundamentos teoricos del neoliberalismo y de sus desarrollos de las anteriores tres o cuatro décadas. Su aplicación a rajatabla no había producido mayor crecimiento ni mejor distribución del ingreso, ni siquiera estabilidad, el mundo entero estaba hundido en una crisis que dejaba pequeñas las de los tiempos finales del modelo keynesiano. Pero lo realmente grave para el programa neoliberal, se entiende, era que la crisis había desfondado los supuestos indispensables de la privatización. La victoria cultural del neoliberalismo en los años setenta obedeció en buena medida a su vertiente moral, a la denuncia de la corrupción de los políticos, los sindicatos, los burócratas. Pues bien, la crisis de 2008 puso al descubierto tramas de corrupción de los mercados, efectos perversos de los sistemas de estímulos, trampas, fraudes, simulaciones, que mostraban bien a las claras que el mundo de lo privado era tan inmoral como podía ser el mundo de lo público. Y además, igualmente ineficiente, si no peor.

A estas alturas ha quedado claro para todos en México que la decisión de sustituir el esfuerzo público por la iniciativa privada no produjo los resultados ofrecidos. Por ello, la economía no ha sido capaz de aprovechar eficientemente, y a fondo, las ventajas reales y supuestas de la apertura a la globalización. Lo más lamentable es que no se logró fue recuperar la senda perdida del crecimiento rápido y más o menos sostenido, de manera que tanto el PIB como la inversión reportan desempeños mediocres. Y esto en el mejor de los casos.

Las decisiones que estuvieron detrás del cambio estructural para la globalización, no son el fruto de ninguna ley natural. Las elites del poder y los grupos dominantes de la economía y las finanzas no consideraron que la desigualdad y la falta fehaciente de equidad eran temas cruciales. Pensaron que su atención podía posponerse hasta lograr las metas de globalización y dinamismo económico planteadas. No se reconoció que fuera urgente ocuparse de ellos y actuaron en consecuencia.

Lo que se puede postular aquí y ahora, es que después de 36 años de globalizar a la nación es preciso y factible que la cuarta transformación se proponga: crear capacidades productivas, institucionales e intelectuales, de imaginación histórica y sociológica, innovadoras, para adaptar la tecnología global y hacer que la apertura al exterior funcione en beneficio de México. Hay que acometer con energía la reforma de las reformas. Adaptar a nuestras tradiciones y necesidades la lección básica de los países, como China, que han sido exitosos en la globalización: ser heterodoxos frente al fundamentalismo del mercado único y la receta universal. Ser ortodoxos en la afirmación de los intereses nacionales, que en el caso de México se originan en la cuestión social dominada por la desigualdad, la concentración del privilegio y la pobreza de las masas.

Hay que asumir plenamente una conclusión evidente del experimento neoliberal, que preservar la salud de las economías implica algo más: cuidar escrupulosamente el desarrollo, la dimensión humana de la demanda, no simplemente suplirlos con manipulaciones populistas o financieras. Ahí los gobiernos tienen a querer o no una responsabilidad indelegable. En nuestro caso, la política fiscal y de gasto público, la de salarios y sobre todo la de inversión, pese a descuidos o abstenciones, seguirán jugando un papel insustituible en la restitución de la armonía social. México requiere una nueva versión de economia mixta.

Como señaló David Ibarra en su más reciente cumpleaños: “La lección a sacar no es que la historia nos jugó una mala pasada; hoy, por el contrario, despeja tímidamente horizontes al acentuar voces y votos en favor de cambiar el statu quo del mundo. En México, no hay vuelta atrás, ni certezas en el ya envejecido camino neoliberal. Eso nos obliga a intentar la construcción de un futuro con menos creencias neocoloniales, con nuestro ingenio y trabajo puestos en diseñar una política propia que a la par de democrática resulte más autónoma e igualitaria, aun frente a restricciones externas a veces inescapables. Ya lo hicimos una vez. Con todo, la tarea es y será pausada, difícil, en la atmósfera de desasosiego, de intensa polarización distributiva que todavía priva en el país. ¿Emprenderemos la tarea unidos, con la persistencia obsesiva para alcanzar metas que hermanen progreso e igualdad y permitan ir corrigiendo errores inevitables? Esa, es precisamente la cuestión más relevante a responder en nuestro nuevo tiempo mexicano.” ■

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