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jueves, 2 mayo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

Tengo que escribir desde mi experiencia: lo que hace doce años me empezó como un noviazgo tiene ahora su prolongación en la vida familiar y la educación a los hijos. Que en esa vida se precisa la intimidad en los integrantes de la pareja, los papás, es innegable. Al obviar eso nos quedan experiencias en la búsqueda de la alegría, la armonía, el crecimiento, todo alrededor de los hijos y la educación que uno debe darles.

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Contrae uno matrimonio con cierta certeza de que se ha llegado a una madurez. ¡Ah, percepciones y relatividades! La verdad generalizada es que apenas comienza uno el camino. La gran realidad es que no termina uno de conocerse en tanto no se tienen hijos, en tanto el yo todavía no ejerce el noble y desinteresado, y a veces desvelado y mortificado, oficio de ser papá o mamá.

Frente a nosotros se tiende la vida del niño que llega a los seis, siete años, y comienza uno involuntariamente a contrastar su desarrollo con el que tuvimos. En ocasiones nos vence el impulso de suplir su infancia con excesos, y todo en torno a cosas que no tuvimos. En otras ocasiones buscamos evitar en ellos tantos errores que tuvimos nosotros. Pero no es nuestra vida. No son ellos nuestros apéndices, no tenemos en ellos una segunda oportunidad nuestra. El niño viene con su propio carácter, su propia curiosidad y ansia e ingenuidad. Eso debe respetarse.

“Es que yo sé más que tú”, “Es que yo sé lo que te conviene”, “Ahorita no lo entiendes pero después hasta me agradecerás”, son quizás algunas de las frases más difíciles que brotarán de nuestros labios. Esto es como topar contra pared, no desea uno llegar a esos momentos. Dicen que ser muy suave no está permitido, tampoco la dureza excesiva. No somos amigos de nuestros hijos, repiten los que dicen que saben. No somos jueces de nuestros hijos, también insisten.

Por otro lado tenemos el segundo contraste, el inverso, el que nos llega como voz de conciencia para decirnos: “¿Ya ves? Ahora entiendes porqué actuaban así papá y mamá”. A veces se trata de tragar orgullo en dosis y silencio. Se trata de tener paciencia, de permitir también que los hijos se equivoquen y nos odien. Cuántas veces dije que mi papá era malo. Cuántas veces grité que prefería tragar sólo frijoles con tal de que él estuviera más tiempo con nosotros. Ahora mi espejo de hombre ocupado es más grande y más amplio. Es hora de cerrar el hocico con una hermosa llave chirrinconchín.

Educar a los hijos, lograrlo, es más que suficiente para morir con integridad. Así me iré del mundo, lo propongo. Así decido honrar lo bueno, mucho bueno, que mis padres han hecho conmigo.

 

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