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jueves, 9 mayo, 2024
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Pejazo en Zacatecas: de la esperanza a la colonización de Morena

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

La pretensión de construir un partido de izquierda que elimine las anomalías del sistema de partidos es una tarea de primer orden, sobre todo si atendemos al diagnóstico que concluye que el flujo del proceso de desarrollo se está atorando en el nudo que forman las instancias de representación y ejecución de las políticas públicas. Resolver el problema de la corrupción, pasa por cambiar todo el sistema de partidos que son ahora las vías por donde operan los poderes fácticos que se apoderan de las riquezas de la nación. Y para evitar que los partidos políticos se conviertan en barcos-pirata, es absolutamente necesario dotarlos de transparencia y democracia radical. Sin esa medicina, en cadena, los males brotan como cizaña. Así pues, la vida interna de los partidos sí importa: su democracia interna es preocupación pública. No es gratuito que el manejo del Partido Verde como empresa concesionada convierta a este instituto en un instrumento de las televisoras y del PRI. Al igual que la burocratización del PRD hizo posible que las dirigencias negociaran el Pacto, aun en oposición al grueso de su militancia. Si este último partido hubiera tenido los mecanismos democráticos elementales, el Pacto no hubiera ocurrido; y sin éste, la historia de las llamadas Reformas Estructurales fuera otra. En este contexto de calamidad del sistema de partidos nace Morena, como una manera de mostrar que era posible actuar con limpieza y con democracia.

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Al inicio la expectativa creció rápidamente, porque las medidas propuestas fueron atractivas: se eliminó el dinero como forma esencial de operación política, con lo cual renació el trabajo político voluntario. También la idea de sortear algunas candidaturas plurinominales tenía como efecto quitarle a los cacicazgos locales el poder de controlar esas posiciones estratégicas. Y un asunto que podía ser aún más significativo: centrar la actividad política alrededor del programa para solucionar los grandes problemas públicos, y no sólo en la mercadotecnia de imagen, ni mucho menos en las prácticas clientelares del antiguo régimen. El último anuncio de que la fracción de Morena destinaría la mitad de sus prerrogativas a las universidades generó entusiasmo entre muchos ciudadanos por la significación de este acto: priorizar la educación por sobre la propia vida partidaria.

Sin embargo, los últimos acontecimientos en Zacatecas prefiguran un peligro para que este partido pueda consolidar su pretensión original de ser un ejemplo de renovación del grupo de partidos de izquierda: puede sufrir una caída precoz en la ciénaga de la que trataba de salir. Me refiero a la imposición del candidato a la gubernatura para 2016; lo cual tiene dos niveles de análisis: uno es el de las estructuras de decisión partidaria que lo hizo posible, y otro es lo que prefigura el perfil del candidato impuesto.

Una organización conducida por un liderazgo carismático a diferencia de una conducción normada por mecanismos impersonales (reglas y normas), tiende a generar una forma de mando centralizada y vertical. Ya Weber nos lo advertía: los “líderes máximos” no construyen mandos horizontales ni competitivos. Y en Morena es justo el caso: al señor Andrés Manuel le dicen “nuestro líder máximo”, y en verdad lo es. Y una parte importante de la militancia se adscribe a este partido no siguiendo motivos abstractos como programas, sino a un líder personal. No entran para trabajar en conjunto por eliminar la corrupción a partir de implementar ciertos mecanismos institucionales, sino que lo hacen porque ‘confían’ en que las dotes morales de ese líder hará ese trabajo. La idea de que este líder, junto a un colectivo de apóstoles cercanos, cuidaría de que el partido fuera por buen camino, creó una normatividad interna en Morena que formaliza el procedimiento que le dota a la cúpula nacional de la autoridad para decidir candidaturas locales. Así las cosas, el acuerdo de que las instancias estatales nombraran hasta tres candidatos (llamados PSN) y  la nacional hasta dos, y después se acordara un mecanismo democrático de decisión, quedó anulado cuando la Comité Nacional decide unilateralmente desconocer al PSN consensado en la instancia estatal. Y el mecanismo por medio del cual tomaron la decisión es obscuro: una encuesta que no fue acorada con los demás aspirantes, nadie la conoce, ni tiene acceso a su metodología, ni a quienes la realizaron, ni en qué tiempos. Nada. Sólo el anuncio del Comité Nacional de que en base a una encuesta decidieron que el señor David Monreal sería el único precandidato (PSN), y con ello, se eliminaba al propuesto por la militancia local (José Luis Figueroa). Cuando vino el señor Obrador a dar posesión a esa candidatura, lo hizo por fuera de la estructura de la militancia de Morena, y se apoyó en un grupo que tiene varios años de campaña, llamado D-16. El cúmulo de irregularidades de la vida interna del mencionado partido no las voy a mencionar, ni tampoco expondré el análisis de la forma errónea de dicha decisión, porque me centro en lo más significativo: la estructura autoritaria en Morena que hace posible imponer un candidato local.

Ahora bien, el procedimiento vertical y sin concesiones puede dar lugar a males mayores. Respalda una práctica política que quiere combatir: la forma-mafia. Si el monrealismo actúa en varios partidos de forma simultánea y pone el centro de gravedad de la distribución del poder en una sola familia, eso justamente constituye la forma de operar de una mafia: establecer a una familia en el espacio decisorio de lo público, o  convertir a un espacio privado en el conductor de las decisiones políticas. Eso es la negación misma de la democracia. No es gratuito que sus procedimientos sean los típicos del antiguo régimen; como lo ilustran empíricamente los reportes de actuación de sus operadores en el municipio de Guadalupe (Clemente Velázquez): compra de votos, acarreo, presión, y un sinfín de farsas. La forma en que integraron el padrón de fundación de Morena en este municipio puede ser el objeto de muestra. En suma, el monrealismo es un poder fáctico avalado y respaldado por López Obrador, a cambio de una incierta expectativa de votos para su candidatura presidencial.

Así las cosas, las expectativas que generó este partido en la renovación de la izquierda pueden desplomarse por la estructura autoritaria del liderazgo máximo, que da lugar a decisiones donde la democracia interna de este partido desaparece; y con ello, se abre la puerta a peligros mayores: la dominancia de poderes fácticos en el partido y luego en los gobiernos, la cual es la causa central de los males políticos que hoy mismo padecemos en México.■

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