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jueves, 2 mayo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Ningún zacatecano tan celebrado como Ramón López Velarde, al grado que todos, prácticamente, en el ámbito de la lengua española, a menudo con razón, lo reclaman como propio; así, un coterráneo ultramontano lo sitúa a la diestra del Padre; Neruda lo erige sin más heraldo del amanecer comunista; y cuando totalmente ciego, el Borges de los últimos años, percibía una voz mexicana, declamaba en automático su Suave patria.

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Pero si fuera de su estado natal ha sido Ramón objeto de un culto fervoroso, nadie dentro del mismo ha corrido con suerte paralela; ya que ni García Salinas o González Ortega, sus paisanos históricamente de mayor calado, han generado tantas esculturas, calles, plazas o escuelas con su nombre, con el plus correspondiente al poemario.

Tal parafernalia no obstante, la sentencia que condena a los profetas a no serlo en su tierra conviene plenamente al bardo jerezano; ya que si bien profusamente declamado, particularmente en fiestas de fin de cursos, muy exiguamente es leído, y en absoluto escuchado.

Viene todo esto a cuento por el litigio entre el gobierno del Estado y la presidencia de la República, empeñado el primero en abrir a la explotación minera dos millones y medio de hectáreas del semidesierto zacatecano; y de preservarlas la segunda, como reserva ecológica.

Aconsejaba Octavio Paz a los gobernantes frecuentar la poesía, y considerarla a la hora de asumir sus más graves decisiones; consejo que desatendido (más factible sería que viajaran a la luna) décadas atrás, a propósito de los veneros del diablo, desembocó en la masacre de “la gallina de los huevos de oro”; y que ignorado ahora, en la tierra del poeta, amenaza reducir a escombros tóxicos el Palacio del Rey de Oros, a cambio de un plato (trabajos de alto riesgo con salarios infames) de lentejas. ■

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