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miércoles, 8 mayo, 2024
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La constancia del aire

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Por: Ernesto Castro* •

La Gualdra 569 / Poesía / Libros

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Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo al agua,

si he perdido la voz en la maleza,

me queda la palabra.

Blas de Otero

 

Quizá lo más general, para después particularizar en este acercamiento a sin defensa, antología poética [1993-2021] de Ricardo Solís, publicado por Keli Ediciones en el 2022, sea iniciar con unas cuantas preguntas: ¿somos resultado del tiempo?, ¿el tiempo se crea a medida que discurrimos, con todo lo que esa palabra, discurrir, conlleva? ¿Es el tiempo efecto de nuestras acciones, omisiones, ideas y vacíos, o éstos surgen gracias al primero? ¿Somos el tiempo? O, mejor dicho, ¿somos nuestro tiempo?

Definitivamente, éstas no son preguntas que nos acompañen inapagable y tortuosamente durante la cotidianidad, o que nos impidan, al conducir, ver la luz roja de un semáforo y, mínimo, nos haga obtener una fotoinfracción que será enviada a nuestro domicilio justamente la semana en que no tenemos ni un quinto.

No son, pues, preguntas redituables de facto, más allá de que tengan una respuesta certera. Pero, ojo, no por ello no existen ni carecen de sentido. Es ahí donde, creo, la poesía toma su camino, donde las cosas parecen no existir o tienen la carcasa de la banalidad, y, sin embargo, son elementos que te sostienen la vida. Por lo menos esa vida que nada o poco tiene que ver con comportamientos o acuerdos sociales asfixiantes.

Inicié con las preguntas sobre el tiempo porque considero que una antología poética es como un mapa en el transcurrir de los días, meses, años; es un camino donde queda el rastro de lo que fue y de lo que se fue.

A la civilización se le ocurrió medir el tiempo en números; a los poetas, en palabras; y no es que la poesía no sea parte de la civilización, muy a pesar de Platón, que no contaba con la constancia del gremio.

En sin defensa, título provocadoramente sencillo que nos puede llevar desde un juego de futbol hasta un sistema endócrino en declive, Solís deja el rastro de la palabra. Y justamente así comienza su viaje, como lo menciona en el primer libro de la antología, Poesía nómada (1994):

 

Y resbalamos en la palabra

descalzos,

sin defensa.

 

Es bueno que precise que mi visión del poeta, y creo que también la de Solís, es la de un trabajador del lenguaje, como un músico lo es de los sonidos y un carpintero de la madera. En esta labor, la del poeta, también el trabajo hace el resultado. Sin defensa nos muestra cómo el autor ha adquirido una pericia para el manejo de su herramienta; pero vacuo sería sólo señalar la técnica si no consideramos la huella que deja el poema en quien se adentra a leerlo (Trapisonda, 1998):

 

esto es sólo

un oficio de comienzos

un dos tres

y vuelta sin fin al sitio primario

solar de la palabra…

 

Hablando de su labor como antologador de su propio trabajo, imagino que hay en ello un segundo acto de creación; es decir, construir con su propio material un nuevo entramado, dejando en el orden, más allá de un camino cronológico, las señales de un mapa hacia un lugar que toca al lector descubrir.

En los 17 libros que componen la antología hay una línea que transcurre, que discurre. Un camino de piedras dónde poner el pie para poder caminar sobre el agua, como un audaz Jesucristo.

A cada cierto paso se habrá de encontrar, por lo menos a mí se me reveló así, como una pista, el guiño al lenguaje, el beso o pellizco glúteo a la palabra. Por ejemplo, en el poema “La Cholla” (El fuego dormido, 2000): “La arena es sólo la constancia del aire”.

 

Y hay aquí una clave posible, que se despeja de la siguiente manera:

Arena= poesía.

Constancia= labor o trabajo lingüístico.

Aire= poeta.

 

Es decir: “La poesía es sólo el trabajo lingüístico del poeta”. Entiendo al autor al reverenciar y mencionar, a veces con asombro, otras con desesperanza y otras tantas con duda, a la palabra escrita, o sólo pensada o pronunciada. Y lo entiendo porque padezco el mismo trastorno: un impulso frenético y desolador hacia el espectro del lenguaje. Comparto y “comparto” lo que menciona en el poema “Closing (in)”, (Tonos de lo claro, 2007):

 

Todo comienza y termina en las palabras.

pobres necias tristes brutas

lacias simples locas

breves sucias

palabras.

 

Desde esta perspectiva que estoy delineando, la domesticación, por así decirlo, de los elementos mínimos de significado, es parte del trabajo del poeta –y no sólo del poeta, sino de quien escribe cualquier texto–. Ver un escrito donde no sobra ni falta un vocablo, donde las pausas y separaciones son precisas, es tan asombroso como ver un rascacielos.

El levantamiento de un poema es un acto creativo no sencillo y necesitado de los ojos y el entendimiento del lector; de este lado, desde los ojos de quien lee, el poema toma el sentido, y es acá donde el poeta, el trabajador de la hoja en blanco, toma una dimensión que raya de lo místico “El poeta es un pequeño dios”, decía Huidobro; hasta en lo artificial “Es un fingidor”, decía Pessoa.

Desde los primeros poemas de Ricardo, hasta los últimos de la antología (Señuelos, 2021), la conciencia del labrado de la palabra y el cuidado de la forma persiste, aunque con más ahínco y riesgo en algunos títulos. En Superficie sucesiva (2002) se muestra un trabajo más desafiante, los signos de puntuación son expulsados totalmente, el ritmo es la idea y el aliento. Aquí el paréntesis recobra su naturaleza de injerto, de pausa.

Aunque en cuanto a la extensión del poema este libro es muy diferente al último de la antología, Señuelos, en cuanto a riesgo y sentido lúdico es similar.

No quiero concluir sin antes mencionar un poema de Ciclo del can (1996), titulado “Peludio”, donde el erotismo confluye y la acronimia y el cruce léxico llevan al lector a la cópula entre las palabras:

 

Ahuyentómame,

enfermámame,

salvadócil lumbre de plateados dedos;

despiertímame,

asombrázame,

bella bestiamada que sabe

donde sus dedos detonan,

donde labra su labio con limpieza

cicatristes marcas en mi cuerpo;

muerdecídete

y acobárdame la duda

que te miente,

que te mata.

 

La meteorología se basa en periodos de treinta años para clasificar ciclos climáticos; es un lapso significativo en la vida orgánica del planeta y sus transformaciones. Tres décadas de labor poética también están sujetas a las mutaciones, Sin defensa es un documento que revela esta metamorfosis en el estilo de los textos de Ricardo Solís, y un espacio para que el lector acceda a un trabajo arduo en el tallado de la palabra escrita, labrado fino e incansable, con la constancia del aire.

 

Sobre el autor

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Escritor, traductor y periodista. Radica en Guadalajara desde 1999, fue becario del Programa de Estímulos a la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA) de Jalisco (2011-2012), y, por breve tiempo, jefe de Bibliotecas de Zapopan. Es autor, entre otros, de los libros Poesía nómada (1994), Ciclo del can (1996), Los peces todos (1997), Trapisonda (1998), El fuego dormido (2000), Piel de lo posible (2000), Superficie sucesiva (2002), Díada (2004), La luz abandonada (2007), Tonos de lo claro (2007), Cantusar (2008), Ámbito (2008), Cuerpo en mi cuerpo (2010), Agua grabada (2012) y la novela De paso (2019). Ganador del Premio Nacional de Poesía “Bartolomé Delgado de León” en 1996, del Concurso del Libro Sonorense tanto en 1998 como 2003, del Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde” en 2005, del X Premio Nacional de Poesía “Tijuana” en 2006 y del Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta” en 2007.

Ricardo Solís

*Ernesto Castro es escritor y corrector de textos. Escribe para Cuarto de Guerra y ha colaborado con Partidero, en Guadalajara.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_569

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