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viernes, 3 mayo, 2024
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Desvariaciones sobre el miedo

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Por: Manuel Rivera •

Imposible definirlo con palabras, insostenible negarlo cuando aprieta como una gran y poderosa mano al corazón, órgano que debe sublimar su fuerza si no quiere morir estrangulado por el poder que paraliza o catapulta.

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Hacer del suspiro de la vida sólo la oportunidad para evitarlo, es convertir lo corto en imperceptible o, en el mejor de los casos, detener el accidental o permitido instante del universo en el cual se vive, adelantando la inmovilidad propia de la inexorable muerte.

En cambio, admitir que su existencia resulta inherente al ser mortal, donde es lo que la sal a la comida o al “no” inicial que multiplica el gozo del “sí” final, lleva a experimentar la misma cortedad del suspiro de la existencia, mas ahora haciéndole perder lo absurdo y dándole justificación plena.

¿Maldito o bendito miedo?

 

II

Por paradójico que resulte, la ausencia de temor en algunos provoca la presencia de temor en otros.

El temor a quien conduce el rumbo de un pueblo sin temor a cualquier juez o leyes, divinas o terrenas, es uno de los mayores temores.

La pérdida de temor al juicio propio y de los demás, desvergüenza pura, es aviso de próxima y temida catástrofe.

¡Qué temor al no temor!

 

III

Trance superior de miedo es desafiar la ruptura del alma, porque por ella escapara la esperanza, que a la vida es más que la sangre.

¿Y qué más es capaz de fracturarla que el golpe dado por la indiferencia de quien se pretende acepte el espíritu entregado?

Empero, miedo supremo como este llevara, una vez más, a considerar la mediocridad de la inmovilidad o la posibilidad de seguir buscando el paraíso.

 

IV

¿Cómo no tenerle miedo a quien involuntariamente confiesa su ignorancia diciendo que sabe, sin hacer ni ser?

Quien pretende asumirse ante los demás como individuo superior por la temporalidad de una posición de poder, provoca la pena dada por el desvalido, la risa provocada por el payaso y el miedo infundido por el desquiciado.

Más terror debe provocar el hombre armado de soberbia, que el pertrechado con plomo.

 

V

Cuando se llega a la disyuntiva de enfrentar la posibilidad de la derrota o del triunfo, del dolor o del placer, el aire transporta un olor perceptible por la mayoría, pero disfrutado únicamente por pocos.

El aroma del miedo, originado en la angustia frente a lo imprevisible o surgido ante el anhelo de alcanzar la menor, pero más atractiva posibilidad, impregna el momento en el cual el ser humano decide cargar con la culpa de ceder el paso a la seguridad y detener con ello su marcha, o resuelve avanzar hasta donde le aguarden el descanso eterno e irreversible o el gozo efímero e inconmensurable de vencerse a sí mismo.

Disfrutar la vida o estar muerto dentro de ella aunque el corazón lata, depende de diferenciar una fragancia de un hedor. ■

 

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