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miércoles, 22 mayo, 2024
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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

El daño enorme de la conquista española

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En la cruenta guerra que los españoles emprendieron contra los pueblos zacatecanos, figura en sus crónicas el desafío de la imaginación más cruenta y difícil de entender.

En la zona de Jerez, Tlaltenango, Fresnillo y Teocaltiche, se refugiaban las familias-viejos, mujeres y niños-, ante el peligro de que los férreos españoles les tomaran como prisioneros y peor aún, de que se vengaran con ellos herrándolos como esclavos, violando a las mujeres y matándolos como escarmiento.

Fueron años de terror para una población que en más de 1000 años jamás habían visto a tan extraños forasteros urgidos por la sed de oro y mano de obra barata y los españoles lograron que de acuerdo a las normas, se les otorgara derechos y fueros de guerra a sus soldados para justificar todo tipo de atrocidades delante de la bravura de los indígenas zacatecanos: el ataque a mansalva, la captura de cautivos y el sacrificio de prisioneros.

  1. La cartografía zacatecana y caxcán de los peñones era una habitación, una fortaleza, un almacén de pertrechos de guerra, serranías llenas de árboles, veneros de agua, fortalezas naturales que permitieron siempre la exitosa huida de cientos y quizás miles de indígenas que aterrorizados por lo fiero de la espada española, salvaban por el momento sus pobres pertenencias y la vida.

Pero sólo por unos instantes.

El daño fue enorme.

Las naciones guachichilas destruidas por la guerra.

Pero la venganza vendría a caballo en manos de los indígenas que huían robando y asaltando a las caravanas de los españoles muy prestos a fundar pueblos, explotar minas y haciendas de beneficio de minerales y miles de indígenas eran su pesadilla ya que eran increíblemente diestros en el combate.

Los antiguos pueblos indígenas que poblaban nuestro territorio eran por lo general, pueblos tranquilos dedicados a lo suyo.

Si había guerras interiores, si había rapiña o semi-esclavismo, pero nada comparado con lo que vendría con la llegada onerosa y llena de furia de los españoles prestos a fundar pueblos y enriquecerse a costa de lo que fuera.

Lo demás, tristemente, ya lo sabemos: vendrían los enormes problemas de las epidemias, la sumisión total de siglos, el escarmiento y el vil esclavismo, la horca y el patíbulo, la degradación.

El pueblo pagó su deuda, su osadía, su cuota de sangre.

La fusión fue, al mismo tiempo, el milagro y la creación de nuevas ciudades que hoy pueblan nuestro territorio.

Nos enseñaron a ser o fieros o sumisos, obedientes o nobles, gestadores de generaciones y en la búsqueda diaria del pan en la incertidumbre.

Me decía un viejo amigo: crímenes son del tiempo, que no de España ■

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