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viernes, 26 abril, 2024
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Jaque al rey (Parte 1 de 2)

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Por: Luis Barjau •

Luis Barjau,­ etnólogo,­ investigador de la Dirección de Estudios­ Históricos­ del INAH, y autor de La conquista de La Malinche­ (Planeta/Conaculta, 2009), se pregunta si destruir una civilización milenaria no merece al menos “una protocolaria disculpa”.

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Ya circula una carta en las vehementes redes, no firmada, que divulga el “grupo Reforma,” pero que sólo dice que el presidente de México pidió al rey de España “el reconocimiento de los agravios causados y [que]redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común”, etcétera, a propósito del recuerdo, que no conmemoración, de 500 años del arribo de Cortés a Cozumel y del próximo 2021, en que se cumplen también los 500 de la caída de México-Tenochtitlan.

Tema realmente delicado, por las pasiones que puede desatar. Pero no parece pretexto para que el majadero escritor Arturo Pérez Reverte o el “lambón” de su colega Mario Vargas Llosa se pronuncien con tanto desenfado.

El anti-gachupinismo mexicano­ duró bastante después de la Independencia de 1810. Fue una especie de constante idiosincrásica de ciertos sectores mexicanos, pero que lentamente se disolvió. Ahora lo reviven los propios españoles y algunos colados.

Destruir una civilización milenaria sí es causa de un remordimiento que al menos merece una protocolaria disculpa. Independientemente de cuáles hayan sido las argucias y peripecias y coyunturas en que ocurrió tal catástrofe. Independientemente de que aquello haya ocurrido hace cinco siglos y de que la historia sea irreversible. E independientemente de que el tesoro descubierto por los españoles no haya quedado precisamente en sus manos.

Ahora es simple lo que se trata: los mexicanos no queremos conmemorar aquellos hechos que solo recordamos; los españoles, desde luego, no tienen derecho a festejar nada y lo que les conviene es el olvido. No del “descubrimiento” de América: sólo de las matanzas perpetradas.

Es cierto que la Conquista no la hizo la monarquía española, sino los mil 500 hombres de Hernán (contando más o menos a los mil de Pánfilo de Narváez, que al ver vencido a su jefe por Cortés, se unieron a él), ¡y más los 100 mil guerreros que se le unieron para derribar a su tirano: el mexica! Una coyuntura prodigiosa. Un tema que las ciencias sociales han visto con cierta indiferencia.
No obstante esta verdad, se difundió con presuntuosa insistencia: “Un puñado de 500 españoles venció a un imperio”. ¿Cómo se creó esa frase?

De la misma manera en que se difundió por el mundo que los indios americanos le sacaban el corazón diariamente a millares de víctimas; comían carne humana; eran sométicos y malos; cobardes; de poca fe e inconstantes, idólatras y poseídos durante siglos por Satanás.

Hay verdades y no todas las mentiras son perversas. Cortés logró alianza indígena con la promesa de romper el régimen tributario que oprimía, por parte de la Triple Alianza (México, Tacuba y Texcoco), a tantos pueblos indígenas. Esta fue una verdad a medias. Hernán Cortés no sólo no cumplió, sino que se montó en la estructura de tal sistema para que, esta vez, él fuera el depositario del tributo. Es cierto que entonces no exigió ni productos regionales ni excesivos servicios personales: pedía solamente oro, que para los indígenas tan sólo era un adorno.

El 18 de octubre de 1519 Hernán Cortés invitó a todos los principales de Cholula a un gran patio del palacio que los alojaba, con objeto de despedirse porque continuaría su ruta hacia Tenochtitlan. El local tenía sólo cuatro accesos por pequeñas puertas y en cada uno puso guardia a caballo, con soldados con armaduras, espadas, lanzas y arcabuces. Una vez que todos estuvieron concentrados en el patio, tras la señal de un disparo desató una matanza contra los cholultecas desarmados, que duró una hora y dejó alrededor de –dicen los propios cronistas españoles– 5 mil muertos.

Tienen importancia las causas y los propósitos de tal operación? Probablemente sí, para las pesquisas del historiador que quiere explicar estrategias y oscuros propósitos de la Conquista.

Hacia el 15 de mayo de ese mismo año, Pedro de Alvarado (al cual tanto admira Pérez-Reverte) hizo lo mismo en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Cortés había regresado a Cempoala para combatir a Pánfilo de Narváez, que era enviado del gobernador de Cuba, Diego Velázquez de Cuéllar, para meter en cintura al desobediente Cortés. Por solicitud de Alvarado a Moctezuma, se reunió en la fiesta de Tóxcatl, celebrada cada año en el Templo Mayor, a la totalidad de principales y grandes jefes guerreros para que intervinieran en la gran danza que se ofrecía a Tezcatli­poca. López de Gómara, Bernal, Vázquez de Tapia, El Códice Ramírez, Diego Durán, Sahagún, Alva Ixtlilxóchitl y otros cronistas escribieron que la matanza hecha por Alvarado, a una señal, dejó tendidos a unos 600 señores. Los que intentaron escapar escalando los muros fueron bajados a tiros. “La nobleza mexicana allí falleció casi toda” se escribió en la Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias.

Es del todo dudoso que Alvarado tomara por su cuenta tal decisión de una matanza, que fue idéntica a la ordenada por Cortés en Cholula. Y es creíble que, habiendo quedado por alcalde a la partida de Cortés a la costa, éste haya dejado instrucciones precisas.

Porque después Cortés en sus Cartas de Relación, sobre aquel drama, ni siquiera menciona a Alvarado por su nombre. Cuando regresó Cortés y “se enteró” de los sucesos, no emitió ningún reclamo al asesino, al cual ya había humillado y castigado por un delito menor cometido en Cozumel, cuando, adelantándose a la flota procedente de Cuba y arribando primero que nadie a la isla, robó objetos de oro y de barro en el templo del lugar. ■

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