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viernes, 26 abril, 2024
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El Gran Hotel Budapest abre la Berlinale; realiza charla el director, Wes Anderson

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Por: CARLOS BELMONTE GREY •

“Me gustaría que respondiera a eso si pudiera”, comentó entre bromas el actor Bill Murray, cuando en la conferencia de prensa para la presentación de la mega producción The Grand Budapest Hotel se le preguntó al director Wes Anderson cómo había conseguido dirigir a tantos primeros actores en una misma película y lograr que se conformaran con aparecer unos breves minutos.

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La pregunta era obvia y la broma de Murray era una duda general, pues se tiene en una misma cinta a tres premiados con un Oscar, Adrian Brody, Tilda Swinton y F. Murray; a los merecedores de una Palma de Oro, Léa Seydoux y Mathieu Amalric; al de un León de Plata, Harvey Keitel; y a los multipremiados Ralph Fiennes, Jude Law, Edward Norton, Owen Wilson, Tom Wilkinson, Bill Murray y Willem Dafoe. Un reparto algo espectacular, ¿no?

Wes Anderson, quien además de dirigir y producir la cinta también la escribió basado en las historias de Stefan Zweig y en la cinematografía de Ernst Lubitsch, se limitó a señalar con gracia lo emocionante que fue repartir los roles de los personajes entre tantas estrellas.

Entre risas de la prensa, Murray sólo finalizó la respuesta con su impresión de lo que debió de costar movilizar a todo ese personal, “porque, por ejemplo, yo pasé una semana en Londres y una semana en París, todo pagado, sólo para filmar 19 minutos”, aunque su aparición en la pantalla no llega a los 4.

Una caricatura

The Grand Budapest Hotel, película que inauguró el 64 Festival de Cine de Berlín, se acerca a los dibujos animados, con personajes humanos con actuaciones caricaturizadas, como si fueran muñequitos de plastilina

La historia es en verdad un novelón en el que unos familiares se pelean por la herencia de una señora anciana, que tenía un amante y a quien aparentemente dejó todos sus bienes incluyendo el Gran Hotel Budapest, una mansión perdida en algún lugar del mundo que sirve como asilo para las almas solitarias y que quieren mantenerse así, aisladas.

Toda una delicia resultó ver las transformaciones de actores que se tienen por serios en sus papeles tradicionales, y que en esta ocasión se dejaron envejecer, ironizar y tomar, en pocas palabras, a la ligera. Además, las escenas rodadas en estrechos interiores son una remembranza al estilo Lubitsch y a su legendaria The shop around the corner.

El detalle mexicano

Un detalle llamó la atención, al menos a la prensa mexicana –por cierto, poco numerosa-, fue que la joven actriz Saoirse Ronan, quien interpreta a la panadera de la mansión, tiene un mapa de México tatuado en una de sus mejillas, una marca que resalta desde su primera aparición en escena pedaleando una bicicleta.

Así que se le preguntó a Anderson el porqué de esta mención a México. Anderson, titubeante, respondió que él siendo texano conocía un poco de la historia de México y sabía que Texas le había pertenecido antiguamente, aunque en realidad, concluyó “no hay una razón especial”.

No se trata aquí de levantar los ánimos patrioteros por una simple mención, pero no puede evitarse en pensar que estas referencias son todavía rezagos de una imagen que la cinematografía norteamericana ha repetido hasta el cansancio, la de México como el país subordinado, incivilizado y recurso para la mofa fácil.

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