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domingo, 19 mayo, 2024
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Las presentaciones de libros

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

De muy joven alguien me dio una lección: lo mejor de las presentaciones de libros es que llegas medio borracho, no dices gran cosa del libro y procuras que el autor quede bien con los invitados, como si se tratara de una quinceañera y a ti te escogieran para dar el discurso previo al baile con los padrinos. Muchos años pensé que de eso se trataban las presentaciones de libros, hasta que descubrí que también son otra cosa.

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Si son más de dos los que hablan, las presentaciones de libros no sólo resultan soporíferas sino inaguantables, y si uno de los que habla trae un mamotreto entre las manos, cuya lectura le lleva varios minutos, ya se puede uno olvidar del vino y los bocadillos, motivo principal por el que muchos acuden a las presentaciones de libros y deciden escapar en cuanto ven las hojas del que está frente al micrófono.

Las presentaciones de libros son engañosas en el mejor de los casos cuando no fraudulentas: adquirimos el libro porque confiamos en las capacidades de quien previamente lo leyó y desde la mesa de presentadores nos dice que es un buen libro que vale la pena tener en nuestra biblioteca; lamentablemente, los presentadores son, en la mayoría de las ocasiones, si no es que siempre, grandes amigos del autor, por lo que bajo ninguna circunstancia se van a atrever a decir que ese libro es malo, y si así fuese, el primero que se los reprocharía al terminar la presentación sería el autor, pues no por nada pensó en ellos para que presentaran su libro, porque confiaba en esa sólida amistad.

Se han dado casos en que el presentador en verdad reconoce que el libro es malo, sin embargo, una vez contemplado para el magno evento no le queda otra salida que no llegar, reportarse gravemente enfermo, en cama (porque hasta nos avisan), cuando bien sabido es que en esos momentos disfruta de un buen trago en una cantina cercana a donde se lleva a cabo el evento, a la espera de que llegue el autor y su comitiva una vez que termine el espectáculo, porque eso y no otra cosa son las presentaciones de libros: nuestra élite cultural se reúne en torno a un producto literario, lo festejan, brindan loas al autor, se emborrachan y más tardan en despedirse que en hablar pestes del libro a las espaldas de quien lo escribió.

Hasta hace algunos años quien acudía a presentar un libro lo hacía de a gorra, y por eso mismo comía y bebía como desesperado en cuanto terminaba la presentación, de alguna manera tenía que desquitar un trabajo que no era redituable. El que hoy seas uno de los presentadores y puedas cobrar justamente por tu trabajo se lo debemos en mucho al maestro Ricardo Garibay, quien dignificó el trabajo del escritor en México al señalar que es como cualquier trabajo, y por lo tanto se debe de cobrar por el esfuerzo que se hace, y no es para menos, don Ricardo Garibay sabía que en ocasiones tienes que leer lo que no quieres por obligación, cuando se trata, por ejemplo, de reseñas, pues la regla es sencilla: si no lo lees, no comes, y eso sí que está canijo. Incluso así, hoy en día hay escritores que no cobran por presentar un libro, que les basta con un enorme gracias del autor para ser felices, plantan su cara frente a un público que cree en sus palabras y únicamente engordan los bolsillos ya no digamos del autor sino de la editorial, pues es la que más ejemplares vende al finalizar la presentación.

Muchos acuden a las presentaciones de libros en busca de la tan codiciada firma del autor, y eso es lo que ha hecho que muchos autores se sientan lo que le sigue a un rockstar en cuanto a mamonería, andan por ahí con lentes oscuros y playeras de grupos de rock  tomándose fotos con celebridades, y aunque su obra valga para un carajo, la gente le admira por lo que es, ya sea guapo o feo, porque escritores así confunden la literatura con una pasarela de moda y comercian con su imagen lo mismo que haría un actor de quinta en uno de los peores programas de televisión.

Lo peor de las presentaciones de libros son los académicos, los que a falta de foro toman la presentación para exponer difíciles e inexpugnables teorías que ellos con trabajos alcanzan a entender, citan y citan a cuanto teórico, gramático, literato, se les venga en mente, interrumpen su presentación, hacen acotaciones, nos advierten que su texto es un poco largo y ni así tienen clemencia de quienes los escuchan, los que no ven la hora en que finalice una ponencia que estaría muy bien para un auditorio de la UNAM en uno de los tantos congresos inútiles que hace, pero no para una presentación de un libro.

Las mejores presentaciones de libros son las que terminan pronto, aquellas donde hay buen vino y mejores bocadillos y donde el autor desaparece en cuanto concluye la presentación: así como los leones en un circo, ya nos ha dado su función, es hora de regresarlo a su jaula, hasta que nos amenace con presentar otro libro… y volvemos a empezar. ■

 

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