28.6 C
Zacatecas
martes, 7 mayo, 2024
spot_img

La autocrítica en un país que no es para viejos

Más Leídas

- Publicidad -

Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

- Publicidad -

Muy poco duró el aire benigno de la autocrítica. Manlio Fabio Beltrones debió consultar el significado de reconocer los propios errores antes de soltarlo al aire, entre el bullicio, las porras y las fanfarrias, porque en lo que dura un respiro, se volvió en ceñida curva contra quien lo profirió. Casi lo descalabra.

No existe en México un partido más repelente a la autocrítica que el PRI. Las organizaciones verticales no se andan por las ramas a la hora de callar, a veces con violencia, a las voces que disienten en su interior. Una breve hojeada a los anales del Partido Revolucionario Institucional muestra, de inmediato, que a sus dirigentes y cuadros medios les revuelve el estómago tener que pasarlo por la báscula de la historia y aceptar que el sinuoso camino de su prolongada estabilidad, que lo ha llevado a la petrificación y al desánimo de sus militantes, está construido con la represión de las voces diferentes.

 

La autocrítica y la democracia

La autocrítica va de la mano con la democracia. El ejercicio de la exploración interior, de suyo valioso para combatir las falencias más evidentes, y para restañar viejas heridas o para incorporar elementos antes considerados contrastantes, puede ser superfluo para quien, con el deseo de ocultar sus furiosos dictados de führer serrano, lo mira como ejercicio obtuso y prescindible, en frontera con la religión. Aquí el carácter personal, sin amarres, controles o ataduras, suele ser más poderoso que una disposición reflexiva y de principios, o que una concepción afín con el diálogo y los acuerdos colectivos.

Octavio Paz, antes de ser amigo de la marca Televisa, llegó a decir con gran sabiduría: Sin crítica no hay modernidad. Con ello, la autocrítica puede aparecer como la prueba de las pruebas de una vocación modernizadora, un ejercicio de alto registro político, legado sólo a los dirigentes más conscientes y probados.

Pero nuestro país suele ser exiguo a la hora de producir nuevos cuadros, dotados con los prudentes accesorios de la modestia, la observación y la templanza. No incorpora, con la frecuencia debida, elementos militantes profundos y novedosos en un ámbito de falta de reflexión colectiva, sujeto a la improvisación y a los imperativos de los poderosos. Es imposible nadar con la corriente favorable del examen interior, la actividad militante se reduce a naufragar en la aplicación pedestre de los lineamientos autoritarios.

Hablar de autocrítica no es cosa de salir al balcón y gritarle a la multitud un rosario de conceptos oscuros, acerca de los procedimientos que garantizarían al  partido mantenerse vigente y como eterno triunfador. Acaso sin saber, Beltrones sacó de la chistera una licencia prohibida que, por lo que se advierte, es imposible involucrar en el actual escenario político, antes de sufrir severas advertencias de los poderes fácticos partidarios.

 

Extraños nombramientos, patadas en el trasero a los ancianos

Por lo pronto, en lo que se refiere al presidente de la República, en ejercicio de sus atribuciones constitucionales decidió hacer algunos cambios en el gabinete, sin antes haber pensado en hacerse una autocrítica. Él dio por hecho su privilegio de nombrar a quien consideró de utilidad, sin rendirle cuentas a nadie. Pasó por alto el listado de pifias e incapacidades de los nuevos titulares en algunas secretarías de Estado; no se molestó en mostrar algo de la historia reciente de los agraciados. Se fue por la libre y algunos mexicanos recibimos los nuevos nombramientos con rete harta ironía.

Aquí Manlio Fabio Beltrones pudo haber saltado de espanto, ante la flagrante violación del procedimiento inaugural con que pretendía fortalecer el partido: la autocrítica. Pero su silencio oportunista oteó el trazo de los tiempos y sabe que, a fin de cuentas, en esa nueva lista de secretarios de Estado se incuba una frágil competencia que puede facilitar  su sueño de ser el futuro presidente.

Peña Nieto pudo haber comenzado su discurso con una autocrítica de los tres años de deficiente aplicación de un programa que nos reinstaló en la franja de la vergüenza y la mediocridad de los índices de gobierno. No hubo autocrítica y el presidente decidió elevar, por ejemplo,  al joven Aurelio Nuño, diseñador de intrigas palaciegas; a José Meade Kuribreña, mayordomo saltarín y sin discurso político propio; a Claudia Ruiz Massieu, diligente organizadora de eventos culinarios y de sociedad, ignorante de defender una idea de Estado soberano en las relaciones internacionales; a una Rosario  Robles Garnica, tan ineficaz como vociferante, organizadora contumaz de clientelas y acarreados.

No hubo ni habrá autocrítica. Manlio Fabio Beltrones Rivera ignoró que una de las formas especiales para hallar contradicciones en el quehacer político, no se puede incorporar a un partido que, después de haberse declarado aliado del presidente, mostró de inmediato su incapacidad de caminar con propio albedrío. Se suponía que el PRI, además de arreglar las fichas para sus futuras lides electorales, debía sugerirle ideas al presidente; se consideraba que así el nuevo dirigente del partido iba a destacar mediante sus ideas frescas y nuevas orientaciones, para fortalecer las decisiones del personaje número uno del país. Sin sana distancia pero con autonomía, como dicen.

Pronto salió a la luz de los entendedores que Beltrones es solamente una pieza obediente del enmohecido  engranaje del  PRI. Sus aportaciones se acomodarán a la hora de incluir o excluir cuadros menores, porque la autocrítica superior se quedó en el aire y no llegó a alterar los aires afectados del militante principal de ese partido, suscribiente de las grandes decisiones del país.

Claro, no puede obviarse que atrás, en la tramoya, se asoman tremendas orejotas.

 

La calentura de Mancera

La autocrítica es enfadosa para quienes ya se vieron como capos de la nación. El Dr. Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno del DF, también hizo un reacomodo para poner a tono la estrategia que, en su propia agenda, lo debe conducir hacia el preciado botín presidencial.

Obvio, lo hizo sin autocrítica de por medio. Ahí, en una chistosa y festejada  paradoja, nombró como secretaria del Trabajo del DF a una persona que, como quedó claro en el estado de Zacatecas, no sabe trabajar. Imagínese: el Dr. Mancera cubre así la cuota exigida por una pandilla de políticos inútiles que pululan en el Distrito Federal, nombrando para ello a una mujer que acaso considera la sudoración como resultado de prácticas de esclavos.

¿Cómo conciliar las costumbres bienhechoras del estadista, con las acciones de una exgobernadora  que no supo ofrecer a su pueblo una aclaración acerca de los puntos más oscuros de su reciente práctica administrativa? Amalia García es la nueva secretaria del Trabajo, producto de los movimientos políticos clandestinos que reparten, entre los diversos grupos gangsteriles del país, los puestos, el poder y el dinero público.

Aquí es importante hacer una reflexión. ¿No es desolador que dos exgobernadores zacatecanos lleven sin sonrojo la suma de sus imprudencias como un regalo de dios y ahora se propongan desparramarla con ligereza en las decisiones importantes que demanda la capital del país? Pero Ricardo sabe más de eso que este modesto escribidor y podrá esclarecer para mitigar, y sin molestar a su eterna enemiga, a la incredulidad que mantenemos muchos zacatecanos de la diáspora. ■

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -