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sábado, 27 abril, 2024
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‘Cartas al jardín’ [Selección de poemas de Jesús Hernández J.]

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Por: BEATRIZ PÉREZ PEREDA •

La Gualdra 614 / Poesía

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Jesús Hernández J. (Tabasco, México, 12 de diciembre de 1994). Es agricultor, gastrónomo, lector y escritor, Cartas al jardín es su primer libro publicado.

 

 

*

 

Querida Ruth:

 

Desearía medir el tiempo de otro modo.

Hace dos tormentas, por ejemplo, que las aves no anidan sobre el castaño. Otros caminos, otras rutas han tomado por la furia de los vientos. Hace todo un campo yermo que no permanezco erguido. Por las noches mi espina dorsal me obliga a dormir embrocado y el dolor no amaina. Lo sé, pues ahora los toros pastan regocijadamente en el verdor de los prados.

Ruth, me gusta tu vida. Recibí las fotos que me enviaste la cosecha anterior, y mi corazón se sobresalta al descubrir aquellos momentos, las huellas y las risas de los tuyos en las majestuosas playas de Topolobampo. Hace veranos y veranos que no amo a nadie, y siento curiosidad en este día, querida —al mirar tu álbum—, de saber qué se siente ser feliz.

 

Con cariño, Ed.

 

Santa Rosa; 27 de agosto de 1994.

 

*
Oda

Me pregunté qué es Dios,
y un banco de mirlos iba distante
al rostro del amor
que no ha conocido jamás.

Me pregunté qué es Dios,
y los mirlos arrastraron
incomprendidas lenguas.

Por el vuelo, en cambio,
se sabrá la libertad,
por el canto se sabrán los sueños.

 

 

*

Memorándum

No tumben al árbol
que me vio nacer.

No derriben al árbol
de mi horca.

 

*

Querida Esther:

 

No he podido superar por completo mis vivencias costa afuera. Extensas jornadas laborales tras la cocina mutilándome los dedos, horas y horas ininterrumpidas corriendo de un lugar a otro como gallina descabezada, sangrar por la nariz, dormir en un container de cuatro por cuatro al que llamaban “el inframundo”. Las olas golpeando la estructura. Ese mismo container habría servido de morgue años atrás, luego de una fuga de gas sulfhídrico en una barcaza que atravesaba el golfo de México.

Creí que salir a contemplar el mar me reconfortaría, pero estando de pie frente a los balcones de aquella gran torre oxidada, mi vista se perdía más allá del horizonte. Anhelaba la tierra. Sólo encontraba sosiego cuando la trituradora arrojaba al mar la materia orgánica y los cardúmenes venían presurosos por el festín, o cuando los obreros lanzaban trozos de pan a las gaviotas y ellas los interceptaban mucho antes de caer al agua.

Lo que más me duele son mis incapacidades, Esther, mi falta de carácter en aquel entonces. Recuerdo, un día, haberme encontrado a un pajarillo a mitad del helipuerto. Era demasiado pequeño, algo así como un cenzonte pechidorado. Me pregunté, me pregunto, cómo pudimos llegar hasta allí.

 

Edmundo.

 

Santa Rosa; 9 de febrero de 1991.

 

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra614

 

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