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jueves, 9 mayo, 2024
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México lindo y querido

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Te detienes. Miras a tu alrededor en una tarde soleada de sábado. Son las dos de la tarde y estás en la estación del metro Ermita de la Ciudad de México. Pasan algunos segundos. Ahí están, casi petrificados, junto con la urbe, por una historia nacional que se largó desde hace mucho tiempo, los rostros; y en ocasiones un rostro dice más que mil palabras.

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El rostro cansado del albañil que aguarda en una de las bancas metálicas. En cuanto llega el metro, el rostro moreno y cacarizo se levanta, apesadumbrado, y muestra los brazos embarrados de yeso seco, muestra visible de la media talacha del día, mientras alguien le hace “el asquito” porque está sucio y apesta a sudor.

Antes de llegar a la estación del metro Xola, otros rostros también se fastidian a las afueras de un call center ubicado sobre calzada de Tlalpan. La mayoría de ellos estudiantes sin mucho futuro en un país donde las esperanzas están muertas desde cuando, jóvenes que escuchan ska y que son explotados por compañías transnacionales que les otorgan como privilegio descansar unos cuantos minutos; ellos los aprovechan para sumergirse en las pantallas de sus smart phones de última generación, para fumar con prisas uno de los pocos cigarros que les quedan, cuando no uno suelto, y entre fumada y fumada hablan de las comisiones por colocar tarjetas de crédito mediante llamadas telefónicas. Entre las cuatro paredes de esa empresa los rostros aprenden como primera lección engañar al cliente, prometer recompensas, tazas de interés más bajas en comparación con las otras tarjetas, supresión de primeras anualidades, y aprenden rápido en sus primeros cursos de capacitación, porque lo suyo es ir tras el dinero, porque esa es su mayor ambición en la vida, y como están en un país donde el que no tranza, no avanza, sus rostros en realidad son tan sólo el reflejo de un México que lentamente se desmorona.

El conductor del taxi esquiva primero una patrulla aparcada a mitad del carril, luego a dos policías, me dice que es peligroso que estén así y agrega que él nació en 1963, que le tocaron los tiempos en que se respetaba a la policía y a los militares. Agrega: si de niño te preguntaban qué querías ser de grande, no dudabas en contestar que bombero, policía o soldado, porque eran figuras de autoridad y respeto; y no se crea, me dice mientras le comento que los tiempos han cambiado, es triste ver que las cosas ya no son así en tu país.

Deben ser entre 15 o 20 soldados los que van arriba del camión; en sus rostros se refleja el cansancio, la seriedad que impone el portar el traje verde oliva. Uno de ellos hace de vigía, va de pie hasta enfrente, la mitad de su cuerpo sobresale por encima de los demás soldados, es como el muñeco del pastel de una fiesta de XV años. Entre el taxista y tú recuerdan que hasta no hace muchos años era toda una sorpresa ver transitar un camión lleno de soldados por las calles de la Ciudad de México. Sin embargo, recalca el taxista, ahora no sólo los soldados son los que salen a la calle, qué va, allá en el norte del país patrullan escuadrones de narcotraficantes en buenas trocas, defienden las plazas para pasar la droga cueste lo que cueste… ¿sabe qué es lo peor?, me dice cuando me entrega el cambio, que no sólo se matan entre ellos sino que se llevan a mucha gente inocente entre las patas, lo mismo que los soldados, eso es lo peor.

Pero tú llegas a comer a un restaurante de carnes cerca del metro Nativitas, y en cuanto ocupas tu mesa escuchas que una mujer le dice a quien parece su pareja que el tipo con quien acaba de hablar es un idiota, le asegura que ni siquiera sabe leer, mucho menos escribir. Y reconoces que en este país se meten el pie unos con otros porque el ideal de un buen mexicano es joder al prójimo a toda costa, y antes vas al mercado y ves playeras en cuyo estampado se presume a El Chapo rodeado de dólares y de cadenas y pulseritas de oro, como falso ídolo que se le venera más que a cualquier otro; y vas por la calle y escuchas que entre un conductor y otro se lanzan insultos y amenazan con agarrarse a golpes, y comes, mientras la mujer insiste que el tipo es un indio, y de seguro está en ese puesto en la empresa porque el patrón es medio marica, y pagas y das las gracias y caminas, llegas a la esquina donde la gente avienta sus bolsas de basura a la espera de que un milagro las desaparezca, y entras al edificio donde vives, encoges los hombros, silbas la canción de “México lindo y querido” y no sabes bien por qué lo haces, te avientas al sillón, duermes, tienes pesadillas, sueñas con muertos y hombres y mujeres que aparecen sin vida y sin ninguna explicación en departamentos, y sientes alivio, cualquier pesadilla no se compara a la que ya se vive en tu jodido país donde este sábado se escuchan las porras al América. ■

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