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domingo, 19 mayo, 2024
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La universidad en el siglo 21

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Por: JUAN MANUEL RODRÍGUEZ VALADEZ •

El inminente cierre del periodo de la administración universitaria, y su renovación, es el marco para reflexionar sobre el futuro que nos espera y que a la vez nos desafía. Es un contexto especial, por la problemática financiera y académica que nos aqueja, y por la frustrada e incompetente administración que ha conducido esta Universidad.

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El conocimiento y sus aplicaciones productivas, la ciencia y la tecnología, son el motor principal del desarrollo económico y social; el papel que debe jugar la universidad es fundamental, no porque se piense que puede hacerlo todo, sino porque lo que debe hacer es absolutamente imprescindible. Hay que hacer posible y lo necesario, y en esa tarea la universidad es insustituible. Esa posición no es característica de quienes, sin desestimar la ciencia y la tecnología, las ubican en una posición marginal o secundaria frente a otros factores de desarrollo económico y social. Pero, sin lugar a dudas, que la Universidad es un elemento dinamizador de esos factores en el siglo 21, y es el conocimiento, lo que brinda la ciencia y la tecnología lo que revoluciona el proceso de desarrollo. Procuramos diferenciarnos de aquellos, que reconociendo la particular relevancia del progreso técnico en el desarrollo, opinan que es sólo asunto de empresas y de mercados, subestimando la importancia de la ciencia en el desarrollo tecnológico y de la institución universitaria en su generación. Hay una doble centralidad de pertinencia: la de la universidad para la ciencia y la tecnología, y la de estas para todo el proceso de desarrollo, que debería traducirse en asignaciones mayores de recursos que las actuales, para que sean congruentes con el grado de prioridad que tales asuntos tienen para nuestro futuro.

El enorme desafío que más englobe a nuestra universidad en este siglo, es el contribuir significativamente a construir una sociedad basada en el conocimiento, que afronte con eficacia y equidad los grandes problemas del Estado y Nación.

México y toda la América Latina ha sido un laboratorio de teorías y experiencias desde el final de la segunda guerra mundial. Los decenios de crecimiento y sustitución de importaciones entre los 50 y 70 seguidos por la década perdida de los 80, con la gran crisis de la deuda. Pareciera que los cambios económicos en los 90 habrían alcanzado estabilidad económica, pero largos años de inflaciones, desequilibrios macro-económicos y desorden en las instituciones, así como la quimera de alternancia en el poder y el retorno del partido en el poder, han significado que la Universidad pública no sólo siga esperando mayores recursos para asumir sus obligaciones adjetivas y sustantivas, sino permea en el ambiente aires de intervención directa. Es evidente que se han establecido nuevos mecanismos de integración, modernización del Estado y una apertura al resto del mundo; sin embargo, las instituciones y poderes públicos –por lo menos en Zacatecas y no muy diferentes en el resto de las universidades públicas del país- son indiferentes y carecen de interés por vincularse con la Universidad. Tan es así, que dichos órganos tienen sus propios espacios de certificación y formación de profesionales. Nada nuevo, sólo que inmersos en la globalidad, desmiente la sociedad del conocimiento.

El proceso de cambio ha dejado sin resolver el problema crucial de la pobreza extrema, asociada a la peor distribución del ingreso en todas las regiones del mundo y del país. En efecto, el número de pobres aumentó y el perfil distributivo empeoró desde el comienzo de los años 80 hasta el presente. No cabe duda de que la Universidad pública como “conciencia crítica y creadora” de nuestra sociedad, debería contribuir a la creación de modelos de reforma que fueran eficaces para resolver el enorme problema de pobreza y desigualdad.

El hecho más característico de la sociedad contemporánea, es su creciente dependencia del conocimiento. No sólo en la producción y uso de aparatos complejos, sino también en los procesos productivos de todo lo que consumimos y empleamos cotidianamente. Lo mismo ocurre con conceptos –ahora- claves como la competitividad, calidad total, automatización, producción flexible y productos que satisfagan plenamente a cada usuario. Estos conceptos no se pueden hacer realidad, sin el soporte del conocimiento científico. El advenimiento de biotecnologías y era genética del presente siglo, la química fina, con los nuevos materiales y otras tantas tecnologías, agudizan sin duda el futuro cercano; la capacidad de producir y utilizar el conocimiento será considerado como el recurso de mayor importancia y aspecto determinante de la productividad. El problema del desarrollo económico será un problema de dominio del conocimiento en expansión y de crecimiento de las capacidades de la población para emplearlo eficazmente, que ya se han convertido en los países desarrollados en un factor aún más dinamizador que la misma acumulación de capital.

En síntesis: equidad y conocimiento son, las dos grandes asignaturas pendientes, que deberán fundirse en el quehacer universitario ■

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