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jueves, 2 mayo, 2024
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¿Dónde quedó la izquierda?

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

■ Inercia

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En mi infancia tuve la posibilidad de vivir cercana a personas que luchaban por la democracia en este país. Era gente que salía por las noches a pegar panfletos o repartir volantes de información sobre la corrupción del país, salían a proclamar los derechos liberales del pueblo y a renunciar al régimen priísta. Lo hacían por las noches porque esas actividades no se podían llevar a cabo con facilidad a la luz del día.

Es gente que creyó en un proyecto de nación que dependía sólo de la gente, gente que incluso fue perseguida por oponerse a la dictadura salinista. Es gente que vivió en carne propia el fraude del 88 y los subsecuentes y que a pesar de ello se mantuvieron al pie del cañón, tras cada derrota, en la lucha por el derrocamiento de la corrupción.

Sin embargo, esas personas que conozco muy de cerca, también es gente cansada y más cuando sus propios ideales han sido traicionados impúdicamente por aquellos en quienes creían… Hablo de una vieja izquierda, resignada ya a la “nueva izquierda”.

 

Izquierda derechista

El filósofo de moda, Slavoj Žižek, se ha proclamado “harto de esa izquierda marginal que no sólo sabe que nunca llegará al poder, sino que secretamente ni siquiera lo desea”, y aunque él se refiere a casos particulares de Europa, en México podemos decir que la izquierda desea tanto ganar que hace cualquier cosa para conseguirlo, incluso hacerse derecha.

En este país hubo alguna vez una izquierda radical que realmente luchaba por llegar al poder, y se podría decir que llegó, pero le fue arrebatado el triunfo violentamente, de tal modo que lo único que quedó fue cruzarse de brazos y lamentar tal suceso o bien, salir a pregonar y pedir por otra oportunidad. ¿No fue entonces el momento de defender el voto del pueblo? ¿No fue entonces la ocasión para dar democracia a la gente y luchar, como lo debe hacer un dirigente, contra el régimen?

La decadencia izquierdista en México es tan visible que una de sus figuras más representativas en los 90, Cuauhtémoc Cárdenas, aquél señor alto y de semblante impávido, al que todos se querían acercar en los mítines para saludarlo y desearle éxito, es hoy una figura de vergüenza incluso para sí mismo. Es visto y vituperado como un traidor de poca monta.

Esa izquierda prometedora del edén mesiánico, en su desesperación por la obtención del poder sumó a sus filas a la podredumbre de su propio enemigo. En nuestro estado fue de la única forma que logró ganar la gubernatura, pues con el aliado Ricardo Monreal se unió a lo que sería uno de los primeros pasos de una coyuntura ideológica que en otras circunstancias sería absolutamente imposible.

Otro síntoma de una incurable proclama derechista en las filas de la izquierda es que, en México se cambia de ideales como de calcetines, de tal modo que quienes están en un lado se pasan al otro a conveniencia sin que medie una verdadera idea sobre el bienestar propio y social; nuestro actual gobernador, quien se decía liberal resultó ser conservador a la primera de cambio… ¿acaso se puede uno mudar de ideales de un momento a otro? Al parecer sí, pues los ideales como cualquier otra cosa en este país son mercables.

 

Revolución democrática y ultraconservadora

La izquierda mexicana es un fantasma noventero que se encerró en algún lugar a llorar por unas elecciones; es un eufemismo del conformismo que impera entre individuos como entre masas. Es una burla que ofende cada que se presenta a tratar de defender al pueblo de un opresor con el que siempre está negociando amistades.

Aunque resulta una dificultad hablar de purezas en nuestro sistema político, los ideales deberían mantenerse consistentes a lo largo de nuestra vida, al menos eso me enseñaron todas aquellas personas con las que crecí, creyendo que la democracia no es sólo una palabra que se utiliza para hablar de la tradición griega.

Hoy, la izquierda es derecha, no es radical sino moderada y no es liberar sino conservadora, pues todo aquel que permite la conservación de este podrido sistema no puede ser otra cosa más que eso.

Resulta patético ver las declaraciones de diputados, senadores o quienes se dicen ser sus dirigentes hablando con diplomacia del actual gobierno, más preocupados por mantener su puesto que por ofrecer a aquellos que les dieron su voto, una mejor calidad de vida o mínimamente un respeto.

No hay revolución, no hay democracia en un país donde no hay oposición real, donde existe un monopolio inquebrantable que nos mantiene inmóviles o amenaza con desaparecer cualquier indicio de rebelión.

La única y verdadera izquierda ahora es la juventud, los estudiantes y todos aquellos que salen a las calles a manifestar inconformidades y a exigir justicia. La única revolución que puede cambiar a este país es la de la conciencia, y la única democracia es aquella que no involucra a partidos ni a dirigentes sino a la comunidad. Los demás son sólo parte de un melodrama asfixiante, una parodia de lo que alguna vez existió. ■

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