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sábado, 18 mayo, 2024
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Expectativas y realidades ante una reforma educativa

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Por: María Verónica Luévanos Montes • admin-zenda • Admin •

Ser docente requiere de un cúmulo de habilidades que no se adquieren en dos meses de capacitación o de manera automática o por el simple hecho de poseer un título de licenciatura, como lo plantea el secretario de educación, Aurelio Nuño, al afirmar que cualquiera con un título de licenciatura puede ser maestro. Definitivamente no cualquiera puede.

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Esta es otra de las grandes contradicciones, entre las tantas surgidas en busca de lograr la calidad educativa, a partir de la implementación de la reciente reforma educativa y en torno a la cual se han diseñado e implementado diversas estrategias y programas. Sin embargo, programas como Escuelas al CIEN, la Escuela al Centro o la Estrategia Nacional de Formación Continua, destinada a profesores, seguirán rindiendo los mismos frutos deficientes si entre los distintos sectores sociales y niveles gubernamentales no se logra un consenso en cuanto al qué y cómo lograr un verdadero concepto de calidad educativa. Aun cuando han coincidido—equivocadamente—en que el único responsable es el docente.

Ahora bien, ¿qué se espera lograr con esta reforma? ¿Qué tienen los sistemas educativos exitosos que les permite ser los mejores en el mundo? ¿Por qué México no puede alcanzar esos estándares? Es sabido por todos que el fin primordial de la reforma es la calidad, que los alumnos aprendan más y mejor; mejorar las condiciones de las escuelas; contar con maestros mejor preparados y padres que se involucren y contribuyan en el proceso educativo de sus hijos; ampliar la cobertura y la permanencia; volver más eficiente económica, humana y administrativamente las distintas dependencias educativas; implementar programas efectivos, innovadores, exitosos. Evidentemente, las expectativas para tan ambicioso fin aún representan una utopía. En los mejores sistemas educativos a nivel mundial, como los de Finlandia, Corea del Sur, Japón o Canadá, por citar algunos, se identifican rasgos comunes como:

 

  • Amplio respeto a la figura del profesor
  • Consenso político y social sobre la importancia de la educación, lo que se tiene que hacer y cómo
  • En la mayoría de estos sistemas, la educación es gratuita y el Estado asume la responsabilidad de proveer lo necesario en materia educativa. Sin embargo, algunos padres de familia—como en Corea—aportan a las escuelas privadas para mejorar la infraestructura e instrucción adicional para sus hijos. Consideran la educación como “patrimonio”

La preparación docente es tan importante que se perfila desde etapas muy tempranas, previas a la universidad. En Finlandia, por ejemplo, la docencia es una de las carreras universitarias más difíciles: uno de cada diez aspirantes es aceptado para ser preparado y, posteriormente, contratado. Deben pasar por varios filtros, en los que se evalúa cuánto sabe, cómo lo aplica y cómo se comunica. Tan importante es el aspecto de conocimientos como el aspecto psicológico

En general, los sistemas educativos exitosos atraen a los mejores profesionales docentes: la remuneración económica a su trabajo es alta, los capacitan eficazmente, otorgan un estatus respetable y atractivo ante la sociedad, con la que asumen un amplio compromiso. Y no está por demás decir que en las escuelas cuentan con buena y suficiente infraestructura humana, física y tecnológica, ofreciendo las mismas oportunidades y condiciones a todos los alumnos sin importar el contexto del que provengan. Contrariamente, en nuestro país sucede que las escuelas medianamente equipadas—aunque saturadas de alumnos—se encuentran en las ciudades y las más carentes de recursos e infraestructura están en las periferias o medios rurales, donde en ocasiones ni aulas tienen, mucho menos servicios básicos.

Ahora bien, ¿cuál es nuestra realidad? Contamos con un sistema educativo—ni qué decir del político o gubernamental—altamente viciado, en el cual, el filtro más común para ingresar al servició docente es el “compadrazgo” o la compra-venta de plazas, por todos conocido, pero no privativo del magisterio. Sin embargo, esto no va a cambiar con la aprobación e implementación de la reforma educativa tal como fue aprobada, pues al centralizar el control del sistema educativo y ser la Secretaría de Educación Pública (SEP) juez y parte, todas estas prácticas de corrupción continuarán, quizás con mayor frecuencia, porque no hay una contraparte que dé balance y observancia a las acciones, y poco serán evidenciadas porque es la parte “oficial”.

Otro aspecto, que tampoco refleja claridad ni coherencia con el enfoque de “calidad educativa” que pretenden, tiene que ver con la Ley del Servicio Profesional Docente que más que buscar la calidad educativa, al contar con docentes “idóneos” a partir de una evaluación que poco tiene que ver con el quehacer docente, pareciera que busca menguar el poder político y de organización del gremio magisterial mediante el control y la coerción, a partir de amenaza de despido o de represión violenta. Pretenden descargar toda la responsabilidad en el docente, actuando cual Poncio Pilatos. El artículo 3° es muy claro: “[…] el Estado garantizará la calidad en la educación obligatoria de manera que los materiales y métodos educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos”. Entonces, ¿cómo piensa el Estado garantizar lo anterior, haciendo responsable total al maestro? ¿Con un simple examen? ¿Pagando anuncios y posando para la foto, haciendo falsas promesas? ¿Negando la desigualdad social reflejada en las escuelas, acrecentándola? Claro que no. Lograr una verdadera calidad en educación requiere, para empezar, legisladores y un ejecutivo bien informados, preparados, de amplio criterio y visión, capaces de consensar cual es la definición de “calidad” que quieren para nuestro país; no se trata de copiar, mucho menos de improvisar. Que actúen y den el ejemplo de lo que la educación de calidad logra en el individuo. Para continuar: dotar con buena infraestructura a las escuelas, sin importar su contexto. Las escuelas deben ser un agente de cambio, no una extensión de la miseria en que vive una buena parte de la población. ¿No deberíamos empezar por allí? ■

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