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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

Con el asesinato de 12 personas, que trabajaban en la redacción de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, el día 7 de enero inició 2015. Pronto, el 9 de enero, los hermanos Kouachi, autores materiales del atentado, ya estaban muertos: abatidos por las balas de la gendarmería francesa. Ese mismo día Al-Qaeda en la Península Arábiga vindicaba para sí la autoría intelectual de los crímenes. El 11 de enero marchaban por las calles de París alrededor de 3 millones de personas conducidas por Francois Hollande, presidente de la República Francesa y copríncipe de Andorra, y líderes –como Benjamín Netanyahu- y representantes de otros países –entre ellos México-. El jueves 15 el Papa declara que “No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás…” (El País, 16 de enero). El asesinato de los autores materiales del crimen, el conocimiento de los supuestos autores intelectuales y la gran marcha no agotaron el acontecimiento. La popularidad de Hollande en Francia repuntó, y seguramente ganó algunos adeptos de la extrema derecha lepenista con sus medidas de militarización para proteger Francia del mortal enemigo islámico. Las ventas de la revista Charlie Hebdo crecieron, y sus nuevos dibujos de Mahoma vendieron por arriba de los 3 millones de ejemplares. También se desató una airada reacción contra la revista satírica en la que se involucró la compleja geografía del Islam: la franja de Gaza, Níger, Karachi, Ingusetia, Malí, Mauritania, Senegal, Afganistán, países en los que hubo muertos y lesionados durante las manifestaciones frente a embajadas y consulados. Para los líderes de esa Europa que ama la libertad de expresión el atentado significó, también, la posibilidad de extremar las medidas de control civil, imitando la “Patriotic Act” de George Bush, y recrudecer la ideología de la xenofobia a la que, si bien nunca ha necesitado pretextos, no le cae mal tener uno. Los comentaristas más agudos han repudiado el atentado, pero han matizado su posición respecto al significado del mismo. La disputa, al parecer, yace en su correcta interpretación, porque aunque es un acto deleznable no es enteramente irracional e injustificado debido a la larga y compleja relación de dominación de Francia en países de fe islámica –en específico: Argelia- y del paciente y silencioso Apartheid en la misma Francia contra los residentes musulmanes de varias generaciones.

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No es, sin embargo, Francia el único lugar donde la población está segregada a pesar de la igualdad formal ante la ley, y se podría afirmar que no hay país en el mundo donde no exista segregación por un motivo u otro. Por ende, no hay país en el mundo libre de conflictividad: todos está atravesados por las diferencias de clase, raza, sexo, religión, preferencia sexual, inclinación política o gusto por las drogas. El matiz es importante, porque la cuestión en juego no es la libertad de expresión sino el ejercicio de todas las libertades y el gozo de todos los derechos. Si los agudos comentaristas no se equivocan, los musulmanes atacaron la publicación no sólo debido a la procaz burla hacia el profeta, sino que la reivindicación de su religión es el último reducto que les quedó para ejercer su libertad en medio de una sociedad que los ha metido en un callejón sin salida. Como, por otra parte, nos está metiendo –o ya nos metió- a todos. ¿Se debe considerar esto una defensa de los ataques contra Charlie Hebdo? No, más bien es la denuncia de la situación que permite que crímenes deleznables tengan justificación razonable; como en su momento la tuvieron la conquista de Tenochtitlán por españoles, la captura y compra de población africana para esclavistas portugueses y holandeses, la construcción de imperios coloniales británicos o galos, la invasión de Texas por aventureros yanquis, la invasión de Francia por los nazis, las masacres de Kosovo y un largo etcétera. Una sociedad en la que no exista segregación debido a raza, religión o poder económico habrá suprimido de hecho todos los conflictos que por esos motivos la plagan, pero son esas diferencias las que constituyen nuestra sociedad, por eso la aparición de atentados y sus consecuencias son parte del paisaje de nuestra vida cotidiana.

La libertad de expresión necesita límites –dicen los voceros del juicio final- pero la modernidad es, lo explicó Octavio Paz, la instauración de un tiempo sin límites en el que la crítica de todo y de todos puede extenderse indefinidamente.

En una vieja carretera a Guadalajara, en los cerros, puede verse una frase construida con piedras pintadas de blanco: “Viva Cristo Rey”, como recordatorio de los límites del laicismo. ■

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