Desde hace varias décadas, el mundo ha vivido un proceso paulatino y constante de integración de su actividad económica llamado Globalización, a finales de la década de los 80’s y principios de los 90´s nuestro país entro en un proceso de reformas para entrar en esta dinámica de comercio global con la finalidad de atraer capital extranjero bajo la promesa de generar más empleos y por lo tanto alcanzar un mejor desarrollo del país.
Para esto, las políticas publicas de los gobiernos de esa época, se enfocaron en la eliminación paulatina de las empresas estatales con la idea de permitir la entrada de nuevos competidores y al mismo tiempo impulsar políticas laborales que permitieran a la economía ser “competitiva” laboralmente frente a países como China, con gran disponibilidad de mano de obra a bajos costos.
Para 1995 el salario mínimo mensual en China era de casi $29 dólares y el de México de $87 dólares, en ese entonces parecía evidente que contener el crecimiento salarial de los mexicanos permitiría atraer más inversión, sin embargo, la evidencia muestra que no fue así, al menos no del todo, ahora China es un país potencia económica mundial con un salario en el 2017 hasta antes de la llegada del actual gobierno de $245 dólares, mientras que nuestro país tenia un salario promedio de $118 dólares.
De acuerdo con datos de la OCDE, México es de los países con mayor desigualdad de ingresos, solo por delante de Chile y Costa Rica, el país con más horas trabajadas al año con 2137, muy lejos de países como Dinamarca, Noruega o Alemania con 1400 horas trabajadas al año, incluso comparándonos con nuestro vecino del norte, donde trabajan unas 350 horas menos que aquí.
Si bien el país ha tenido un crecimiento económico en los últimos años y que el actual gobierno ha impulsado mejoras constantes que benefician directamente a los trabajadores, aumento del salario mínimo a 207 pesos diarios (cercano al de China), incremento de los días obligatorios de descanso para el trabajador y ahora con una propuesta de reforma a la Ley Federal del trabajo que permita reducir la jornada laboral de 48 horas a 40, para los trabajadores mexicanos, aún estamos lejos.
Los debates en el Congreso de la Unión han comenzado con dos claros bandos, los que argumentan que un cambio en este momento, pondría en dificultades económicas a los empresarios que pretenden postergar la reducción de la jornada y aquellos que argumentan que el debate de una jornada de 40 horas llega incluso 40 años tarde, ya que la evidencia en otros países muestra que la reducción de la jornada laboral, no solo mejora la calidad de vida de los trabajadores, sino beneficia la productividad de las empresas.
Mientras hay países que incluso debaten una mayor reducción de la jornada o la reducción de la semana laboral a tan solo 4 días, en nuestro país, sectores allegados al poder económico siguen argumentando con mentiras de hace décadas, la pérdida de la competitividad, incremento de la inflación, pérdida de empleos, etc., cuando la evidencia muestra que el mejorar las condiciones laborales no es sinónimo de desastre económico, sino todo lo contrario.
Y mientras esto sucede, extrañamente las organizaciones laborales callan y se mantienen pasivos ante una reforma que permitiría mejorar la vida de sus agremiados por lo que deberían estar en las calles presionando a los representantes populares para aprobar esta iniciativa y no seguir esperando a que lleguen “tiempos mejores”, porque para un trabajador, esos tiempos difícilmente llegan.
