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domingo, 19 mayo, 2024
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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 261 / Río de palabras

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“Si te viene a contar

cositas malas de mí

manda a todos a volar

y diles que yo no fui…”.

Canción popular

 

Dicen, los testigos presenciales, que le arrancaron los ojos, los dos, nomás le dejaron dos agujeros cuajados de sangre, que le cortaron las orejas, le sacaron todos los dientes y muelas, le cortaron el pizarrín y se lo metieron en la boca, con todo y sus bolitas, que le cortaron las manos, las dos. Que lo ahorcaron con un alambre recocido. Le dieron no sé cuántas puñaladas y como veinticinco tiros. Que le dieron de fregadazos con un bate. Lo encueraron, no le dieron chance de cubrirse sus vergüenzas y lo fueron a tirar a un basurero. Dicen, las vecinas, que su mamacita, no ha parado de llorar y que no ha declarado nada… Ya pa’ qué, dígame… ya pa’ qué. Ya no me va a venir a ver los domingos… a que le diera de almorzar… a dejarme unos centavos. ¿Yo qué le puedo contar? Mejor ai que quede. Y se seca las lágrimas con las mangas del suéter. Dicen, un taquero, que la policía no lo quería recoger, de allá, del muladar, entre tantísima cochinada. Dicen, sus cuates de la cuadra, que era novio de Chela, la hija del velador de la obra de la esquina, que ya llevaban mucho juntos, que ya vivían como marido y mujer. Dicen, unas clientas de la panadería, que no se sabía bien a bien en qué trabajaba, unos que compraba y vendía chácharas, otros que no, que lo suyo era la jardinería. Dicen, un jardinero y un teporocho, que se pasaba los días aplastado en una banca del jardín Juárez craneando para ver cómo le hacía para entrar de lleno en la polaca. Él aspiraba a llegar a Gobernador. Bueno… ya de perdida a Diputado. Menos no… ¡No, mi madres! Dicen, los parroquianos de la cantina “El gancho al hígado”, que debía un fregadal de muertes. Mi comadre Cleo dice que vendía mugres piratas, pero don Felipe el de la tienda de la esquina dice que son puras papas, que no hacía nada, que desde chamaco era bien baquetón. Dicen, sus vecinos, que encontraron debajo de su cama una petaca retacada de sabe cuánta fregadera, que los policías no dejaron ver. Dicen, una madrota y una güila, que tenía chambeando en un zumbido a cuando menos tres chamacas. Que era medio padrote, cinturita, pues. Dicen, sus condiscípulos, que estudió contabilidad. Otros aseguran que lo expulsaron cuando cursaba el quinto año de primaria. Lo cierto es que estudió hasta séptimo semestre de Leyes. Dicen eso y más. Pero lo único cierto es que el Gorupo ya no va a ir a los billares, ni a comer tacos dorados con doña Gume, ni al mediodía empujarse su amarilla en la banqueta, afuerita de la tienda de doña Paca.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-261

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