23.1 C
Zacatecas
martes, 7 mayo, 2024
spot_img

La familia, la propiedad privada y el amor

Más Leídas

- Publicidad -

Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 261 / Notas al margen

- Publicidad -

“Tú tenías lazos blancos en la piel,
tú tenías precio puesto desde ayer”.
Silvio Rodríguez

 

B y yo somos familia. Y sólo somos ella y yo, con un puñado de libros que no superan los mil. También, en casa, hay cinco animales más, todos tienen nombre, no porque a ellos les importe sino porque somos nosotros (bestias civilizadas) los que insistimos en nombrarlo todo. Coco y Amelí son perras, llevan conociéndome casi seis años y a B cuatro, para ellas B y yo somos su manada, aunque a uno lo conozcan desde hace más tiempo que al otro. También viven entre nosotros tres gatas: Wislawa, Branica e Iliada. La segunda y la tercera comparten, como se diría coloquialmente, la misma sangre. Hace casi cinco meses que Branica parió tres gatitos, entre ellos estaba Iliada, a quien nos quedamos en casa. Pero también nacieron otro par de cachorros que dimos en adopción cuando apenas tenían los dos meses de edad. Sin embargo, fueron parte de nuestra familia durante el tiempo que estuvieron entre nosotros: los alimentamos, los quisimos y les buscamos –en lo posible- un buen hogar.

Además están nuestros padres, los de B y los míos. Así como los hermanos de ella, que son muchos; al menos para mí, que soy hijo único. Y ahí no acaba mi concepto de familia; también entran los amigos, aquéllos que veo seguido, o los que casi nunca veo pero que están presentes en lo que hago, en lo que soy y en lo que escribo. La familia, la mía, la nuestra, tiene que ver con lo que nos conforma como sujetos únicos. Una colectividad que construye individualidades.

Por eso cuando nos topamos con un concepto como el de familia tradicional lo que nos queda es reírnos. Y más cuando se utiliza como bandera para defender lo indefendible; es decir: la violencia, la discriminación, el odio, la estupidez.

Los conceptos maniqueos siempre son indiscutibles. No se puede dialogar con alguien que cree que las cosas son o negras o blancas. Para hablar con un creyente católico o cristiano recalcitrante es necesario rebajarte a su nivel intelectual; y tal vez por eso debo decir que este artículo no va encaminado de ninguna manera a convencer a los tercos de corazón idiota, y digo idiota porque son los de espíritu ignorante los únicos que creen que separando y prejuiciando mejoran el mundo. Esta nota tiene como finalidad entablar el diálogo entre los que decidimos dudar de cualquier concepto “tradicional” o preestablecido. Y es que no se trata de defender a la familia como concepto, porque no hay una definición que pueda abarcar lo que cada uno de nosotros entiende como tal. La familia de cada quien es la que uno elige, y a pesar de que se nace dentro de un núcleo social que para fines políticos y civiles se ha dado por llamar familia, ese núcleo no es estático y se mueve o, mejor, crece, en diferentes etapas de nuestra vida.

2Pero no podemos explicar esto a quien no quiere explicaciones. Ése es nuestro principal error: tratar de convencer con argumentos a quien no busca más que un rincón en el cual acomodar las nalgas bajo su almohada de mediocridad. Los que salen a marchar a favor de una familia que sólo existe en sus fantasías religiosas no se han preguntado siquiera lo que es una familia; avanzan apoyados en pre-conceptos huecos. No buscan el significado, la verdad o la justicia; no les interesa ayudar a nadie ni beneficiar a ningún prójimo. Lo que quieren es ganar, demostrarse superiores frente a los que son diferentes. Lo que buscan endemoniadamente es demostrar que el mundo mediocre que habitan no puede cambiar, es estático y que ellos son los miserables reyes que lo dominan.

Ni el derecho a opinar, ni la tradición, ni la moral; lo que defienden es la fantasía del poder, la perversión oculta en todos los bienintencionados: la de poder mantener a los demás dentro del rango de su propia mediocridad. Desde las cúpulas del poder religioso (y político), hasta la lambisconería ramplona del creyente de barrio (que apenas y tiene para comer pero confía en Dios y en sus ministros), se comparte esta ansia de manipulación. Para los católicos ser iguales significa ser débiles y sumisos; la equidad no es un asunto de derechos, sino de obligaciones. Y la única obligación es obedecer.

Por eso debemos aclarar que el concepto de familia que “defienden” los que marchan frente a una necesidad social y discursiva como el matrimonio igualitario, no existe; es una fantasía retrógrada que no tiene sustento social, ni político, ni natural. Los grupos de derecha no marchan realmente en contra o a favor de un concepto; ni siquiera entienden muy bien por qué lo hacen; son autómatas que reclaman seguir siendo dominados por una élite que les alimente de basura el espíritu a cambio de un lugar en el cielo.

No podemos discutir con ellos, porque ya lo dijimos: ellos no discuten, ignoran. Pero podemos discutir entre nosotros y preguntarnos hasta cuándo vamos a dejar que esos conceptos “tradicionales” interfieran en nuestro discurso vital; ¿hasta cuándo la familia debe seguir siendo una institución política?, ¿hasta cuándo será necesario demostrar ante lo civil que podemos convivir en pareja? ¿Por qué el amor –sea lo que esto sea- tiene que burocratizarse hasta el punto ridículo de volverse un documento legal? Tal vez estoy siendo idílico, ingenuo, romántico; pero pienso en lo obsoleto de las instituciones medievales, y creo que tal vez para que el hombre empiece a ver a los otros como sujetos y no como objetos, deberíamos re-humanizar nuestro lenguaje.

El término familia ya no se queda con lo institucional o lo religioso. Hoy podemos conformar nuestra familia con quien y cómo elijamos. Y a pesar de los insultos, la discriminación y la homofobia, empezamos a construir un nuevo lenguaje en el que la palabra puede revitalizarse; si vaciamos nuestro discurso de prejuicios podemos crear una pauta para convertirnos en seres humanos más tolerantes y empáticos.

No digo de ningún modo que haya que mantenerse impávido ante estas expresiones de odio; no se trata de dejar que los imbéciles de buena voluntad naveguen con la bandera de la razón como si nada pasara. Pero tal vez sea un buen momento para festejar que si los conformistas, los comunes, los mediocres, se están quejando, es porque los inconformes, los diferentes, los hijos de Caín, estamos empezando a ser mayoría.

Sintámonos libres de conformar la familia que deseemos, preferiblemente una donde haya amor y algo de dinero; siempre se puede agregar uno más y alguna vez también otro se irá. Nada es eterno en este mundo, y siempre puede ser que la infidelidad, la pobreza o la muerte nos separen. Pero como dice el dicho: donde hubo humo quedan las cenizas del recuerdo.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-261

- Publicidad -
Artículo anterior
Artículo siguiente

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -